pOR Joshua Chaffin
Cuando Karel De Gucht estaba listo para entregar un golpe histórico contra el gigante exportador de China Inc., sucedió algo inesperado.
Era mayo y De Gucht, el comisionado de comercio de la Unión Europea, estaba preparándose para imponer sanciones contra los paneles solares fabricados en China, en el mayor caso anti-dumping del bloque, cuando una mayoría de los Estados miembros -liderados por Alemania- se volvieron contra él.
El comisionado estaba herido, según personas cercanas a él, pero aún así adoptó una postura desafiante cuando se presentó ante el Parlamento Europeo esa tarde. Lejos de admitir dudas sobre el caso, atacó a Beijing por hacerle bullying a los gobiernos europeos. “No me van a impresionar colocando presión sobre Estados miembros individuales”, dijo, moviendo un dedo. “No me podría importar menos”.
Pero, de hecho, la revuelta obligó a De Gucht a buscar el acuerdo al que se llegó finalmente el sábado, un acuerdo que los manufactureros solares europeos vapulearon como “una rendición”, pero otros lo describieron más caritativamente como un resultado decente para un comisionado en una posición insostenible.
Para Bruselas, el caso solar siempre ha sido sobre más que sólo el futuro de la industria de paneles solares. Ha sido la prueba más severa de que los Estados miembros de la UE pueden integrarse y mantener una política comercial unida a la luz de una intensa presión desde el exterior; en este caso, de un país que Bruselas cree que está usando la palanca del poder de Estado para minar a los manufactureros europeos.
Los poderes nacionales han cedido un poder inusual a Bruselas para perseguir una política comercial común, un arreglo que incluso los euroescépticos apasionados han reconocido generalmente como un éxito. En teoría, el peso combinado de la UE le otorga una mayor influencia en el escenario mundial.
Pero, como demostró el caso de los paneles solares, el poder de Bruselas está limitado a cuán lejos lo dejan llegar los capitales nacionales -sobre todo cuando están sujetos a la presión comercial que puede aplicar Beijing al abrir la puerta a contratos lucrativos o cerrándola.
“Las divisiones de los Estados miembros han socavado por largo tiempo a los comisionados de comercio y alentado a los socios comerciales a esquivar a Bruselas”, dice Simon Evenett, un profesor de comercio en la Universidad de Saint Gallen, en Suiza.
En Europa, el enfrentamiento con China también cristalizó un debate sobre De Gucht, y si su terca determinación es un ingrediente necesario para un comisionado que intenta liderar a 28 gobiernos nacionales algunas veces tambaleantes en una política comercial común o ha empeorado las divisiones.
La disputa solar, por exportaciones chinas que equivalieron a 21 mil millones de euros en 2011, no es el único caso en que el comisionado ha luchado por reunir apoyo. Francia lo avergonzó al inicio de las negociaciones de un pacto comercial con Estados Unidos por rehusarse a colocar a sus industrias fílmica y musical en la mesa, pese a los ruegos de la comisión.
La jugada pareció confirmar los peores temores de algunos en Washington de que los europeos no eran serios respecto de un pacto por el cual habían presionado por largo tiempo.
Para los defensores de De Gucht, la inconstancia de los Estados miembros confirma la necesidad de un comisionado decidido. En Bélgica, la voluntad de De Gucht de apegarse a sus armas es lo que lo identifica.
Lo demostró hace una década cuando el país estaba convulsionado por un debate sobre si dar a los inmigrantes no ciudadanos el derecho a votar. El partido gobernante, los Liberales Flamencos, que eran encabezados por De Gucht, estaban inquietos sobre la idea. Después de meses de debate, el liderazgo del partido acordó deponer su resistencia para preservar a la frágil coalición de gobierno. Al día siguiente, De Gucht sorprendió a sus colegas al aparecer en televisión y advertir que podría oponerse a la legislación. Guy Verhofstadt, el entonces primer ministro, estaba furioso, y De Gucht fue sacado de presidente del partido. Durante su período como ministro de Relaciones Exteriores de Bélgica en 2004, casi rompió relaciones con el Congo, su ex colonia, después de hablar de corrupción en el gobierno.
Pero es su dura visión hacia Beijing lo que ha causado más atención y preocupación. Sus investigaciones sobre Beijing -que también han incluido casos contra la industria del acero y cerámica- a veces parecen una obsesión. Pero asesores insisten en que cada investigación es producto de mucha deliberación.
Luego de aceptar el puesto en la UE hace cuatro años, De Gucht estableció un grupo de expertos para profundizar su conocimiento sobre el país.
A comienzos de su período, dicen asesores, el comisionado llegó a dos conclusiones. Primero, determinó que un vasto programa de subsidios del gobierno -incluyendo electricidad, financiamiento y propiedades baratas- estaban impulsando el dominio manufacturero del país. Segundo, e igualmente importante desde un punto de vista táctico, creía que Beijing estaba acallando los reclamos comerciales usuales de las compañías de la UE amenazando con sacarlas del mercado chino. El caso de los paneles solares tiene ambos elementos.
Al ser consultado esta semana sobre su relación con los Estados miembros después del caso solar, De Gucht destacó que los 28 gobiernos inevitablemente tendrían opiniones diferentes, pero dijo: “si todos se mantienen en su rol... entonces tendremos una política comercial sólida”.
En una advertencia no tan sutil a los gobiernos de la UE, agregó: “no deberían involucrarse en discusiones paralelas, ya sea con China o con cualquier otro”.