pOR Edwin Heathcote
Los diseños audaces dicen algo sobre las ambiciones de una empresa y sus prioridades, y posiblemente sobre sus perspectivas de futuro.
El índice de rascacielos, siempre discutido pero nunca presentado formalmente, es uno de los grandes indicadores económicos irreverentes.
La idea es que hay una correlación entre los períodos en los cuales se construyen los rascacielos más altos y la inminencia de una crisis financiera.
Basta recordar la inauguración del Empire State para el desplome de Wall Street en 1929, las Torres Gemelas terminadas justo cuando la ciudad de Nueva York coqueteaba con la quiebra o las Torres Petronas en Kuala Lumpur tomando el podio del edificio más alto del mundo y anticipando la crisis asiática.
Más recientemente, la construcción del Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo, anunciaba el colapso del mercado inmobiliario de Dubai.
El índice no es del todo sorprendente: edificios muy altos son casi inevitablemente concebidos en un boom económico y toman el tiempo suficiente como para que una crisis esté a la vuelta de la esquina.
También existe, sin embargo, otra correlación: esa entre las empresas que encargan casas matrices gigantescas y un apogeo después del cual sólo viene una caída.
Actualmente la noticia es que los gigantes de la tecnología mundial -incluyendo Apple, Google y Facebook– planean construir ambiciosos edificios, ¿es eso algo por lo que se debe estar nervioso?
La torre de Babel
Una serie de ejemplos históricos de alto nivel pueden dar luces sobre el tema. Basta recordar la casa matriz de AOL Time Warner en Columbus Circle de Nueva York.
Las acciones de la compañía cayeron en picada durante la construcción. Jeff Bewkes, después de convertirse en presidente ejecutivo de Time Warner, calificó la fusión entre AOL y su compañía como “el error más grande en la historia corporativa”.
En el centro de Manhattan, el edificio del New York Times diseñado por Renzo Piano, el arquitecto del Shard de Londres, pretendía ser un símbolo de confianza y orgullo cívico.
Tan sólo un par de años después del fin de la obra, el diario se vio obligado a vender su participación en su propio edificio debido a la caída de los ingresos por el declive de la publicidad en papel.
Luego está el curioso caso de la torre propuesta por Gazprom en San Petersburgo. Este “ícono” resultó ser una versión contraria de la regla habitual. Diseñado por los arquitectos escoceses RMJM (una vez famosos por sus edificios públicos bastante modernos), el proyecto había sido precedido por severas tensiones financieras en la empresa. La Unesco, por su parte, advirtió que la construcción del que sería el edificio más alto de Europa pondría en peligro la condición de Patrimonio de la Humanidad de la ciudad.
Nuevos proyectos
La nueva ola de megaproyectos para casas matrices de las mayores tecnológicas podría, entonces, ser un motivo de nerviosismo. El punto en el que una compañía comienza a pensar que debe quedar inmortalizada en un símbolo arquitectónico es el momento en hay que empezar a hacerse preguntas acerca de sus prioridades.
La más sorprendente de todas es Apple, una empresa cuyo éxito se basa en su gusto por el diseño. Fue su cofundador Steve Jobs, quien encargó a Lord Foster diseñar la sede de la compañía en Cupertino, California, una dona de cristal que evoca la estación espacial en la película 2001: Odisea en el Espacio.
El intencional futurismo del diseño de Lord Foster puede estar acorde con los productos de Apple, pero en medio del furor de las revelaciones de Edward Snowden, igualmente invoca la arquitectura insular de defensa y seguridad del Pentágono y el GCHQ británico.
Hay algo casi siniestro en su forma autocontenida, lo que sugiere que se trata de una empresa que no se integra con su entorno, pero sólo se sienta en un aislamiento glorioso.
Los crecientes costos de construcción -en parte debido a los estrictos requisitos establecidos por Jobs- han visto un salto desde la inversión inicial de US$ 3 mil millones a una nueva estimación de cerca de
US$ 5 mil millones.
Justo al otro lado de la bahía, Facebook ha encargado a Frank Gehry diseñar su enorme campus Menlo Park. Pensado para funcionar como una ciudad dentro de un edificio (además de ser quizás la oficina de planta abierta más grande del mundo), el cliente, para su honra, le pidió al diseñador reducir el impacto del diseño. Facebook ha querido hacerlo lo más discreto posible, y Gehry ha respondido envolviendo el paisaje alrededor del inmueble.
Google también ha estado metiendo ruido con la puesta en marcha de su casa central en el Área de la Bahía y otra en Kings Cross de Londres. El edificio de California, una superposición compleja con forma de boomerang, ha sido diseñado por NBBJ, mientras que el desarrollo realizado por AHMM de la sede de Londres junto al canal es más sobrio y urbano, aunque su costo se estima en unos sorprendentes 650 millones de libras (US$ 1.050 millones).
Si los rascacielos pueden decirnos algo acerca de la temperatura del sobrecalentamiento de la economía, ¿qué nos pueden decir estas sedes a ras de piso?
¿Es que las compañías tecnológicas poseen tanto efectivo y ganas de pasar del mundo virtual para dejar una marca en el mundo físico? ¿Será que por fin han suplantado a los banqueros como los amos del universo? ¿O es que su arrogancia finalmente se está comenzando a mostrar?