¿Qué habría pasado si Paul Allen y Bill Gates se hubieran desanimado tras fracasar con el “Traf-O-Data”? Su primer microprocesador intentaba analizar datos sobre el tráfico de Seattle y orientar soluciones para la congestión. No funcionó, y la idea de los futuros creadores de Microsoft fue eventualmente reemplazada por la oferta del Estado de Washington de hacer lo mismo gratuitamente.
Para la sociedad Norteamericana tales “fracasos” son entendidos como experiencias necesarias para que un innovador alcance el éxito. Se entiende que el síntoma de un gran creador está en sus fracasos. El mismo Allen, hace pocos años, declaró que el error “favorito” de su carrera era el “Traf-O-Data”, porque “todo fracaso contiene la semilla de tu próximo éxito”. En esta línea, Thomas Watson (líder de IBM) ha dicho que “el camino hacia el éxito está en duplicar la frecuencia de fracasos”; y el inventor Charles Kettering que “el 99% del éxito se construye del fracaso”.
La actitud positiva ante el fracaso está presente en otras sociedades, como en Italia –donde vemos las frustraciones de Da Vinci plasmadas en sus cuadernos– o en Alemania –con los reveses académicos de Einstein. Otras culturas, por el contrario, parecieran ser implacables ante el fracaso: este es imperdonable y conlleva una condena pública, casi perpetua.
En Chile se ha comenzado a valorar la innovación, y como Grupo CAP nos sentimos orgullosos de haber sido distinguidos con el premio PwC a la Innovación 2014 por el proyecto minero auto-sustentable Cerro Negro Norte. En nuestra empresa, el exitoso desarrollo de tan ambicioso proyecto fue posible gracias a ideas y experiencias anteriores, y particularmente al aprendizaje resultante de aquellas que quedaran en el camino.
Mi propia experiencia en el mundo empresarial es consistente con aquella que tuviera en la academia. Allí son los valientes, los preparados para fracasar, quienes sorprenden con nuevas ideas. En aquel entorno tuve la fortuna de trabajar con estudiantes de los más diversos países y culturas. Y es impactante ver cómo la visión social del fracaso determina el riesgo que los individuos están dispuestos a tomar y, también, la dimensión de sus éxitos.
Sugiero entonces que, junto con impulsar la innovación, en Chile deberíamos promover la aceptación del fracaso. Sólo así veremos jóvenes dispuestos a experimentar. Desde nuestro ámbito nos comprometemos con esta visión, a la vez que invitamos a crear una sociedad más flexible … y con más fracasos.