Por Stefan Wagstyl
Los mercados emergentes están en las garras de una ola de protestas públicas sin precedentes. Hoy es Brasil. Hace unos días era Turquía. Antes eran Rusia, Indonesia, India y Sudáfrica, países que vieron grandes manifestaciones en 2012. Y antes de eso, era Egipto y la Primavera Árabe.
Es peligroso establecer paralelismos entre países con condiciones políticas, económicas y sociales muy diferentes. Mientras que el presidente ruso Vladimir Putin fue elegido para un tercer mandato, su régimen autoritario tiene poco que ver con el pluralismo democrático que caracteriza a Brasil, Turquía, India y hasta Indonesia. Las fuerzas islamistas que han jugado un papel clave en Turquía y Medio Oriente son insignificantes en otra parte. Sudáfrica es única en su sufrimiento del venenoso legado del apartheid. En Brasil e India la corrupción oficial ha sido un gran blanco de los manifestantes. En India e Indonesia, han sido los recortes a los subsidios de los combustibles.
Pero la actual ola de ira pública es más que una coincidencia. En primer lugar, las protestas crían protestas. Igual que las manifestaciones europeas de fines de los ‘60 y la revuelta anti-comunista en Europa Oriental de 1989-1991, el fervor de la protesta se riega rápidamente atravesando fronteras. Las autoridades se pueden mover con mucha rapidez a suprimir la información, como hicieron en los Estados del Golfo cuando las protestas de la Primavera Árabe llegaron a Egipto a fines de 2010. Pero la comunicación móvil e Internet les han dado la ventaja a los manifestantes.
En segundo lugar, las manifestaciones toman lugar contra un fondo de dificultades económicas globales. Aunque los mercados emergentes crecen mucho más rápido que el mundo desarrollado, aquellos también enfrentan desafíos económicos, desde el desempleo juvenil en los países árabes, a los pobres servicios públicos en Brasil, y un déficit fiscal impulsado por los subsidios en India.
Asimismo, un buen número de los países golpeados por las protestas son gobernados por administraciones veteranas que pueden lucir anticuadas a la juventud. Putin ha dirigido Rusia desde 2000 y Erdogan, Turquía desde 2002. En Brasil, el Partido de los Trabajadores ha estado al frente desde 2003. En Sudáfrica, el Congreso Nacional Africano ha estado al frente desde 1994. En India, el partido gobernante, Congreso, ha estado en el poder por todos menos nueve años desde la independencia. En Egipto, las protestas de 2011 derrocaron un régimen que había gobernado desde los ‘50.
Finalmente, miremos a los niveles de ingresos. India e Indonesia son países relativamente pobres con ingresos anuales per cápita de
US$ 4.000 y US$ 5.000 respectivamente, en base a la paridad del poder adquisitivo. No es sorprendente que los manifestantes se hayan enfocado en un asunto económico básico, el costo de los combustibles.
En Sudáfrica, Brasil, Turquía y Rusia, los ingresos se extienden de US$ 12.000 a US$ 18.000, el punto alto de la proyección para los países con economías emergentes y el nivel en que las clases medias comienzan a hacer demandas más extensas. Con las necesidades básicas mayormente satisfechas, adoptan una mirada más amplia y presionan para lograrlo todo, desde mejores servicios públicos (Brasil), libertades sociales (Turquía), participación política (Rusia), y un fin a la brutalidad policial (Sudáfrica).
Entre los pocos mercados emergentes que han logrado las condiciones del mundo rico desde la Segunda Guerra Mundial, sólo dos son países de tamaño considerable, Corea del Sur y Taiwán (los otros son Singapur y Hong Kong). En los ‘80, los regímenes autoritarios en Corea del Sur y Taiwán se vieron obligados por manifestaciones públicas a liberalizar su control del poder. Es intrigante que sus niveles de ingresos eran más o menos comparables a los de Brasil, Sudáfrica, Turquía y Rusia hoy en día.
Pero la historia no determina el futuro. Países ricos en materias primas como Rusia podrían resistir la liberalización, como lo han hecho algunos Estados del Golfo. Y entonces tenemos a China: hasta ahora el Partido Comunista ha conservado su control del poder, pero los ingresos medios (US$ 9.000 el año pasado) están llegando a niveles en que la clase media quiere más que dinero.
Los que apoyan la liberalización –social, económica y política– no pueden dar nada por sentado. Pero quizás el tiempo esté de su parte.