Los tres principales enemigos del amor son el odio, la indiferencia y la mediocridad. El odio es más grave; la indiferencia, más dolorosa; la mediocridad, más peligrosa. Amar a medias equivale a vivir a medias, respirar a medias, ser la mitad del que uno está llamado a ser. Automutilación subjetiva que condena a una frustración y depresión objetiva. El mediocre sabe que ha enterrado su talento y que la reprobación será fuertemente punitiva. Por eso ya tiene lista su coartada: él es víctima inocente, hay un poder difuso, siniestro que sofoca su libertad y le impide actualizar su potencial. Mentira. Su mediocridad se asienta en su pereza, su somnolencia intelectual, la pérdida de su autoestima, su creciente desconfianza en los demás, su fatiga de esperanza y su horror al vacío: él entiende por vacío el riesgo de lo incierto y, por consiguiente, la peligrosidad del esfuerzo inteligente. Tanto más piensas, estudias y cavas en lo profundo de la verdad, tanto más compruebas que estás recién empezando y te falta más de la mitad por conquistar. Ante ese horror al vacío, optas por aferrarte a la mitad que crees tener. Y no sabes, debiendo y pudiendo saberlo, que también la perderás. Porque para amar y vivir humanamente se necesita aspirar siempre e irrenunciablemente a la totalidad.
Los grandes líderes y maestros de la historia tienen un rasgo en común: apuntan a la totalidad. Y la razón de ello es más que sicológica o pedagógica (encantar, cautivar, seducir a su séquito con el atractivo del premio mayor). Es ontológica: el ser tiene como propiedad metafísica ser verdadero, ser bueno, ser bello. Y bien sabemos que esos tres conceptos no admiten parcelación. Una acción humana, para ser buena, tiene que ser buena en la intención, en el objeto, en las circunstancias. La mancha, la asimetría, la imperfecta matización, el desequilibrio o desafinamiento instrumental impiden llamar bella una obra de arte pictórica o musical. En la filosofía, en el derecho, en la teología, en la ciencia no se admiten verdades a medias: si no es verdad, será opinión o hipótesis o conjetura o pretensión o error o herejía o simplemente mentira. Un conductor y formador de hombres no se contenta por eso con el vigésimo de la lotería o el premio de consuelo o la triste, ramplona proclamación de “victorias morales”. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y toda tu alma y todo su ser y todas tus fuerzas. Sean perfectos como mi Padre celestial es perfecto. Todo lo puedo en Aquel que me conforta”. Contentarse rastreramente con la mitad es mentirle al Espíritu Santo, como lo atestigua la trágica historia de Ananías y Safira (Hechos 5,1-11).
Autocracia, teocracia, plutocracia, aristocracia, democracia: cada pueblo sabrá cómo quiere ser gobernado. La forma más peligrosa es la mediocracia.