El filósofo Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) es autor de más de 20 ensayos sobre filosofía, antropología y política. En los ‘80 escribió con el pensador marxista Carlos Fernández Liria dos obras críticas con las políticas del PSOE: Dejar de pensar y Volver a pensar.
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Con residencia en Túnez, donde se ha dedicado al análisis del mundo contemporáneo y a la realidad árabe, fue uno de los autores del primer manifiesto de Podemos, una formación que sigue apoyando, aunque a regañadientes. En esta entrevista, desde España, aborda la crisis del partido y las lecciones que podría sacar una fuerza como el Frente Amplio, que tiene como referente a Podemos. Analiza, por otra parte, el nuevo contexto de su país.
– Hace cinco años, en plena época de desconfianza política en España, Podemos ilusionó al electorado, sacudiendo el mapa político. Ahora, sin embargo, el partido vive inmerso en una crisis permanente sin final a la vista. ¿Qué ocurrió?
– Ocurrió algo que todos esperábamos: los medios del régimen del 78, el Ibex 35 y hasta el Ministerio del Interior (español) activaron una campaña feroz, compuesta de medias verdades y calumnias premeditadas, para desprestigiar una fuerza política que amenazaba los intereses del “turnismo partidista” pactado como marco minidemocrático de la transición. Pero ocurrió algo que no esperábamos: todo lo que se podía hacer mal, en términos organizativos y de discurso, Podemos lo hizo mal. En términos organizativos se inhabilitaron enseguida los espacios de deliberación y decisión, relativamente restringidos, surgidos del congreso fundacional, llamado Vistalegre I. En términos discursivos y políticos, el populismo se convirtió en oportunismo y la nueva política en muy vieja política. La visibilidad pública de las divisiones internas facilitó esta identificación de Podemos con la izquierda clásica de la que se había desmarcado ostentosamente.
– En 2018, traspasó las fronteras de España la noticia del chalet que compró el líder de Podemos, Pablo Iglesias, junto a la diputada Irene Montero, su pareja.
– Episodios concretos –como ese y su pésima gestión del escándalo– precipitaron la desafección de miles de “indignados” sin ideología que desconfiaban de la opacidad de las instituciones y de la hipocresía de los políticos; y que habían apoyado a Podemos por su rebeldía contra el sistema. Vistalegre II (el último congreso) cierra este rápido, intenso y frustrante periplo, convirtiendo a Podemos en un partido menos democrático que Izquierda Unida (IU) e intelectualmente más pobre que el PSOE.
– ¿Qué es lo que verdaderamente ocurre cuando quedan en evidencia los problemas de división interna y personalismos? ¿La falta de un proyecto político?
– En Podemos convivían desde el principio varios proyectos políticos y esto formaba parte de su vocación transversal e integradora: del trotskysmo a la socialdemocracia, sin olvidar el aluvión de rebeldes morales que se habían politizado con el Movimiento de los Indignados y confluyeron en Podemos contra la izquierda tradicional. Esas diferencias constituían una riqueza que habría que haber sabido gestionar. Para eso hubieran hecho falta marcos operativos de deliberación y decisión que, tras Vistalegre I, fueron inhabilitados en favor de una dirección centralizada, personalista y finalmente autoritaria. Toda la riqueza política, intelectual y organizativa inicial fue secándose en paralelo al alejamiento de muchos de los fundadores del partido y de cientos de potenciales cuadros desilusionados o marginados.
El final de este recorrido es un partido con un discurso mucho menos transversal y una organización mucho más soviética. El sensato proyecto político del comienzo, entre el marxismo ilustrado y la socialdemocracia histórica, pero sin etiquetas, ha quedado sumergido e inaudible en esta batalla autodestructiva. No por casualidad las etiquetas han reaparecido en cuanto el proyecto político se ha venido abajo.
– ¿Hay algo en el origen de estas formaciones –como Podemos en España o el Frente Amplio en Chile– que impida o dificulte su estabilidad? Nacen desde la protesta y en oposición al establishment, con un sistema diferente de toma de decisiones...
– Es indispensable recordar el elemento objetivo que impide la estabilidad de estas fuerzas: unas oligarquías dominantes, provistas de medios y recursos, que minan una y otra vez sus posibilidades de éxito. Dicho esto, es necesario recordar asimismo la dificultad de la izquierda para aceptar su propia pluralidad. Esa dimensión, si se quiere “idealista”, ha hecho mucho daño a todos los proyectos de transformación. Hay que decirlo claramente: lo que falta tanto a la derecha como a la izquierda es una verdadera tradición democrática. Hace falta, pues, trasladar al seno de los partidos de izquierda la combinación de democracia y Estado de Derecho que reivindicamos, casi siempre en el vacío, para los gobiernos; y eso quiere decir dos cosas: espacios amplios de deliberación y decisión y mediaciones procedimentales no burocráticas.
– ¿Las coaliciones alternativas pierden espacio ante la irrupción de la extrema derecha, en países como EEUU, Brasil o Italia? ¿La indignación cambió de eje y pasó desde la izquierda a la derecha?
– Desde 2011, donde vivimos algo así como una revolución democrática planetaria fallida (de las primaveras árabes al 15M, pasando por Gezi o Occupy Wall Street), el proceso de des-democratización global parece imparable. Yo hablaría de un Weimar global en el que las políticas neoliberales han jugado un papel destructivo central a la hora de explicar esta visible contracción defensiva en las cortas distancias –nacionalismos identitarios, xenofobia, neomachismos–, contracción explotada por “élites antiélites”, por utilizar una expresión de Amador Fernández Savater, allí donde las izquierdas han perdido el pulso de los sectores sociales más desfavorecidos. Trump y Bolsonaro, en todo caso, se diferencian de Salvini o Le Pen, en su decidida apuesta por el modelo neoliberal en su versión más extrema, con el consiguiente y desacomplejado costo ecológico que ya estamos sufriendo. Frente a todas estas fuerzas destructivas, económicas y políticas, la oposición más a la izquierda la representa probablemente el Papa Francisco, lo que da buena medida de la tragedia que estamos viviendo. El proyecto destropopulista de Steve Bannon para Europa, The Movement, lo sabe muy bien y por eso lo ha convertido en su enemigo principal.
– ¿Por qué tanto para Podemos como para el Frente Amplio chileno la posición sobre asuntos internacionales –como el caso de Venezuela– ha representado un problema? ¿Por qué les cuesta despercudirse de las posiciones históricas de la izquierda tradicional?
– No conozco bien las posiciones del Frente Amplio chileno. En Podemos han confluido toda clase de elementos, pero si algo aún se puede defender es su política internacional, de la que es responsable Pablo Bustinduy, diputado en el Parlamento y uno de los pocos grandes talentos que quedan en la formación: un fino analista de lo que él mismo llama “geopolítica del desastre” y un convencido y firme defensor de los DDHH. Al mismo tiempo, es verdad, en la medida en que Podemos se ha ido pareciendo más al Partido Comunista más ha ido regresando entre sus dirigentes la vieja lógica binaria de los bloques enfrentados, esquema que no sirve para comprender la complejidad del mundo y que acaba sacrificando a los pueblos y sus aspiraciones.
– ¿Qué lecciones políticas sacaría de la crisis de Podemos, sobre todo pensando en formaciones similares y más nuevas, como el Frente Amplio chileno?
– Tres muy rápidas. La primera es que en un mundo post-revolucionario y, al mismo tiempo, sometido a una constante violencia económica, se trata de desmontar, no de demoler. La segunda es que desmontar requiere partidos que hagan proposiciones concretas con vocación de mayoría, lo que implica también buscar modelos organizativos internos más parecidos a la realidad que se quiere transformar. Tras las últimas elecciones generales, Podemos decía con razón que el Parlamento español ahora se parece más a la gente; pero también los partidos tienen que parecerse más a la gente y menos a Juego de Tronos. La tercera lección es que los medios –y las redes– corrompen más aún que el poder y, sin abandonar ni unas ni otro, porque hoy la política se decide en parte en sus centelleos, hay que saber durar también ahí, como hay que saber durar en las instituciones, y para eso hace falta una estrategia que no sea puramente reactiva, contrapuntística y oportunista. Podemos se forjó en los medios y las redes y está quemándose en los medios y las redes. También esa batalla –en todo el mundo– la está ganando la ultraderecha.