La semana pasada se informó que la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera superó las 400 partículas por millón por primera vez en 4,5 millones de años. También que seguirá subiendo a una tasa de unas dos partículas por millón cada año. A este ritmo, podría llegar a 800 partículas por millón a fin de siglo. Así, todo el debate sobre mitigar los riesgos del cambio climático queda en palabras vacías.
Colectivamente, la humanidad ha bostezado y deja que los peligros se acumulen. El profesor Sir Brian Hoskins, director del Instituto Grantham para el Cambio Climático del Imperial College de Londres, destaca que la última vez que las concentraciones fueron tan altas “el mundo en promedio era tres o cuatro grados Celcius más cálido que hoy. No había una capa de hielo permanente en Groenlandia, los niveles del mar eran mucho más altos, y el mundo era un lugar muy diferente, aunque no todas estas diferencias puedan estar directamente vinculadas a los niveles de CO2”.
Su advertencia es adecuada. No obstante, el efecto invernadero es ciencia básica: es por lo cual la Tierra tiene un clima más agradable que la Luna. El CO2 es un conocido gas invernadero. Hay efectos positivos de la retroalimentación entre el aumento de temperaturas a través de la cantidad del vapor de agua en la atmósfera, por ejemplo. En resumen, la humanidad está realizando un experimento climático enorme, sin control y con seguridad irreversible en el único hogar que probablemente tenga. Es más, si uno juzga de acuerdo a la ciencia básica y la opinión de la amplia mayoría de los científicos calificados, el riesgo de un cambio calamitoso es enorme.
Lo que hace la inacción aún más destacable es lo que hemos escuchado con tanta histeria sobre las graves consecuencias de acumular una gran carga de deuda pública para nuestros hijos y nietos. Pero todo lo que se está legando son reclamos financieros de alguna gente sobre otra. Si ocurre lo peor, habrá un default. Alguna gente estará infeliz, pero la vida continuará. Heredar un planeta en caos climático es una preocupación mayor. La gente no tiene otro lugar donde ir y ninguna forma de reiniciar el sistema climático del planeta. Si vamos a tener un enfoque prudente sobre las finanzas públicas, con seguridad deberíamos tenerlo de algo irreversible y mucho más costoso.
¿Entonces por qué nos estamos comportando así?
La primera razón y más importante es que, tal como la civilización de Roma se basó en los esclavos, la nuestra depende de los combustibles fósiles. Lo que ocurrió al comienzo del siglo XIX no fue una “revolución industrial” sino una “revolución energética”. Lo que hacemos es meter carbón en la atmósfera. Lo que solía ser un estilo de vida intensivo en energía de los países hoy de altos ingresos se ha vuelto global. La convergencia económica entre países emergentes y de altos ingresos está aumentando más rápidamente la demanda energética que lo que la reduce la eficiencia energética. No sólo aumentan las emisiones agregadas de CO2 sino incluso las emisiones per cápita. La última es impulsada en parte por la dependencia china de las termoeléctricas.
Una segunda razón es la oposición a cualquier intervención al libre mercado. Sin duda, parte de esto se debe a intereses económicos, pero no subestime el poder de las ideas. Admitir que una economía libre genera un enorme costo global externo es admitir que la regulación gubernamental a gran escala propuesta con tanta frecuencia por los odiados ecologistas se justifica. Para muchos liberales clásicos, esta idea es insoportable. Es mucho más fácil negar la relevancia de la ciencia.
Un síntoma de esto está dando manotazos de ahogado. Se destaca, por ejemplo, que las temperaturas globales promedio no han aumentado recientemente, aunque son mucho más altas que hace un siglo y hubo antes períodos de temperatura descendente dentro de una tendencia en ascenso.
Una tercera razón podría ser que la presión de responder a las crisis inmediatas ha consumido casi toda la atención de las autoridades en los países ricos desde 2007.
Una cuarta es creer que, de suceder lo peor, el ingenio humano hallará formas de manejar los peores efectos del cambio climático.
Una quinta es la complejidad de alcanzar acuerdos globales efectivos y aplicables sobre el control de emisiones entre tantos países. Por eso no sorprende que los acuerdos actuales son más apariencia de acción que una realidad.
Una sexta es la indiferencia frente a los intereses de las personas que nacerán en un futuro relativamente distante. Como dice la vieja canción: “¿Por que deberían importarme las futuras generaciones? ¿Qué han hecho por mí?”.
Y la última (y vinculada) es la necesidad de lograr un equilibrio justo entre países pobres y ricos y entre aquellos que emitieron la mayor cantidad de los gases invernaderos en el pasado y aquellos que emitirán en el futuro.
Mientras más se piensa en el desafío, más imposible parece avizorar una acción efectiva. En vez de eso, miraremos el aumento de la concentración global de gases invernaderos. Si resulta que llevan al desastre, será demasiado tarde para hacer algo al respecto.
¿Qué podría cambiar el rumbo? Creo que no tiene sentido hacer demandas morales. La gente no hará nada porque está mayormente preocupada por sí misma para eso.
La mayoría cree que una economía baja en carbón sería una de privación universal. Nunca aceptarán algo así. Esto vale tanto para la gente de los países ricos, que quiere conservar lo que tiene, como para la del resto del mundo, que quiere disfrutar lo que tienen sus pares del mundo desarrollado. Por lo tanto, una condición necesaria, aunque no suficiente, es una visión políticamente vendible de una próspera economía baja en carbón, algo que la gente no ve actualmente. Hay que invertir importantes recursos en tecnologías que permitan tal futuro.
Pero no es todo. Si dicha posibilidad parece más creíble, también hay que desarrollar las instituciones que puedan proveerlas.
Actualmente no existen ni las condiciones tecnológicas ni institucionales. En su ausencia, no hay voluntad política para hacer algo sobre el proceso que impulsa nuestro experimento climático. Sí, hay debate, pero ninguna acción efectiva. Si eso ha de cambiar, debemos empezar por ofrecer a la humanidad un futuro mejor. Miedo a un horror distante no es suficiente.