En 2011, la ola de agitación popular en Medio Oriente sugirió que las décadas de dictadura podrían estar llegando a su fin. Dos años y medio después, la primavera árabe ha sido seguida por un verano (boreal) autoritario.
En Egipto, el general Abdel Fattah al-Sisi y su servicio de seguridad han reprimido la democracia del país, dejando a un lado a los Hermanos Musulmanes. La semana pasada, la liberación del ex presidente Hosni Mubarak simbolizó el regreso del antiguo régimen egipcio.
En Siria, en tanto, la evidencia sugiere que el presidente Bashar al-Assad ha descendido a nuevas profundidades en su esfuerzo por consolidar su control del país. En los suburbios de Damasco, su régimen bien puede haber llevado a cabo el peor ataque con armas químicas que el mundo ha visto en dos décadas.
Como Europa después de 1848, gran parte de Medio Oriente parece estar desplazándose de la revolución a la restauración en sólo un par de años. Para los líderes occidentales, esto debe ser desalentador de observar. En 2011, el presidente Barack Obama dio luz verde al derrocamiento de Mubarak y le dijo a Assad que se fuera. Dijo que la política de EEUU debe “apelar a las aspiraciones más altas de la gente común”. Sin embargo, dos años después, la política de EEUU parece intelectualmente confusa y su influencia disminuye severamente.
Para ser justos, los levantamientos árabes nunca han presentado opciones fáciles para Obama. Después de Irak y Afganistán, la opinión pública occidental evitó toda discusión sobre la intervención militar. Rusia ha socavado toda esperanza de una respuesta internacional concertada en la región con el apoyo tenaz del régimen de Assad.
Respaldo de Occidente
Por sobre todo, mientras que EEUU ha deliberado lentamente cómo reaccionar ante cada giro de los acontecimientos, las grandes potencias de la región se han apresurado en respaldar a sus clientes sunitas o chiítas. En Egipto, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos están financiando a los militares renacientes. En Siria, Irán y Hezbolá están apuntalando a Assad. EEUU ha sido superado.
La pregunta ahora es si la Casa Blanca seguirá permitiendo que su influencia se desvanezca. ¿Podrá articular una estrategia para un compromiso? ¿Dibujará una línea bajo las atrocidades de Assad? O ¿Será su política de Medio Oriente ir a la deriva?
Algunos políticos de Occidente sugieren que los eventos en la región están, en realidad, yendo en la dirección correcta. Están cómodos con la restauración de los “demonios conocidos” en Egipto y Siria, creyendo que esto podría en última instancia traer estabilidad. Ellos sostienen que el antiguo régimen está mejor posicionado para aplastar a los islamistas y los yihadistas, que son en definitiva los enemigos de EEUU e Israel.
También argumentan que los trastornos de la región no tienen mayor significado para el mundo. EEUU sigue decidido a impedir que Irán adquiera una bomba nuclear. Pero por lo demás, no tiene ninguna dependencia seria en Medio Oriente para sus necesidades energéticas.
Rusia tiene algunos intereses más allá de la garantía de su aliado en Siria. Medio Oriente, afirman, puede ser una región en crisis. No obstante, evocan el mundo antes de 1914. Sin embargo, la realidad es que la agitación árabe presentará desafíos tormentosos para el mundo.
Por un lado, los antiguos líderes no restaurarán su autoridad fácilmente. En Egipto, la sociedad todavía puede estar al borde del conflicto entre los líderes seculares y los Hermanos Musulmanes, llevando al país por el camino en el que Argelia viajó en los ‘90. En Siria, Assad nunca recuperará el control total de un Estado que se ha balkanizado en los últimos dos años. En Irak, Yemen, Sudán, Libia, Túnez y el Líbano, los conflictos políticos y religiosos los están dirigiendo a una destrucción de la antigua estructura del Estado dibujada por Francia y Gran Bretaña después de la Primera Guerra Mundial. Esta escena sin resolver sólo puede crear nuevos desafíos de seguridad para Occidente.