La crisis en Chipre podría ser una tormenta en una taza de té. Pero tiene lecciones importantes para barcos más grandes, incluyendo a la zona euro como un todo. Algunas de las lecciones son alentadoras. Pero otras son perturbadoras. La zona euro se mantiene estancada en un desorden horrible.
La semana pasada, en un esfuerzo desesperado por preservar su modelo de banca offshore, el gobierno chipriota decidió imponer pérdidas a los depósitos inferiores a 100 mil euros, el tope para asegurar los depósitos en la zona euro. Como era de esperar, esta idea no cayó bien ni en Chipre ni en el resto de la eurozona.
El plan actual es más cercano a lo que uno quisiera ver en una resolución ordenada de la banca. Laiki Bank será separado en banco bueno y malo. Los depósitos con menos de 100 mil euros en el banco y activos equivalentes a 9 mil millones de euros -la suma que se debe al banco central como parte de su apoyo de liquidez- serán transferidos al Banco de Chipre. Lo que resta será reducido. Aquellos que tengan depósitos de más de 100 mil euros obtendrán el valor que resulte de los activos malos del banco.
Entretanto, a los ahorristas del Banco de Chipre con depósitos de más de 100 mil euros se le congelarán sus cuentas y sufrirán un recorte que aún se desconoce. Es probable que esa reducción en el valor sea mayor: quizás un 40%. Finalmente, se impondrán controles cambiarios temporales.
¿Qué se desprende de esto? Sugiero al menos cuatro lecciones. En primer lugar, la eurozona tiene la capacidad de hacer lo correcto al final, aunque no antes de agotar todas las alternativas. Al decir que este plan es “lo correcto”, no quiero decir que uno no pudiera imaginar alternativas superiores. Pero todas esas alternativas asumen un grado de solidaridad entre los Estados miembros y las personas que, por ahora (y por el futuro cercano), está ausente.
Dada la falta de voluntad para realizar concesiones abiertas a Chipre, el plan actual es casi ciertamente el menos malo. Protege a los pequeños depósitos e impone un proceso de resolución racional. El Fondo Monetario Internacional estará feliz. También lo estará el imponente ministro de Finanzas holandés y presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, quien cree que un enfoque severo hacia los acreedores es lo correcto para la zona euro.
Segundo, un euro no es, en efecto, un euro en todos lados. Aunque un billete de euro es un billete de euro, casi todos los euros, de hecho, son los pasivos de los bancos. El resultado en Chipre destaca el hecho de que el valor de un euro de los pasivos de bancos depende de la solvencia del banco y de la solvencia del gobierno detrás del banco. Si el banco y el Estado son insolventes, es probable que los prestamistas no sólo pierdan una gran porción de su dinero, sino que encuentren que el resto está congelado detrás de controles, introducidos para prevenir un colapso del sistema bancario del país.
¿Cuánto durarán estos controles “temporales”? Los franceses dicen “c’est le provisoire qui dure” (es lo temporal lo que dura). Esto ha tendido a ser cierto de los controles cambiarios, como muestra Islandia. Sin embargo, como Guntram Wolff de Bruegel señala, una unión monetaria con controles cambiarios externos es una contradicción en términos. Sólo la voluntad del Banco Central Europeo para financiar a los bancos chipriotas sin limites podría terminar estos controles en un futuro cercano. ¿Estará dispuesto a actuar pronto?
La tercera lección de Chipre es que la relación entre los bancos, los gobiernos y la eurozona es más complicada de lo que pareció alguna vez. Después de todo, la isla es única debido al tamaño de sus pasivos bancarios, la impopularidad de sus acreedores bancarios y la insolvencia dudosa de su Estado. O se propondría creer que es un patrón, pero sólo para otros países con similares Estados débiles. O se podría ver como un patrón para todos los Estados de la eurozona, excepto cuando hay una crisis financiera de las dimensiones de 2008.
¿Cuál de estas lecturas es la correcta? Nadie lo sabe. Pero es probable que la primera o la segunda. Un consenso sobre el principio de que los acreedores, o los contribuyentes, deberían pagar si un banco es insolvente no existe aún en la eurozona. ¿Alguien imagina que el gobierno alemán no rescataría al Deutsche Bank si estuviera en problemas? Por supuesto, lo haría.
La conclusión ideal del embrollo chipriota sería que todos los bancos de la eurozona deben tener más capital. De hecho, debido a la limitada capacidad fiscal de los Estados miembros de la unión monetaria, sus bancos necesitan estar mejor capitalizados que los del resto del mundo. Sin embargo, la conclusión actual probablemente será diferente: los bancos más seguros serán aquellos en las jurisdicciones fiscalmente más fuertes. La alternativa a eso sería una verdadera unión bancaria, pero eso exigiría o una unión fiscal o voluntad para aplicar el mismo duro régimen de resolución bancaria a todos los bancos. Ninguno de estos escenarios es probable.
Una lección final de esta crisis es que lo que he llamado el “mal matrimonio” que vincula a los miembros de la eurozona se ha vuelto peor. Chipre no es importante para la eurozona como un todo, y los costos de financiamiento para bancos y Estados han variado poco. Sin embargo, la crisis es otra ocasión para que el enojo salga a la superficie. Los viejos temores de que el euro socavará la unidad europea más que fortalecerla parecen más plausibles.
La crisis también ha demostrado que aunque el precio de permanecer al interior de la unión parece alto, como ha sido para muchos chipriotas, los deudores están dispuestos a pagarlo. El divorcio parece aún peor, al menos en el momento de la decisión. Esto también vale para los acreedores. Les duele que se abuse de ellos para “rescatar” deudores. Pero prefieren hacerlo a una salida de la unión, por razones tanto económicas como políticas.
Así, la eurozona salta de una crisis a otra. ¿Puede o seguirá esto de forma indefinida? No lo sé. Estoy cerca de la certidumbre de que la estrategia de austeridad competitiva no puede devolver la salud económica a la eurozona. Garantiza una débil economía de la eurozona, así como crisis de deuda, banca y desempleo en las economías más débiles por un tiempo indefinido. Al mismo tiempo, la voluntad para mantener la zona euro intacta es formidable. Hay, por tanto, un choque entre una fuerza irresistible y un objeto inamovible. La crisis en Chipre es un episodio menor y, de alguna forma, no representativo de una historia larga y llena de dolor. El último capítulo no está ni por asomo cerca de escribirse.