Por Simon Kuper
Cuando Alex Ferguson llegó al Manchester United en 1986, el club era un desastre. No había ganado un solo campeonato de liga en 19 años. Sus jugadores se deleitaban en largos “almuerzos” líquidos en los pub, en los cuales no se comía ni un solo panecillo. Sir Alex, un antiguo barman que, como muchos escoceses ambiciosos, había llegado a ver el alcohol como enemigo, estaba disgustado.
Después de sus triunfos en Escocia, podía haber concluido que la cultura del Manchester United estaba podrida y necesitaba ser arrancada de raíz. Pudo haber tomado el club por asalto como un director ejecutivo tiránico y ególatra, pero no lo hizo. En vez de eso, pasó sus primeros meses en Old Trafford hablando con toda clase de gente, desde limpiadores de ventanas y aficionados del equipo hasta antiguos jugadores legendarios, tratando de comprender los valores del club.
Luego se dedicó a personificar esos valores, con lemas como “el United juega un fútbol agresivo”, y “el mundo está contra el United”. Sir Alex siempre supo interpretar la esencia de la cultura de un equipo de fútbol. Según Jorge Valdano, el jugador argentino devenido en filósofo del fútbol, el escocés “le saca la sangre a la historia de un club, y puede interpretar el sentimiento de su apoyo”.
Sir Alex se retira del Manchester United este mes a la edad de 71 años como el director técnico más ganador de trofeos en la historia del fútbol inglés. Su carrera contiene lecciones para gerentes en todos los sectores, pero a pesar de su reputación de dictador irascible, muchas de esas lecciones tienen que ver con la humildad, la serenidad y el aprender de otros.
A pesar de su éxito, Sir Alex nunca se engañó pensando que lo sabía todo. Siempre siguió aprendiendo. Del jugador francés Eric Cantona, que llegó al club en 1992, Sir Alex aprendió que los futbolistas británicos no se toman su oficio suficientemente en serio. De la biografía de 900 páginas de Abraham Lincoln escrita por Doris Kearns Goodwin, “Equipo de Rivales”, aprendió cómo manejar personalidades enfrentadas dentro de una organización.
Sir Alex se pasaba varias horas al día hablando por teléfono, recolectando información de ex jugadores y colegas. Su enorme red se extendía mucho más allá del fútbol. Cada contacto era cultivado hasta la muerte. (Posiblemente nadie asistió a más entierros, escribió su biógrafo Patrick Barclay). Cuando el ministro de Deportes del Reino Unido lo ofendió en una reunión, Sir Alex simplemente cogió el teléfono y llamó a su número directo al entonces primer ministro Tony Blair para quejarse.
Para Sir Alex, el conocimiento era poder. Nada se movía dentro de Old Trafford sin que él lo supiera. Conocía los hábitos de inodoro antes que el juego de sus jugadores (y verificaba si iban más de la cuenta).
También sostenía largas llamadas telefónicas con los líderes de los fanáticos. En 2004, uno de ellos le habló de un grupo de refugiados iraníes kurdos que vivían en los suburbios de Manchester, fanáticos que guardaban billetes de partidos y fotos del estadio como recuerdos, y que habían sido erróneamente arrestados por la policía bajo sospecha de conspirar para volar Old Trafford. Discretamente, Sir Alex arregló para que asistieran a una práctica cerrada del equipo. Después de todo, eran seguidores del club, y a los seguidores hay que tenerlos contentos (o en este caso, extasiados).
También era un director técnico sereno. Aun cuando una crisis dejara estupefacta a la nación –la patada kung-fu de Cantona a la cabeza de un fanático en el Palacio de Cristal, el zapato de fútbol que Sir Alex pateó a la cara de su jugador estrella David Beckham– nunca cambió de política. Sir Alex sabía que los escándalos se apagan. Su vista estaba fija en el largo plazo.
A veces vendía jugadores en su mejor momento, mirando hacia el futuro. En 2003, por ejemplo, vendió a Beckham por 24,5 millones de libras y compró al entonces desconocido adolescente portugués Cristiano Ronaldo por la mitad de esa suma. El cambio parecía riesgoso: resultó brillante. Ronaldo, ahora con el Real Madrid, ha madurado hasta llegar a ser uno de los mejores jugadores del mundo.
En 2004, Sir Alex gastó dos años del presupuesto de transferencias en el adolescente Wayne Rooney, sabiendo que el delantero todavía no estaba listo. Mientras formaba el equipo Rooney-Ronaldo, Sir Alex pasó tres temporadas sin ganar la liga, pero sabía que estaba más allá del despido. Su éxito previo le daba la libertad de pensar a largo plazo.
Por eso es lógico pensar que ha planeado su sucesión. No es coincidencia que David Moyes de Everton, el favorito de los corredores de apuestas, sea un coterráneo de Glasgow. Sir Alex nació en el distrito Govan de Glasgow el último día de 1941, cuando la mayoría de los hombres de la localidad trabajaban en la construcción de buques de guerra.
Una niñez de clase obrera en el oeste de Escocia es casi la norma para los grandes directores técnicos de fútbol británicos. Los tres que se consideran la santa trinidad antes de Sir Alex –Sir Matt Busby, Bill Shankly y el héroe de Sir Alex, Jock Stein– también la vivieron. “El éxito que he tenido manejando hombres se debe en gran parte al haberme criado entre los obreros de Clydesdale”, escribió Sir Alex.
El Glasgow industrial le dio a Sir Alex sus valores fundamentales: solidaridad de grupo y liderazgo de macho alfa. Para Sir Alex, igual que para Moyes, estos valores se traducen en la política de izquierda: ambos son simpatizantes del Partido Laborista.
Pero nadie puede reemplazar a Sir Alex. Stefan Szymanski, profesor de economía en la Universidad de Michigan, ha compilado un “Índice de Futboleconomía” de los directores técnicos híper triunfadores de Inglaterra: hombres que llegaron a las posiciones más altas de la liga en relación con los presupuestos salariales de sus clubes, entre 1974 y 2010. Sir Alex ocupa el segundo lugar en el índice, después de Bob Paisley de Liverpool.
En resumen, el escocés añade un valor excepcional a sus equipos. Esto ha sido más evidente desde 2003, cuando primero el Chelsea y después el Manchester City comenzaron a gastar más que Manchester United en salarios. Aun así, el equipo de Sir Alex ha ganado cinco de los últimos siete campeonatos de la Liga Premier. Probablemente ningún sucesor pueda igualar esto, y ahora el Manchester United tendrá que vivir su declive.