Frente a los estándares de la mayoría de los otros países ricos, la economía de Estados Unidos podría estar en peor forma. Podría estar en medio de la recuperación más lenta desde la Depresión. Pero se espera que sólo unos pocos casos particulares, como Australia, superen el crecimiento estadounidense de cerca de 2% este año. Como de costumbre, Washington retiene la capacidad de detener la recuperación. Ya lo ha hecho antes. El presupuesto de la Casa Blanca de la semana pasada merece el crédito por tratar de alentarla. Pero no va lo suficientemente lejos.
Idealmente, el presupuesto debe ser triple: debería apoyar a la recuperación, disponer una hoja de ruta para enfrentar el déficit y estimular la futura capacidad de crecimiento. El plan republicano, que fue revelado por Paul Ryan el mes pasado, aborda el déficit, pero arriesga matar la recuperación. También se fundamenta en supuestos cuestionables. La mayoría de sus recortes en el gasto pagaría por menores impuestos en vez de la reducción del déficit. El plan de los demócratas en el Senado estimularía el crecimiento a corto plazo. Pero ignora la amenazante crisis fiscal. Ninguno de los dos tiene la opción de ser promulgado.
El presupuesto del presidente Barack Obama intentó abordar las tres metas, lo que le da algo de credibilidad en una ciudad plagada de polaridad. Más importante, Obama está ofreciendo indexar la seguridad social a una medida de inflación más baja y reducir los pagos de Medicare a los proveedores. Estas medidas entregarían casi la mitad de sus propuestos US$ 1,8 billón (millones de millones) en ahorros. La gran parte del resto provendría de la imposición de un techo de 28% para los beneficios tributarios que pueden recibir los más adinerados.
Su plan también sería moderadamente útil para la recuperación. Elevaría el gasto en 3,2% en 2014 al mismo tiempo que pondría a la deuda de EEUU en una tendencia a la baja. Obama también reemplazaría el “secuestro” por US$ 85 mil millones del mes pasado con casi las mismas, pero dirigidas, reducciones. También usaría parte de los ingresos para modernizar la infraestructura del país. Además, habría un impulso al aprendizaje infantil temprano financiado con el alza en el impuesto federal a los cigarros. En términos generales, se mueve en la dirección de “recortes e inversión” que la mayoría de los economistas quiere ver.
La principal debilidad del presupuesto es que contiene un incremento gradual. Las empresas están pidiendo a gritos por una reforma tributaria audaz. Desgraciadamente, Obama evitó ofrecer una revisión del sistema. Pero a juzgar por su recepción, ofendió a ambos bandos por igual. Los demócratas están indignados porque el mandatario está ofreciendo ralentizar el gasto en seguridad social. Y los republicanos prometen no aceptar nuevos impuestos incluso si es a través del cierre de lagunas jurídicas. El resultado más probable es que una vez más Washington será incapaz de llegar a un acuerdo sobre el presupuesto. Al ser más grande y más audaz, Obama tendría una mejor opción de ayudar a que la recuperación logre velocidad de fuga. Esperemos que su plan marque el inicio, en vez del final, del debate fiscal que a los inversionistas les gustaría ver.