Por Guy dinmore
Innumerables cajas con libros ya habían sido transportadas a través de Roma al departamento que los esperaba. La oficina había sido despejada y una pareja mayor esperaba la tan ansiada jubilación. Las maletas estaban listas para unas vacaciones en la isla de Capri.
Eso fue el domingo antepasado; luego vinieron las llamadas telefónicas. Giorgio Napolitano, en las últimas semanas de su mandato de siete años como presidente de Italia, escuchó las súplicas de los líderes políticos del país para asumir un segundo periodo. Era la única solución para un Parlamento incapaz de acordar la formación de un nuevo gobierno, dos meses después de unos comicios que no dejaron un ganador claro, o de elegir a un sucesor de Napolitano. “Haz lo que tengas que hacer”, dijo Clío, su mujer. Reacio, Napolitano respondió al llamado del deber.
El lunes siguiente, en vez de entregar su renuncia, como estaba previsto, el político de 87 años criticó en el Parlamento a los políticos por ser incapaces de trabajar juntos y a la corrupción en sus filas. Y les ordenó terminar con la parálisis, mientras contenía las lágrimas.
“Fueron las palabras más duras que han escuchado los partidos jamás”, admitió el parlamentario centrista Andrea Romano.
Casi toda la Cámara se levantó para aplaudir. Silvio Berlusconi sonreía. El ex primer ministro, que hace 18 meses debió entregar el gobierno de centro derecha en medio de un escándalo al tecnócrata Mario Monti, veía cómo el ex comunista Napolitano ordenaba a los Democráticos de centro izquierda acordar una coalición.
“Rey Giorgio”, como se conoce al estadista más respetado de Italia, se ha movido con rapidez para lograr la formación de un gobierno. El miércoles nominó a Enrico Letta, vicepresidente de los Demócratas. Tras superar una objeción de último minuto de Berlusconi, está previsto que Letta asuma como primer ministro, pero hay pocas dudas de que será un gobierno presidencial, lo que aumenta el debate en torno al papel de Napolitano como poder detrás del trono. “Letta es capaz, pero el verdadero hombre fuerte en este gobierno es Napolitano”, dice Romano.
Se espera que el nuevo gobierno logre la mayoría parlamentaria de dos tercios necesaria para cambiar la Constitución y pasar a un sistema al estilo francés con un jefe de Estado de elección directa, una idea que Berlusconi respalda con fervor. Se dice que Napolitano rechaza tener más poder y prefiere ver una reforma del bizantino sistema legislativo italiano.
La forzada intervención de Napolitano de la semana pasada es la segunda. A fines de 2011, cuando la deuda pública italiana de 2 billones (millones de millones) de euros estaba en el centro de la crisis de la eurozona, los líderes europeos hicieron gestiones ante él para que presionara a Berlusconi a dejar de aplazar las reformas. En Bruselas, todos apuntaban al ex comisionado europeo Monti como sucesor. Napolitano sólo pudo convencer a Berlusconi de renunciar tras perder una votación parlamentaria.
El presidente rápidamente acomodó a Monti, para furia de la izquierda, que exigía elecciones, a pesar de un riesgo de colapso en el mercado.
Achille Occhetto, conocido como “el último comunista” de Italia tras disolver el partido en 1991, ha sido un duro crítico de Napolitano. Lo acusa de sobrepasar sus facultades y crear las condiciones para el regreso de Berlusconi y el auge del movimiento anti establishment Cinco Estrellas de Beppe Grillo.
Nacido en 1925 en Nápoles, Napolitano se unió al Partido Comunista tras la Segunda Guerra Mundial y entró al Parlamento en 1953, donde estuvo casi sin interrupción hasta 1996, pasando del comunismo al “socialismo europeo”, como escribió en su autobiografía de 2005. Su transición demoró dos décadas. En 1956 justificó el golpe de Moscú a la oposición en Hungría, pero en 2006 depositó flores en la tumba de Imre Nagy, líder del levantamiento húngaro ejecutado en 1958.
Ya en 1968, Napolitano seguía los vientos de cambio. Apoyó la condena de su partido a la represión soviética de la Primavera de Praga. En los ‘70, cuando el PC italiano se dividió, pasó al ala derecha del partido, que apoyaba la integración europea. Cuando Washington abrió el diálogo con el mayor partido comunista de Europa, Napolitano viajó en 1978 como el funcionario de mayor rango del PC en visitar EEUU, donde se afianzó su fama de moderado. Henry Kissinger lo llamó “mi comunista favorito”. Su respuesta: “su ex comunista favorito”.
En medio de los temores a que una salida anticipada de Napolitano atemorice a los mercados, su retiro podría aplazarse. Capri debe esperar.