Una peculiaridad acerca de las “ordas” de obreros robot que supuestamente están a punto de quitarnos nuestros empleos (dejando a la humanidad para que vea televisión durante el día y sobreviva gracias a una renta básica universal), es que las personas que precisamente se ganan la vida desarrollando esos robots tienden a desacreditar esta visión del futuro.
Junji Tsuda sabe de lo que habla. Su compañía, Yaskawa Electric, vende anualmente US$3 mil millones en robots a las fábricas de automóviles. “El cerebro del robot se está desarrollando increíblemente rápido. El mayor problema son las manos que hacen el trabajo”, dijo el año pasado. “No van a desarrollarse en una curva exponencial, como las computadoras. Va a ser un crecimiento lineal y constante”.
Estos sueños de androides reflejan una creencia equivocada de que la “tecnología” avanza rápidamente y, por lo tanto, todos y cada uno de los problemas tecnológicos se solucionarán en un lapso razonable. Los robots existen; la tecnología se está desarrollando rápidamente; por lo tanto, los robots pronto se apoderarán del mundo.
Esta lógica está errada. De hecho, diferentes tecnologías avanzan a diferentes velocidades y por diferentes razones, vinculadas a la realidad física de la forma en que trabajan. Entender mal esto conduce a una mala política económica, a inversiones insensatas y, no menos importante, a la complacencia acerca de cómo lidiar con el cambio climático.
Los verdaderos avances –momentos de asombro como el descubrimiento del grafeno en 2004– son imposibles de predecir. Pero el avance de las tecnologías existentes puede proceder de una manera lo suficientemente constante como para ocasionar la creación de “leyes”.
La ley de Moore es la más famosa: el número de transistores en un chip de computadora, y por lo tanto el poder de cómputo, se duplica cada dos años. También existen reglas similares que se aplican a otras tecnologías.
Tomemos las baterías como un ejemplo de cómo el ritmo del progreso puede variar.
La energía almacenada por gramo de batería ha estado mejorando en un promedio de 4% anual desde hace más de un siglo. Por el contrario, el número de transistores por chip de computadora ha aumentado en un 38% al año durante aproximadamente los últimos cuarenta años, de acuerdo con la ley de Moore.
Clasificación de tecnologías
El científico de gestión Jeffrey Funk establece algunos mecanismos subyacentes de estos avances. Ciertas tecnologías dependen del desarrollo de nuevos materiales; algunas del aumento constante del tamaño de un dispositivo; y otras precisamente de lo contrario, la reducción constante del tamaño de un dispositivo. En cada caso existen implicancias marcadamente diferentes que influirán en qué tan rápido avanzará la tecnología.
Las baterías pertenecen a la primera clasecategoría Actualmente tienen una apariencia muy similar a la que tenían hace un siglo, pero el material utilizado ha cambiado, poco a poco, desde el plomo al níquel y al litio. Ésta es una razón para cuestionar el futuro de los vehículos eléctricos y mantener abierta la posibilidad de desarrollar células de combustible en su lugar.
Más que tecnologías, los robots son sistemas, pero en términos físicos son similares a las baterías en el sentido de que su progreso no es una cuestión de modificar dimensiones. Un brazo robótico tiene que ser de un cierto tamaño. Sólo puede avanzar mejorando, no siendo más grande o más pequeño.
Una segunda clase de tecnologías mejora a medida que aumenta en tamaño. El costo de una tubería depende de su radio, pero la cantidad capaz de pasar a través de ella depende del radio al cuadrado, por lo que las plantas químicas crecen de manera más eficiente con una mayor escala. Los aviones de pasajeros –básicamente unos grandes tubos de metal– funcionan de la misma manera. He ahí la razón de la existencia del Airbus A380 con 555 asientos.
Las turbinas eólicas también funcionan mejor a una escala más grande. En lugar de esforzarse en construir una gran cantidad de pequeñas turbinas en tierra, puede que tenga más sentido invertir en el desarrollo de modelos más grandes y construirlos en el mar.
La tercera clase de tecnología –los chips de computadora, el almacenamiento óptico de datos o la tecnología de secuenciación del genoma subyacente, por ejemplo– mejora a medida que se vuelve más pequeña. En pocas palabras, si se pueden reducir la altura, la anchura y la profundidad de un objeto a la mitad, entonces se pueden incluir ocho veces más de ese objeto en el mismo espacio.
Las tecnologías relacionadas con la informática, como la inteligencia artificial, cuentan con el mayor potencial de un rápido avance. Es más fácil imaginarse a los vehículos sin conductor rutinariamente en las carreteras en un futuro cercano –en gran medida un reto de computación– de lo que es imaginarse a los robots en el pavimento al lado de ellos. Las computadoras pueden sustituir a una gran cantidad de conductores, pero será más difícil que los robots sustituyan a los carteros.
Lección tecnológica
Una lección, entonces, es que necesitamos calmarnos cuando pensemos en los androides. Pero la lección importante, a nivel de política, es que no nos podemos sentar a esperar que la innovación nos salve del cambio climático. Las tecnologías pertinentes –tales como la solar, la eólica y, sobre todo, las baterías– no tienen el potencial para un progreso exponencial. Más bien, tenemos que invertir en nuevas ideas mientras que, en este momento, usamos los impuestos sobre el carbono para promover la implementación de tecnologías verdes menos eficientes.