Por Tobias Buck, Madrid
El momento que transformó a Ada Colau desde una importante activista a un nombre conocido vino en la mitad de una audiencia parlamentaria formal sobre la crisis inmobiliaria de España.
Una defensora veterana en contra de los desalojos, había sido invitada a instruir a los legisladores junto con un miembro senior de la asociación bancaria española. Colau habló calmadamente, pero el desprecio se notó. Girándose hacia el banquero, declaró: “este hombre es un criminal, y debería ser tratado como uno”.
Su intervención provocó una protesta. Sus críticos la reprendieron por abusar del escenario proporcionado por el Parlamento para teatralidad populista. Pero también fue alabada por hacer en público lo que innumerables españoles habían estado haciendo en privado desde el colapso de deuda del país alimentada por la burbuja inmobiliaria: apuntar el dedo de culpa a la ampliamente resistida casta de banqueros.
Hablando una semana después de su asalto retórico, Colau dice no arrepentirse: “es tan obvio que el comportamiento de los bancos en este país ha sido criminal”, afirma a FT. “Decir esto debería ser la regla, no la excepción”.
Los medios españoles han descrito a Colau, vocera de la Plataforma de Víctimas de Hipotecas, como “la representante mejor conocida de la indignación popular” en el país.
Su voz se escucha en la televisión o la radio casi todos los días, y su habilidad para hablar simple y con encanto sobre las complejidades del financiamiento hipotecario le ha dado seguidores leales, especialmente entre los más jóvenes.
Los partidarios insisten en que hay más en la plataforma (y su representante más famosa) que sólo protesta: el grupo ha surgido como una fuerza política eficaz e influyente, con el poder de persuadir al Parlamento y dominar los titulares.
El alza de movimientos de oposición es vista por muchos como un síntoma del malestar político general, exponiendo el fracaso de los partidos tradicionales de oposición como los socialistas para proveer un contrapeso serio al gobierno.