Cómo explicar qué es el Estado Islámico
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Por María Laura Conte
El islam, la violencia, la guerra santa y el califato: una conversación a tres voces para responder las preguntas más frecuentes que la crónica de los últimos meses suscita de un modo cada vez más apremiante. Un diálogo con Martino Diez y Michele Brignone, expertos de la Fundación Oasis.
-¿Qué está sucediendo en Irak? -MD: En Irak se está produciendo un genocidio por parte de las milicias suníes del Estado Islámico contra las minorías religiosas y contra cualquiera que no se reconozca en su versión del islam. La causa inmediata de este genocidio es la guerra en Siria, que comenzó en 2011 para acabar con Assad. De hecho, en las filas de la oposición siria han prevalecido los grupos más fundamentalistas, apoyados también por muchos combatientes extranjeros. Pero la guerra ha podido pasar de Siria a Irak con mucha facilidad porque este último país nunca se había llegado a estabilizar del todo tras el derrocamiento de Saddam Hussein por parte de los americanos. Más a fondo, existe en la región una rivalidad secular entre suníes y chiítas, dos tipos de islam que en Iraq están numéricamente a la par. Aquí también entran en juego los intereses de los países vecinos, en particular del Irán chiíta y de los suníes wahabitas de Arabia Saudí, que tratan de aprovechar esta rivalidad con fines políticos. La ideología wahabí-saudí, desde el siglo XVIII en adelante, es un grave factor de desestabilización, porque muestra un islam duro y puro que se proclama como el único auténtico.
-Al principio, los medios hablaban del ISIL (Estado Islámico de Irak y Levante), luego del ISIS (Estado Islámico de Irak y Siria) y ahora del IS (Estado Islámico). ¿Qué es este califato? -MB: El califato es una institución clásica del islam. Literalmente, el término califa (khalîfa) indica a aquel que sucede a Mahoma en la guía de la comunidad islámica para “salvaguardar la religión y gestionar los asuntos terrenos”. Después de los primeros califas, llamados los “bien guiados”, el califato asumió –primero con la dinastía omeya (661-750), y sobre todo con la abasí (750- 1258)– las características de un imperio multiétnico y multirreligioso de vocación universal. En la época moderna, tras la abolición del califato otomano en 1924, califato se convirtió en sinónimo de “Estado islámico”. La organización del Estado islámico encarna del modo más radical el mito de la construcción de una entidad política fundada sobre una interpretación rigurosa de la Ley islámica, una entidad que probablemente nunca existió en los términos en que se propone hoy.
-¿Qué relación existe entre el IS y la Al-Qaeda de Bin Laden? ¿Cuáles son las principales diferencias? -MB: El Estado Islámico nunca ha sido un afiliado de Al-Qaeda, aunque en el momento de su constitución en Irak (2006) Al-Qaeda apoyó sus actividades. La guerra en Siria rompió su alianza, hasta el punto de que hoy son dos sujetos concurrentes. El Estado Islámico apunta a la institución inmediata de una entidad política donde se aplique la sharía y se eliminen todas las formas de islam que diverjan de su rigurosa visión. Los defensores de Al-Qaeda piensan en cambio en una institución más gradual del califato. Además, mientras Al-Qaeda ha actuado y actúa sobre todo a nivel global con operaciones terroristas espectaculares también en Occidente (entre las que destaca sobre todo la destrucción de las torres gemelas) y con la creación de muchos frentes locales, el Estado Islámico en cambio trata de concentrar sus esfuerzos en la institución de un Estado dotado de una capacidad propia de expansión.
-¿Cómo se presenta el IS? -MB: El Estado Islámico cubre un territorio a caballo entre Siria e Irak que cuenta con casi cuatro millones de habitantes, está dotado de muchos medios tecnológicos y económicos, que serían imposibles sin ingentes financiaciones exteriores. Así lo demuestran sus capacidades propagandísticas y mediáticas y sus dotaciones militares, superiores tanto a las de las fuerzas gubernamentales iraquíes como a las de los combatientes kurdos (peshmerga). Por poner un ejemplo, ha conquistado una base militar siria gracias al uso de los drones. La ambición del IS seguramente sea la creación de una entidad estatutaria territorial estable capaz de tener un peso político en la escena medioriental y actuar en el imaginario de los militantes yihadistas de todo el mundo.
-¿Quién lo ha recibido favorablemente y quién en cambio se opone? -MB: El IS cuenta con el apoyo de una joven generación de yihadistas de diversa procedencia. Entre sus detractores, por el contrario, están los ideólogos yihadistas de la vieja generación, que se refieren a Al-Qaeda, ideólogos relacionados con la experiencia de los Hermanos Musulmanes (por el momento más centrados en la cuestión palestina) y los musulmanes que no se reconocen en una interpretación radical y violenta del islam. Pero, a pesar de las muchas oposiciones que el IS encuentra en el propio mundo islámico (no faltan distanciamientos individuales), sobre todo las autoridades religiosas musulmanas no llegan a pronunciarse de un modo unitario.
-Se reclama al islam, pero sus detractores dicen que hace un uso instrumental del islam, que no son verdaderos musulmanes los yihadistas que se unen a la lucha del califa. ¿Son o no son musulmanes? -MD: Es un hecho que estos militantes se declaran musulmanes, como se ve en el adjetivo “islámico” que usan para definir su Estado. Muchos otros musulmanes consideran que su comportamiento es una traición a la auténtica fe islámica. Pero las autoridades religiosas no pueden limitarse a decir “esos no son verdaderos musulmanes”: es demasiado poco. Deben disociarse claramente de estos comportamientos, contrastarlos y sobre todo mostrar dónde y por qué los milicianos del IS se equivocan. Muchos en Europa se lamentan de lo difícil que es orientarse entre los diversos interlocutores islámicos. Un modo muy sencillo de hacerlo es ver qué dicen y qué no dicen sobre la historia iraquí.
-Por las noticias se deduce que el IS está fundado sobre el uso sistemático de la violencia en nombre del verdadero islam. Pero numerosos imanes y fieles musulmanes en Occidente hablan del islam como sinónimo de paz. ¿Quién tiene razón? -MD: El islam no llama a la violencia indiscriminada, pero tampoco enseña la no-violencia. Nace como una predicación militante, donde el creyente está llamado a un compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios en la tierra, pero corre el riesgo de sustituirle. De hecho, surgen dos cuestiones: la primera es si la voluntad de Dios se deja conocer con certeza, hasta los detalles de la organización política de un estado. La segunda, se refiere al método: qué hacer con quien se opone a este proyecto. Toda la cuestión del yihad se puede reconducir a la amplitud de la autorización del uso de la violencia: ¿solo se admite en legítima defensa o también para ataques ofensivos? Es reconfortante que muchos fieles musulmanes en Occidente y en los países de mayoría musulmana hables del islam como un religión pacífica, pero hay que reconocer que la cuestión no se resuelve al nivel de las fuentes. Basta visitar una web yihadista para darse cuenta.
-Muchos yihadistas vienen del extranjero, ¿cómo se explica este reclamo que ejerce el IS? -MB: Desde hace muchos años, el yihadismo ejerce una macabra fascinación global. El combatiente yihadista goza en ciertos ambientes de un gran prestigio, tanto cuando cae como “mártir” como en la versión del reducto de la yihad, que para algunos representa una forma de iniciación al islam más auténtico. En este momento, el prestigio del IS supera al de otros movimientos yihadistas y parece haber superado también a Al-Qaeda, que tras la muerte de Bin Laden se reestructuró en muchos frentes locales pero perdió mucha incidencia desde el punto de vista mediático. Naturalmente, la yihad recluta más fácilmente a personas que viven en situaciones de confusión, o malestar, no solo económica sino también identitaria o psicológica. Pero es difícil reducir la militancia yihadista a puras categorías sociológicas. Queda ensombrecido el reclamo que puede ejercer la violencia en sí misma entre la gente más insospechable, asumiendo en este caso la forma de la guerra santa.
-¿La violencia del conflicto sirio-iraquí se está manifestando con formas nuevas? -MD: Sí, está actuando un elemento nuevo, el asesinato exhibido en los medios, como el video de la decapitación del periodista americano James Foley. La violencia es un virus muy contagioso. Al principio se disfraza de objetivos políticos (“crear un Estado islámico”) pero a medida que crece va escapando al control de quien la práctica y se convierte en fin en sí mismo (“matar por el gusto de matar”). La exhibición mediática acelera este contagio, con el peligro de una posterior escalada de la violencia.
-Hay quien piensa que se trata de un conflicto religioso y de civilizaciones, y hay quien está convencido de que la religión no tiene nada que ver con estos hechos, debidos más bien a motivos geoestratégicos, económicos y sociales. ¿Quién tiene razón? -MD: Sin duda hay muchos motivos políticos y económicos que explican la actual guerra en Iraq y Siria. Pero eso no debe hacernos infravalorar el elemento religioso. Muchos dicen que las guerras siempre tienen razones económicas, disfrazadas de motivos religiosos o ideológicos. No es verdad. Las motivaciones religiosas son una fuerza primaria, tanto como los factores económicos o estratégicos. Además, insistir solo en las causas sociopolíticas puede llevar a infravalorar o eliminar la responsabilidad moral del individuo.
-El IS está persiguiendo con violencia a los cristianos y a otras comunidades religiosas, ¿cómo intervenir para frenar esta violencia? -MB: Naturalmente, cuando más avanza el IS más difícil será detenerlo. Por un lado es necesaria una acción política inmediata que contemple también el uso de la fuerza. Cuanto más amplio y multilateral sea el frente internacional en la protección de las víctimas del IS, más posibilidades de éxito tendrá, no solo desde el punto de vista militar sino también de la legitimidad jurídica. El IS marca el punto más alto de la amenaza yihadista, que dispone ahora de una base territorial y de una dimensión política efectiva. Pero al mismo tiempo podría representar la crisis, porque muchos musulmanes ahora lo contestan y sufren directamente la violencia. Derrotarlo sería un signo de esperanza para los propios musulmanes, pero la empresa tiene una dimensión cultural y educativa mucho más importante que la estratégica y militar.
-¿Qué lección está impartiendo el caso del IS a Europa y a Occidente en general? -MD: El caso del IS enseña por enésima vez a los occidentales, pero también a ciertas potencias mediorientales, que no es posible usar a los fundamentalistas islámicos para obtener resultados políticos. Los americanos lo intentaron en Afganistán y Libia, y estuvieron a un paso de volverlo a hacer hace un año en Siria. Pero los fundamentalistas religiosos obedecen a lógicas propias: la alianza con ellos termina siendo siempre contraproducente.
-Los obispos y patriarcas orientales llevan tiempo pidiendo la ayuda y la intervención de los países occidentales. ¿Cómo están respondiendo? ¿Por qué ese titubeo o lentitud? -MB: El cristiano, decía el teólogo Balthasar, se distingue también por ser “inerme”. Los cristianos son una componente social y cultural fundamental en Oriente Medio, pero no disponen de un peso político autónomo y han quedado aplastados por la compleja y despiadada situación política de la región. Además, Europa está encastrada en una crisis que no solo es económica y que parece hacerla incapaz de actuar. Los Estados Unidos de Obama no brillan por sus decisiones en política exterior, aunque un cierto titubeo es comprensible después de los años del “exportemos la democracia”.
-¿Definitivamente están desapareciendo los cristianos de Oriente Medio? ¿O todavía se puede frenar este proceso? -MD: Estamos en la “última llamada” para toda la cristiandad iraquí. Los cristianos son un factor de pluralismo en Oriente Medio. Si desaparecen, Oriente Medio será más pobre. La mayor homogeneidad no reducirá el conflicto porque, sin no-musulmanes ni musulmanes “herejes” o moderados, siempre habrá alguien “más fundamentalista que yo”. Es una escalada sin fin, que puede bañar toda la región en sangre. El Papa Francisco en sus intervenciones públicas sigue llamando la atención sobre esta herida. Ahora cualquiera puede dejar Oriente Medio porque en muchas regiones se está haciendo imposible vivir, incluso para los musulmanes.
-Los hechos en Oriente Medio están influyendo también en nuestro modo de considerar a los musulmanes que viven entre nosotros. ¿Cómo podemos conocerlos mejor? ¿Tratar con un marroquí, un tunecino, un bengalí o un egipcio es lo mismo? -MB: Los musulmanes que viven entre nosotros se distinguen por muchas razones, como la etnia o el origen nacional. Por ejemplo, el islam de Marruecos es diferente del asiático o del medioriental. Pero muchos musulmanes ya han perdido el vínculo con el islam de su país o cultura de procedencia, dando vida a un “islam global”, según la expresión del experto francés Olivier Roy. Por eso es difícil ofrecer recetas para afrontar el fenómeno islámico en general. Por un lado cada vez es más necesario crecen en un conocimiento más profundo del islam y de sus múltiples formas, que ya forman parte, se quiera o no, de nuestras sociedades; por otro, para los musulmanes vale lo mismo que para cualquier hombre: el conocimiento no puede prescindir del encuentro con una existencia concreta.
-Los musulmanes que viven en las democracias occidentales piden un mayor reconocimiento de su presencia y de sus necesidades, como por ejemplo lugares de culto adecuados (mezquitas, etc). La respuesta a esta presencia va desde la más abierta (“viva el multiculturalismo, somos distintos pero en el fondo iguales”) a la más cerrada (“son los musulmanes los que se deben adaptar, integrar y asumir nuestras costumbres”). ¿Cuál es el camino para construir una ciudad acogedora pero respetuosa con todos sus componentes? -MB: Hay que dejarse provocar por sus peticiones, que ponen en discusión modalidades de gestionar la esfera pública ya superadas y por tanto obligan a que todos nos pongamos en juego para regenerar nuestra vida social. Pero para garantizar la convivencia pacífica y constructiva entre personas distintas es necesario que todos reconozcan que vivir juntos es un bien en sí mismo.