Por Hugh Carnegy, París
François Hollande hizo un esfuerzo por aparecer alegre mientras realizaba obedientemente una visita de Estado a Marruecos la semana pasada, bromeando sobre la lluvia que siempre parece seguirlo en sus viajes al extranjero.
Pero su sonrisa forzada, su mirada errante y sus dedos moviéndose de forma nerviosa delataron lo que debió haber sido dos días de tortura pública mientras una crisis política para su gobierno en aprietos estallaba en París.
La polémica admisión de Jérôme Cahuzac, hasta el mes pasado el ministro a cargo de la sensible cartera de Presupuesto, de que había mentido en reiteradas ocasiones respecto de tener una cuenta bancaria secreta en Suiza ha dejado a Hollande batallando para mantener su presidencia estable.
La ministra de Agricultura y ex asesora cercana a Hollande admitió que fue “un momento extremadamente difícil”.
Un alto funcionario de la administración pública de Francia comentó: “esta es una situación sin precedentes: un presidente con un apoyo público ya bastante débil luego de un año de asumir; una situación económica y social muy difícil; una oposición en proceso de radicalización; un gran escándalo que seguirá escurriendo”.
No es sólo una preocupación para Francia. Con la zona euro estancada en recesión, mucha de la atención está puesta en si es que Hollande puede hacer aprobar las reformas de las finanzas públicas y resolver otras debilidades estructurales para regenerar la esclerótica economía de Francia y así ayudar a Europa en el camino de la muy necesitada recuperación.
La crisis en París fue “desestabilizadora para la UE, la que necesitaba una Francia fuerte para complementar la fuerza de Alemania, indicó la autoridad francesa. Ya hay tensiones con el gobierno de Angela Merkel, destacadas el viernes cuando Hollande recibió a Peer Steinbrück, el rival de centro derecha de Merkel en las elecciones alemanas de septiembre.
Con un pronóstico de crecimiento que se mantiene plano para este año, el desempleo preparándose para llegar a 11% de la fuerza laboral, y con el gobierno admitiendo que no cumplirá la meta acordada para el déficit presupuestario en 2013, Hollande ya estaba bajo presión con una aprobación cayendo debajo de 30% incluso antes del escándalo de Cahuzac.