Felices
Por Padre Raúl Hasbún
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La ONU encarga y publica cada año un Informe Mundial de la Felicidad. En el ranking por país, Chile ascendió del lugar 27º al 24º. Los parámetros para medir la felicidad de los pueblos son el PIB per cápita, las expectativas de vida (saludable), las redes de apoyo, la libertad de elegir y emprender, la generosidad ciudadana, la percepción de corrupción y la sensación subjetiva de dicha o desdicha. En sustancia, lo mismo que aprendí a cantar desde niño: “Tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor; el que tenga estas tres cosas, que le dé gracias a Dios!”.
La salud es primordial, ya que sin salud se nos dificulta gozar de la vida. El dinero nos ayuda a cuidar la salud nuestra y la de los seres que amamos. Pero ni el dinero ni el amor pueden impedir que la muerte cobre su peaje. Entonces, cuando el amado ya no está físicamente con nosotros, empezamos a preguntarnos de qué sirven la salud, el dinero y el amor, si al final todo concluye en las cenizas o en el intestino de un gusano. Si nadie responde o nadie escucha la respuesta, la astucia del Maligno aprovecha el vacío y propone la suya. Muy didáctico, él, la resume en una fórmula: P4.
La felicidad exigiría, primero, Poseer. En seguida, Poder. Luego, Placer. Y finalmente, Parecer. El problema es que poseer dinero resulta imposible. El dinero termina posesionándose del corazón de quien, al ambicionarlo sin freno y sin medida, cae en su esclavizante idolatría. El poder, cuando se olvida de que su esencia es servir, degenera en enfermiza obsesión de someter a todos al propio beneficio. Al así poderoso nadie lo ama, sólo se le teme y sirve por obligación. El placer es por naturaleza efímero, una sensación del momento que nunca llega al punto de saciedad y suele dejar incómodas resacas, físicas o espirituales. Y el parecer, el ansia de ser vistos o apreciados notoriamente mejores de lo que realmente somos, chocará con la fatal evidencia de nuestro paulatino deterioro, sufrirá el escrutinio cruel de los infaltables envidiosos y nos afligirá con el yugo de perpetua sumisión al juicio laudatorio de los demás.
Nuestro indomable deseo de felicidad quedará satisfecho, y nos alentará a sobrellevar con esperanza nuestras atribuladas vigilias de salud, dinero y amor cuando se nos garantice, por alguien que no puede engañarse ni engañarnos, que todos los bienes por los que tanto trabajamos y sufrimos nos serán restituidos, y todas las personas a las que tanto amamos nos serán devueltas: en un lugar o estado de vida en que el dolor, el temor, la angustia de una segunda o definitiva pérdida tengan prohibición absoluta de ingreso. Ese garante de felicidad existe. Su fórmula: “sean misericordiosos como su Padre celestial”.