Larry Ellison es la séptima persona más rica del mundo, con una fortuna valorada en US$ 47 mil millones, siendo.
En 2009 el cofundador de Oracle, adquirió el torneo de tenis de Indian Wells junto con sus instalaciones por US$ 100 millones y desde entonces ha invertido otros US$ 100 millones, convirtiéndolo en uno de los principales escenarios del tenis mundial.
Apodado el "quinto Grand Slam" ha pasado a ser un modelo de cómo un torneo puede ser rentable al tiempo que ofrece lujosas compensaciones para los jugadores y aficionados.
"Es muy importante para el tour tener a alguien como Larry comprando un gran torneo e impulsando otros eventos", dice Rafael Nadal, ganador en tres ocasiones del Indian Wells. Cada vez que va a competir, el tenista español se aloja en Porcupine Creek, la finca de 249 acres a 20 minutos del complejo deportivo que Ellison compró en 2011 por US$ 43 millones. Sin embargo, el empresario no está solamente buscando incrementar su fortuna con el torneo. Con la ayuda de Mark Hurd, co CEO de Oracle y aficionado al tenis al igual que él, quiere devolver a este deporte su lugar de protagonismo en EEUU y mejorar su rentabilidada a nivel global. "Cereo que simplemente tenemos que hacer algo para mejorar la calidad del tenis de EEUU", dice Ellison. Para conseguirlo, él y Hurd están tramando un tour de tenis estadounidense completamente nuevo, y quieren entrenar a los próximos Andre Agassi y Pete Sampras.
En torno a Indian Wells, en tanto, los planes son construir el equivalente para los fanáticos del tenis de lo que Las vegas es para los apostadores. "No compararía a Indian Wells aún con Mónaco, pero el desierto está cambiando", dice.
Ellison ya antes se ha embarcado en cruzadas deportivas. Su amor por la vela le llevó a su muy controvertido dominio de la Copa América, la culminación de décadas de proezas que han incluido roces con la muerte, y la construcción de un imperio inmobiliario en Malibú y Hawái.
En el período previo a la Copa América 2013, utilizó su fortuna y conexiones para crear los yates más rápidos que jamás se hayan visto. El resultado: barcos que viajan a más de 50 millas por hora, complaciendo a los espectadores y poniendo a la tripulación en riesgo.