Cumplir
Por Padre Raúl Hasbún
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Deriva de un verbo latino que significa llenar, completar, terminar de hacer lo que se empezó, se prometió o se debe hacer. Cuando un ser racional comienza a edificar, a emprender, a transitar por un proyecto libremente elegido, se supone que lo ha hecho con una prudente estimación de costos, recursos, tiempos, riesgos asociados, cambios previsibles; más la prolija selección de personas idóneas y comprometidas, como él, en perseverar hasta el fin. El compromiso se materializa en un contrato, que legalmente celebrado es ley para los contratantes, debe cumplirse de buena fe y no puede ser invalidado sino por consentimiento mutuo o por causas legales. Una manera de liberarse del cumplimiento es probar que el contrato fue nulo por vicio del consentimiento: error, fuerza o dolo. La obligación no puede exigirse cuando su objeto es físicamente imposible (contrario a la naturaleza) o moralmente imposible (prohibido por las leyes, o contrario a las buenas costumbres o al orden público). Probar que el incumplimiento se debió a caso fortuito incumbe al que lo alega. El que se obligó a hacer algo y no cumplió, da derecho a su acreedor a que junto con indemnizarle por la mora le apremie para que ejecute lo convenido o le indemnice por el perjuicio resultante de su infracción.
Todo lo anterior es de sentido común, es ley natural y ley plasmada en códigos vigentes y por todos conocidos. En ninguna de estas estipulaciones normativas se concede espacio a la falta de motivación, desmayo en la inspiración, sentimiento de haber sido incomprendido o mal interpretado. Si alguno sostiene que su subjetividad emocional le resta energía y entusiasmo para cumplir hasta el final lo que libremente prometió hacer, tendrá que probar que su pretensión se enmarca en alguna causal prevista por la ley del contrato o las leyes del país.
Las obras comenzadas y no terminadas tienen aspecto desolador. Es patético contemplar una casa, un hospital, un camino, un puente que quedaron a medio hacer. Pronto se convertirán en ruinas, refugio de malandrines, focos de estorbo o infección. Su permanente visibilidad desmoraliza: ¿quién fue el responsable de esta desprolijidad temeraria? ¿Por qué no se concluyó lo que se comenzó? ¿Falta de presupuesto, desaliento ante los contratiempos, encandilamiento con un proyecto que -¡ahora sí!- satisfará toda expectativa? Las obras inconclusas son una pésima señal de país. Sutilmente incitan a dejar lo que se empezó, autoeximirse de cumplir, reencantarse y redimirse con un sueño-proyecto nuevo, cuya principal sustentabilidad es el pérfido atractivo de la novedad.
Nuestras acciones tienen impacto social. Invocar la subjetividad emocional para autodispensarse de cumplir lo pactado implica ponerse uno mismo en el centro absoluto, relegando a los demás a la categoría de instrumentos prescindibles. En el corazón del sistema ético, jurídico y pedagógico late este principio indeleble: lo pactado debe cumplirse.