Por Simon Kuper
Al ser consultado sobre su niñez, Bernie Ecclestone responde: ¡bombas! El jefe de 82 años de Fórmula Uno creció en el período de guerra en Dartford, Londres, en el área conocida como “Bomba Alley”. Pasó la guerra haciendo dinero. Se levantaba a las 5 am, hacía dos rondas para vender periódicos y luego corría a la panadería, compraba los pasteles que sobraban del día anterior y los vendía en el colegio, un buen negocio en tiempos de racionamiento, destaca una de sus biógrafas, Susan Watkins. Ya que era pequeño, reunió a una pandilla para proteger sus ganancias. Cuando su madre le preguntó si alguna vez se había comido uno de sus pasteles, él respondió: “no, esa es mi ganancia”.
Acá, de forma precoz, estaba el gran atributo empresarial de Ecclestone: ver ganancias donde otros veían placer. Por 40 años, este hombre sencillo ha sido un modelo para monetizar un deporte. Las ganancias operativas de la F1 en 2011 fueron US$ 451 millones, sobre ingresos de
US$ 1.500 millones.
Más aún, capturó gran parte del valor del deporte para él. Forbes estima la fortuna de su familia en US$ 3.800 millones. Tom Bowe, otro biógrafo, lo llama “el magnate británico más exitoso de la historia”; y, sin embargo, “básicamente un vendedor de autos de segunda mano del sur de Londres y completamente inculto”.
Sin embargo, la caída de Ecclestone podría estar cerca: los fiscales alemanes lo acusaron de sobornar a Gerhard Gribkowsky, el banquero de BayernLB actualmente en prisión, por la venta de F1 a CVC Capital Partners, una firma de capital privado, en 2005-2006.
Ecclestone ingresó al negocio automotor poco después de dejar el colegio a los 16 años. Vendió autos, corrió autos y, en 1976, compró el equipo de carreras Brabham. “Cuando me introduje en este deporte era un show muy amateur”, recuerda. Los dueños de los equipos no querían la “responsabilidad de organizar el deporte. Sólo querían correr sus autos y tratar de ganar carreras”.
En otras palabras, trataban a las carreras como un deporte. Ecclestone pertenecía a una generación de empresarios de los ‘70, como el alemán Horst Dassler, de Adidas, y el magnate australiano de los medios, Kerry Packer, quienes concebían al deporte como un negocio. Él se iba de las carreras antes del término incluso cuando sus autos estaban ganando. No le encontraba sentido a quedarse en las gradas haciendo nada.
No habría destacado mucho en industrias impulsadas por el dinero como la banca de inversiones o la operación de commodities. Pero en el deporte, tenía una ventaja crucial: a menudo era la única persona pensando en ganancias mientras todos los demás estaban persiguiendo la gloria, fanáticos o tradición. Incluso en los ‘70, vio que la F1 podría vender derechos de televisión a nivel internacional. Después creó carreras en Bahrain, Singapur y todos los lugares que pagaran. Otros consideraron el Grand Prix británico como sacrosanto; él seguía amenazando con sacarlo del calendario de la F1.
Pasa sus días en su celular, regateando con empresas de televisión, auspiciadores, dueños de equipos y gobiernos interesados en ser anfitriones de carreras. Ecclestone puede superar a cualquiera en una negociación. Suplica, hace bulling, encanta. Prefiere sellar acuerdos con un apretón de manos.
Hizo de la F1 su feudo, ayudando a Max Mosley, un aliado, a dirigir la Fédération Internationale de l’Automobile. En 1995, otorgó a Ecclestone una concesión por 100 años de los derechos comerciales de la F1 por modestos US$ 360 millones.
Para Ecclestone, cada problema es un tema de manejo que se puede resolver con un acuerdo. En 1997, poco después de que el gobierno británico hiciera lobby para eximir a la F1 de las restricciones de la Unión Europea a la publicidad de tabaco, donó 1 millón de libras al partido laborista de Tony Blair.
Su debilidad humana son las mujeres. Ha tenido tres esposas hasta ahora. La segunda y más duradera, Slavica -una modelo croata- se disgustó cuando se dio cuenta de que él no quería retirarse y disfrutar de su fortuna. Obligado a escoger entre su esposa y su trabajo, eligió el trabajo. Su acuerdo de divorcio en 2009 -estimado en más de US$ 1.000 millones- fue probablemente el mayor en la historia británica, dice Bower. El año pasado, Ecclestone se casó con la abogada brasileña treintona Fabiana Flosi.
Ecclestone ha vendido gradualmente sus participaciones en la F1. Todavía maneja el show, pero ahora posee sólo cerca de un 5%. CVC, el mayor accionista, planea abrir a bolsa el negocio; los problemas legales de Ecclestone hacen que esto sea difícil.
Los fiscales alemanes aseguran que Gribkowsky recibió US$ 44 millones de Ecclestone y el fideicomiso de su familia, Bambino. Ecclestone argumenta que sólo pagó porque el banquero lo estaba chantajeando con amenazas de que lo metería en problemas por sus asuntos tributarios. Entretanto, el grupo de medios alemán Constantin Medien, que antes tenía participación en la F1, lo está demandando por subvalorar a la F1 en su venta a CVC.
Ecclestone, con su típico realismo, dice de la cárcel: “no creo que me guste mucho. Pero hay que hacer a las cosas”. Por décadas fue visto como indispensable. Pero el deporte hoy día está lleno de negociantes que ven ganancias en lugar de placer. Ya no está adelantado a su tiempo, así es que quizás su tiempo está a punto de terminar.