El Grupo de las 20 economías líderes (G20) probó su coraje en 2009 cuando los líderes se unieron para evitar la depresión que los amenazaba. Cuatro años después, el espíritu de unidad está roto, y la coordinación política es vacilante, si es que existe. Los desafíos de hoy son distintos, pero la crisis –política y económica- vuelve a estar en el aire. El mundo necesita que los líderes del G20 reaviven su voluntad de trabajar juntos cuando se reúnan en San Petersburgo esta semana.
La perspectiva de un inminente ataque de Estados Unidos a Siria se cierne sobre la cumbre. Pero es también una oportunidad diplomática. El presidente Barack Obama debe aprovechar al máximo los encuentros bilaterales con los líderes de Rusia, China y Arabia Saudita. Estos Estados, a su vez, deben cumplir su deber de devolver a su botella al genio liberado al lanzar gas a los ciudadanos sirios.
Las acciones de EEUU serán ahora decididas en el Capitolio. Pero la habilidad de Obama de lograr un entendimiento con otros líderes será importante para el período posterior a cualquier ataque, en terreno en Siria y en términos de efectos secundarios diplomáticos. Podría incluso devolver votos hacia Washington.
La crisis económica está ahora en el mundo emergente, cuyo “desacoplamiento” está siendo dolorosamente refutado. Estaba montando una ola de estímulo monetario que llegó como capital estadounidense y órdenes chinas por commodities. La marea se está devolviendo, confrontando a las economías emergentes con el dilema de cómo sostener el crecimiento, al tiempo que contienen los flujos de salida de capital.
El mayor actor en este drama es la Reserva Federal, que establecerá la política monetaria como considere mejor para EEUU. Pero las autoridades que se reúnan en Rusia pueden actuar para moderar la crisis.
Incluso las conversaciones son valiosas: entre más se entiendan, menor será el riesgo de sorpresas. La previsibilidad es la receta correcta para calmar la ansiedad de los mercados.
El G20 puede llegar a acuerdo sobre los principios básicos para abordar la crisis, como el compromiso de limitar el uso de controles de capital. Los controles pueden ser de ayuda, pero más para detener los influjos desestabilizadores que para atrapar al capital que quiere huir. Los controles de salida de capital deberían usarse sólo en caso extremos (como en Chipre).
Finalmente, los bancos centrales pueden ayudar a evitar las profecías autocumplidas al establecer más líneas de canje para mitigar las crisis de balanzas de pago. La mayoría de los mercados emergentes están en mejor forma que en las décadas anteriores, con reservas sustanciales, monedas flotantes y posiciones netas de activos externos decentes. Si se desencadena la crisis en una de las economías más vulnerables, el riesgo de contagio puede ser minimizado por el G20 si adopta las medidas correctas esta semana.