La complacencia es más un resultado que una coordinación.
Los ministros de Finanzas del Grupo de las Siete economías más grandes del mundo (G7) se reunieron en una atmósfera diferente a la de muchas de sus reuniones anteriores. La energía nerviosa de manejo de crisis cedió al trabajo lento de maniobrar las máquinas económicas del mundo desarrollado. Si quedó una sensación de preocupación, también quedó el riesgo de la complacencia.
La economía global se ha desacelerado desde hace un tiempo. La eurozona está en recesión. La semana pasada el Banco Europeo para la Reconstrucción y Desarrollo añadió a la lista de crecimiento balbuceante a Europa emergente y Asia central, y más significativamente a Rusia.
Y sin embargo el goteo de buenas noticias todavía no termina. En Reino Unido, los números positivos en la industria manufacturera impulsaron a un pronosticador a estimar un crecimiento de 0,8% en los últimos tres meses.
Las cifras de empleo en EEUU han sido mejor de lo esperado y revisados al alza. La experimentación monetaria radical está estimulando la economía de Japón. Esto está lejos de ser satisfactorio, pero igualmente lejos de la crisis que las autoridades veían de frente hace unos años.
Deben alabar a su suerte por la capacidad de recuperación de sus economías, que han probado ser sorprendentemente capaces de superar los errores de política que se han lanzado sobre ellas.
Desde el fracaso de Europa por recapitalizar de forma apropiada sus bancos, hasta la arriesgada política financiera de Capitol Hill, expuesta otra vez en el debate por el techo de la deuda.
Es poco probable que las reuniones del G7 sirvan para unir fuerzas en torno al crecimiento. Como mucho, estarán de acuerdo en estar en desacuerdo, que no es mucho de lo que puedan dar cuenta en su regreso a casa, pero es preferible a la alternativa.
Otros países parecen preparados para dejar que Japón deprecie el yen, que podría ser muy positivo en el crecimiento a corto plazo, pero sólo si Japón no busca explícitamente debilitar la moneda. Ese acuerdo debería ser reafirmado.
Tampoco hay una voz común en otros asuntos monetarios y fiscales. La indulgencia en estos desacuerdos refleja el éxito inicial del G7 en una estabilización fiscal y financiera coordinada, lo que hizo que la crisis fuera menos aguda.