Por Borzou Daragahi
Tras graduarse de la escuela de Derecho entre los cinco mejores estudiantes de su clase, Amin Mohamed Jelassi buscó y encontró ofertas de trabajo de tiempo completo en dos bufetes de Túnez.
Pero los sueldos eran bajos, menos de US$ 500 mensuales, y la seguridad laboral estaba poco clara. Jelassi optó por quedarse con empleos ocasionales y trabajo de consultoría. En Túnez, tener un trabajo en el sector privado le haría más difícil obtener un puesto en el sector público, donde los sueldos son más altos.
“Uno de los requisitos es que tienes que haber estado mucho tiempo desempleado, dos o tres años después de obtener el título”, dice el hombre de 27 años. “Ninguno de los trabajos en el sector privado pagaba lo suficiente para que valiera la pena perder la oportunidad de obtener un empleo en el gobierno”.
Las autoridades de Túnez y los expertos están examinando las estructuras tributarias, códigos laborales y políticas que alientan el crecimiento de la economía informal y empleos desechables de sueldos bajos que provocan descontento y resentimiento.
Algunos economistas dicen que el tema del empleo de calidad está en el centro de las revueltas de hace dos años, que barrió con décadas de gobierno autocrático, iniciando una nueva era de libertad en medio de inestabilidad política e incertidumbre.
Pese a que la economía de Túnez creció durante el mandato del ex presidente Zine el-Abidine Ben Ali y la inversión extranjera se expandió, el tipo de empleos creados rara vez cumple las aspiraciones de la crecientemente educada juventud tunecina.
Empresas francesas e italianas en su mayoría usan a Túnez para establecer plantas de ensamblaje que utilizan empleos de baja capacitación, en lugar de construir una base económica creciente que podría expandir la base tecnológica del país y las capacidades profesionales de los trabajadores.
“Crearon empleos de bajo valor agregado y de corto plazo”, dice Antonio Nucifora, economista jefe de la división en Túnez del Banco Mundial. “Podría llamar a Túnez una gran fábrica de ensamblaje en los márgenes de Europa”.
China se transformó a sí misma en una potencia económica con esos empleos de baja capacitación y altamente inseguros, pero los tunecinos quieren más. Cerca de un 30% son universitarios y 57% de los que ingresan al mercado laboral tienen algún tipo de educación superior.
Tienen altas aspiraciones y se ven a sí mismos a través del prisma de Occidente, principalmente Francia. Según la Organización Internacional del Trabajo, una división de Naciones Unidas, la tasa de desempleo de los tunecinos con título universitario subió desde 14% en 2005 a 22% en 2009, mientras que cayó para quienes no tienen estudios secundarios.
Expertos económicos han identificado varias formas en que las actuales políticas del gobierno están bloqueando los esfuerzos por crear empleos deseables. Una de ellas es la disparidad entre las condiciones laborales del sector público y el privado. Enfrentados con la inseguridad de trabajar en el sector privado, muchos jóvenes escogen esperar un empleo en el sector público, que generalmente ofrece sueldos más altos, un mayor prestigio y mucha más seguridad que trabajar para empresas multinacionales.
Pero mientras esperan un trabajo público, los graduados son castigados por aceptar empleos bajo un sistema de puntos que premia a quienes se mantienen desempleados. Ante eso, los graduados están aceptando puestos informales hasta que obtienen empleo en un ministerio.
Los expertos también afirman que los códigos empresariales desalientan la inversión privada de largo plazo, al someter a las empresas orientadas hacia el mercado tunecino a un duro conjunto de regulaciones y códigos empresariales. Entre tanto, las empresas que exportan reciben de garantía toda clase de incentivos y alivios tributario, lo que desalienta a las firmas nacionales y extranjeras a integrarse a la economía tunecina.
El código laboral local desincentiva la inversión a largo plazo al dar a las empresas total flexibilidad para contratar y despedir empleados los primeros cuatro años y exigir luego vínculos de largo plazo, lo que desincentiva a las empresas a cultivar empleos de largo plazo.
El sector agrícola también está mal estructurado y fomenta una inversión errada, según expertos. Aunque otorga un 18% del empleo en algunas de las zonas más pobres y un 12% del PIB, no hay incentivo para la creación de plantas procesadoras que podrían sumar valor a la producción local de aceitunas y dátiles.
“Actualmente, el mejor escenario es que vengan inversionistas españoles y exploten el agua, la tierra y la gente y se lleven los tomates de vuelta a España”, dice Laith Ben Bachir, líder de un sindicato agrícola.
Nucifora cree que hay un creciente consenso de que las políticas están en las raíces del malestar local.
“Realizar las reformas es urgente, ya que demorará que hagan efecto, atraigan una inversión de mejor calidad y creación de empleo, y cambien para mejor las dinámicas del desarrollo económico local”.
“Los graduados trabajan en el sector público porque en el privado sólo hay empleos de baja calificación”, advierte.