Con ocasión de los previsibles “tacos” que caracterizan el flujo vehicular en Fiestas Patrias, la investigación periodística se focalizó en estrategias para sobrevivir en las largas esperas. Desde el Mindfulness se recordó la sabiduría de cambiar la actitud cuando no puedes cambiar la situación; disfrutar en lugar de regañar, y practicar respiración de tres minutos, traspasando al cuerpo los nuevos alientos del alma. La sicología recomendó música como gran relajante para niños y adultos. Ergonomistas aconsejan cerrar la calefacción, ventilar el vehículo y conversar con el copiloto; sin olvidar detenerse cada dos horas en un servicentro. Si hay niños, proponer juegos de adivinanzas y cantos, e identificar tipos de autos, animales o formas de la naturaleza.
Para la fe religiosa, un tiempo muerto y tedioso, un estar atrapado entre miles de conductores furiosos y desesperados puede ser momento y espacio providencial para redescubrir el valor de la oración. El hecho de que orar signifique conversar con Dios tiende a hacernos creer que sólo un lugar sagrado, como el templo, o sólo el domingo, Día del Señor, son propicios y dignos para elevar el alma hacia tan selecto interlocutor. Olvidamos que Dios está en todas partes, y que su gracia ennoblece y fecunda toda acción y situación de un hijo suyo, por incómoda o repugnante que parezca. Jesucristo oraba en la sinagoga y en el Templo, en el desierto y en el mar, en la cena y en la cruz, en el día y en la noche. San Juan Crisóstomo, Doctor de la Iglesia recomienda rezar, frecuente y fervorosamente, en el mercado o en un paseo, sentado en la propia tienda, comprando o vendiendo, incluso cocinando.
Es que orar es lo mismo que respirar. Los pulmones no distinguen tiempos o lugares para hacer su trabajo vital. La oración es la respiración del alma. Una creatura no sobrevive cortando todo lazo con su Creador. “Sin Mí no podéis hacer nada”, enseña categóricamente Jesús Maestro. El tiempo malgastado en rabiar, insultar y maldecir se trasmuta en rentable inversión cuando se le aprovecha para repetir, una y otra vez, “Padre nuestro que estás en el cielo, hágase tu voluntad, danos tu pan y tu perdón, líbranos del mal”.
Hasta aquí, la práctica de orar en los “tacos” parecería una simple recomendación de autoayuda en el manejo de la ira. Hay que adicionarle una plusvalía social. El conductor atrapado hará volar su imaginación amorosa y ofrecerá, cada Padrenuestro o Avemaría, cada misterio del Rosario por alguien, amigo o adversario, que en su aflicción necesita aliento divino. El temido “taco” le habrá permitido convertirse en apóstol y misionero de amor, “sin moverse de su vehículo”.
20 minutos de espera forzada pueden dar luz 50 Avemarías de gozo, esperanza y amor. Quien reza en los “tacos” sobrevive y hace vivir.