Mi encuentro con Océane —una residente de Niza de 21 años de edad, con pelo morado, antebrazos tatuados y lóbulos expandidos— es uno de los más reveladores que haya tenido desde mi regreso a Francia después de unos años en el extranjero.
La conocí el año pasado durante una fresca mañana de diciembre. Ella estaba atendiendo a los clientes del café Le Maya, donde yo había hecho una parada después de un temprano vuelo desde París. El bar estaba a unas cuadras de la elegante plaza Masséna de esta ciudad del sur, pero la zona parecía no convencional. A mi lado estaba una pareja de aspecto peculiar: la mujer, una cincuentona, tenía un ojo morado y le faltaba un diente frontal; el hombre detrás de ella vestía un traje de pana beige.
Había elegido a esta ciudad de la Costa Azul y a sus alrededores para documentar las elecciones regionales del año pasado debido a que Marion Maréchal Le Pen —la candidata del Frente Nacional (FN) y sobrina de la líder del partido, Marine Le Pen— había atraído a más de 40% de los votos de la zona durante la primera ronda, superando a los candidatos convencionales.
Los ataques terroristas islamistas que acabaron con las vidas de 130 personas en París el mes anterior le habían dado un impulso electoral al partido antiinmigración de extrema derecha. En la región de Niza, el candidato del Partido Socialista (PS) en el poder había sido eliminado, y Christian Estrosi, quien ha sido el alcalde republicano de Niza durante un largo tiempo y, en sí, un partidario de la derecha, necesitaba atraer a los votantes de izquierda para ganar durante la segunda ronda. Yo había venido a ser testigo de las contorsiones políticas y a obtener más información acerca de las motivaciones de los votantes del FN.
Estrosi —quien se había negado a respaldar el matrimonio homosexual como diputado— había convocado una rueda de prensa en la sede de una organización en pro de los derechos de los homosexuales para demostrar que, después de todo, no era enemigo de la causa. Océane, quien es lesbiana, estaba verdaderamente enojada. A ella no le importó la postura oportunista de Estrosi. Ella me dijo que no estaba "interesada en la política". Pero, debido a que la situación era crítica, esta vez ella votaría, por primera vez en su vida, durante la segunda ronda. Yo supuse que, aunque doloroso, ella votaría por Estrosi. "No", me respondió, por "Marion Maréchal Le Pen".
Su respuesta me sorprendió enormemente. En mi cerebro, atrapado en la década de 1990, la apariencia y la juventud de Océane indicaban una inclinación izquierdista. Le pregunté si estaba al tanto del plan de Maréchal Le Pen de cortar los subsidios de las organizaciones en pro de los derechos de la mujer y de la planeación familiar. Lo estaba. "Ningún político es perfecto", me explicó. La seguridad era la máxima prioridad. Como consecuencia de los dos grandes ataques terroristas de ese año, para ella era evidente que "cuando algo no está funcionando, tenemos que probar algo diferente".
Océane —a quien le encantaría mudarse a Londres y abrir un estudio de tatuajes— es un producto de su época, una época durante la cual las líneas políticas tradicionales se están redibujando; la juventud francesa que se siente privada de sus derechos está dirigiéndose, cada vez más, hacia la derecha.
Más de un tercio de los votantes de entre 18 y 24 años (la participación de este grupo de edad fue de un tercio) optó por el FN, cinco puntos por encima de la media nacional del partido y más que por cualquier otro partido.
Yo le di una llamada a Océane la semana pasada después de la masacre en Niza, la cual acabó con la vida de 84 personas en el paseo de los Ingleses durante la celebración del Día de la Bastilla. Ella no conocía a ninguna de las personas que había fallecido, pero estaba conmovida y enojada. "Vi a mi ciudad siendo destruida", me dijo. La masacre, más bien, había reforzado sus nacientes puntos de vista políticos debido a que, tanto su alcalde centroderechista como el gobierno socialista, no habían logrado proteger a su ciudad del terrorismo islamista. Y esto fue antes del asesinato el 26 de julio del padre Jacques Hamel, un sacerdote de 84 años, cerca de Rouen, en Normandía.
El sábado 16 de julio, a las 6:30 de la mañana aproximadamente, cuando Océane estaba llegando para abrir el café, ella vio a la policía preparándose para llevar a cabo una redada en unas casas cercanas. La policía arrestó a uno de sus clientes; él era de ascendencia norafricana, igual que el asesino que había atropellado a los peatones dos noches antes. El hombre "solía venir cada tres días para tomarse un 'noisette' y llevarse un expreso", ella agregó. "Todos ellos vienen de mi barrio. Aquí hay muchísima ira, y muchísimas preguntas".
Océane me describió lo vulnerables que ella y su novia se sienten al ser "una minoría" en su vecindario. Ella declaró que, constantemente, los hombres las acosan sexualmente en la calle. Me dijo que los árabes se reúnen con los árabes, los portugueses con los portugueses, los caboverdianos con los caboverdianos.
"No quiero generalizar; algunos de mis clientes están entristecidos por lo que sucedió. Pero existe un problema con el Islam radical", ella me comentó. "En la actualidad no estamos a salvo en ninguna parte".