Discurso del Papa Francisco en la Universidad Católica “Nuestra Señora del Buen Consejo” en el encuentro con lideres de otras religiones, Tirana (21 de septiembre de 2014).
Queridos amigos:
Me alegro mucho de este encuentro con los responsables de las principales confesiones religiosas presentes en Albania. Mi saludo respetuoso a cada uno de ustedes y a las comunidades que representan; y gracias de corazón a Mons. Massafra por sus palabras de presentación e introducción. Es importante que estén aquí juntos: es signo del diálogo que viven día a día, intentando establecer entre ustedes relaciones fraternas y de colaboración por el bien de toda la sociedad. Gracias por cuanto hacen.
Albania ha sido tristemente testigo de la violencia y de las tragedias que se pueden producir si se excluye a Dios a la fuerza de la vida personal y comunitaria. Cuando, en nombre de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la sociedad, se acaba por adorar ídolos, y enseguida el hombre se pierde, su dignidad es pisoteada, sus derechos violados. Ustedes saben bien a qué atrocidades puede conducir la privación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa, y cómo esa herida deja a la humanidad radicalmente empobrecida, privada de esperanza y de ideales.
Los cambios que se han producido a partir de los años 90 del siglo pasado han tenido también como efecto positivo la creación de las condiciones adecuadas para una efectiva libertad religiosa. Esto ha hecho posible que las comunidades reaviven tradiciones que nunca se habían apagado del todo, a pesar de las feroces persecuciones, y ha permitido que todos, también desde sus propias convicciones religiosas, puedan colaborar en la reconstrucción moral, antes que económica, del país.
En realidad, como dijo San Juan Pablo II en su visita a Albania en 1993, «la libertad religiosa […] no es sólo un don precioso del Señor para cuantos tienen la gracia de la fe: es un don para todos, porque es la garantía fundamental para cualquier otra expresión de libertad […]. La fe nos recuerda mejor que nadie que, si tenemos un único creador, todos somos hermanos. La libertad religiosa es un baluarte contra todos los totalitarismos y una aportación decisiva a la fraternidad humana» (Mensaje a la Nación de Albania,25 de abril de 1993).
Pero inmediatamente es necesario añadir: «La verdadera libertad religiosa rehúye la tentación de la intolerancia y del sectarismo, y promueve actitudes de respeto y diálogo constructivo» (ibid.). No podemos dejar de reconocer que la intolerancia con los que tienen convicciones religiosas diferentes es un enemigo particularmente insidioso, que desgraciadamente hoy se está manifestando en diversas regiones del mundo. Como creyentes, hemos de estar atentos a que la religión y la ética que vivimos con convicción y de la que damos testimonio con pasión se exprese siempre en actitudes dignas del misterio que pretende venerar, rechazando decididamente como no verdaderas, por no ser dignas ni de Dios ni de los hombres, todas aquellas formas que representan un uso distorsionado de la religión. La religión auténtica es fuente de paz y no de violencia. Nadie puede usar el nombre de Dios para cometer violencia. Matar en nombre de Dios es un gran sacrilegio. Discriminar en nombre de Dios es inhumano.
Desde este punto de vista, la libertad religiosa no es un derecho que garantiza únicamente el sistema legislativo vigente –lo cual es también necesario–: es un espacio común –como éste–, un ambiente de respeto y colaboración que se construye con la participación de todos, también de aquellos que no tienen ninguna convicción religiosa. Me permito indicar dos actitudes que pueden ser especialmente útiles en la promoción de la libertad religiosa.
La primera es ver en cada hombre y mujer, también en los que no pertenecen a nuestra tradición religiosa, no a rivales, y menos aún a enemigos, sino a hermanos y hermanas. Quien está seguro de sus convicciones no tiene necesidad de imponerse, de forzar al otro: sabe que la verdad tiene su propia fuerza de irradiación. En el fondo, todos somos peregrinos en esta tierra, y en este viaje, aspirando a la verdad y a la eternidad, no vivimos, ni individualmente ni como grupos nacionales, culturales o religiosos, como entidades autónomas y autosuficientes, sino que dependemos unos de otros, estamos confiados los unos a los cuidados de los otros. Toda tradición religiosa, desde dentro, debería lograr dar razón de la existencia del otro.
La segunda actitud es el compromiso en favor del bien común. Siempre que de la adhesión a una tradición religiosa nace un servicio más convencido, más generoso, más desinteresado a toda la sociedad, se produce un auténtico ejercicio y un desarrollo de la libertad religiosa, que aparece así no sólo como un espacio de autonomía legítimamente reivindicado, sino como una potencialidad que enriquece a la familia humana con su ejercicio progresivo. Cuanto más se pone uno al servicio de los demás, más libre es.
Miremos a nuestro alrededor: cuántas necesidades tienen los pobres, cuánto les falta aún a nuestras sociedades para encontrar caminos hacia una justicia social más compartida, hacia un desarrollo económico inclusivo. El alma humana no puede perder de vista el sentido profundo de las experiencias de la vida y necesita recuperar la esperanza. En estos ámbitos, hombres y mujeres inspirados en los valores de sus tradiciones religiosas pueden ofrecer una ayuda importante, insustituible. Es un terreno especialmente fecundo para el diálogo interreligioso.
Y además, quisiera referirme a una cosa que es siempre un fantasma: el relativismo, “todo es relativo”. A este respecto, hemos de tener presente un principio claro: no se puede dialogar si no se parte de la propia identidad. Sin identidad no puede haber diálogo. Sería un diálogo fantasma, un diálogo en el aire: sin valor. Cada uno de nosotros tiene su propia identidad religiosa, a la que es fiel. Pero el Señor sabe cómo hacer avanzar la historia. Cada uno parte de su identidad, pero sin fingir que tiene otra, porque así no vale y no ayuda, y es relativismo. Lo que nos une es el camino de la vida, es la buena voluntad de partir de la propia identidad para hacer el bien a los hermanos y a las hermanas. Hacer el bien. Y así, como hermanos, caminamos juntos. Cada uno de nosotros da testimonio de su propia identidad ante el otro y dialoga con él. Después el diálogo puede avanzar más sobre cuestiones teológicas, pero lo que es más importante y hermoso es caminar juntos sin traicionar la propia identidad, sin ocultarla, sin hipocresía. A mí me hace bien pensar esto.
Queridos amigos, les animo a mantener y a desarrollar la tradición de buenas relaciones entre las comunidades religiosas presentes en Albania, y a sentirse unidos en el servicio a su querida patria. Con un poco de sentido del humor, se podría decir que esto es como un equipo de fútbol: los católicos contra los otros, pero todos juntos, por el bien de la patria y de la humanidad. Sigan siendo signo, para su país y para los demás países, de que son posibles las relaciones cordiales y de fecunda colaboración entre hombres de diversas religiones. Y les pido un favor: recen por mí. También yo lo necesito, lo necesito mucho. Gracias.
historia de sacerdote condenado a muerte emocionó a Papa Francisco
Entre lágrimas, el Papa Francisco estrechó en un fuerte abrazo al sacerdote Ernest Simoni, de 84 años, uno de los últimos sobrevivientes de la terrible persecución comunista en Albania, quien fue encarcelado en condiciones inhumanas y se libró de una condena a muerte por su fidelidad a la Iglesia y al Sucesor de Pedro.
Durante su visita a Tirana, el Papa Francisco sostuvo un encuentro en la Catedral de San Pablo con los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y movimientos laicales, donde escuchó con atención el testimonio del Padre Simoni.
El presbítero relató que en diciembre de 1944 comenzó en Albania un régimen comunista ateo que trató de eliminar la fe y el clero con "arrestos, torturas y asesinatos de sacerdotes y laicos por siete años seguidos, derramando la sangre de los fieles algunos de los cuales antes de ser fusilados gritaban: Viva Cristo Rey".
En el año 1952, las autoridades comunistas reunieron a los sacerdotes que sobrevivieron y les ofrecieron vivir en libertad a cambio de distanciarse del Papa y el Vaticano, una intención que nunca aceptaron.
Relató que antes de ordenarse sacerdote estudió con los franciscanos por 10 años desde 1938 hasta 1948, y cuando sus superiores fueron fusilados por los comunistas siguió sus estudios clandestinamente.
"Pasaron dos años terribles y el 7 de abril de 1956 fui ordenado sacerdote, el día después de Pascua y en la Fiesta de la Divina Misericordia celebré mi PrimeraMisa".
El 24 de diciembre de 1963 al concluir la Misa de Vísperas de Navidad, cuatro oficiales le presentaron el decreto de arresto y fusilamiento, fue esposado y detenido. En el interrogatorio le dijeron que sería ahorcado como un enemigo porque dijo al pueblo "que moriremos todos por Cristo de ser necesario".
Las torturas lo dejaron en muy mal estado. "El Señor quiso que continuara viviendo". Entre los cargos que le imputaron figuraba celebrar una Misa por el alma del Presidente John F. Kennedy asesinado un mes antes de su arresto, y que celebró por una indicación del Papa Pablo VI a todos los sacerdotes del mundo.
"La Divina Providencia ha querido que mi condena a muerte no fuese llevado a cabo enseguida. En la sala trajeron a otro prisionero, un querido amigo mío, con el propósito de espiarme, el empezó a hablar mal contra el partido", recordó.
"Yo de todos modos respondía que Cristo nos había enseñado a amar a los enemigos y a perdonarlos y que nosotros debíamos empeñarnos en el bien del pueblo. Esas palabras mías llegaron a los oídos del dictador que al cabo de algunos días me liberó de la condena a muerte", explicó el P. Simone.
Los comunistas cambiaron su condena a muerte por 28 años de trabajos forzados. "He trabajado en los canales de aguas negras y durante el período de prisión he celebrado la Misa, he confesado y distribuido la comunión a escondidas", relató.
El sacerdote fue liberado solo cuando cayó el régimen comunista y empezó la libertad religiosa. "El Señor me ha ayudado a servir tantos pueblos y a reconciliar a muchas personas alejando el odio y al diablo de los corazones de los hombres", aseguró.
"Santidad seguro de poder expresar la intención de los presentes le ruego por la intercesión de la Santísima madre de Cristo, el Señor le de vida, salud y fuerza en la guía del gran rebaño que es la Iglesia de Cristo, Amén", concluyó antes de estrechar al Papa en un abrazo que hizo llorar al Pontífice y a los presentes.