Antiparásitos
Por Padre Raúl Hasbún
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El Nobel de Medicina 2015 fue para tres descubridores de terapias antiparásitos. Su trabajo permitirá avances sustanciales en la lucha contra enfermedades infecciosas que afectan la vida de 3.400 millones de personas, pertenecientes en su mayoría a países muy pobres.
Parásito (del griego, “el que come la comida de otro”) es un organismo, animal o vegetal que vive a costa de otro de distinta especie, alimentándose de él y empobreciéndolo, sin llegar a matarlo. No es el comensal voluntariamente invitado, sino el huésped forzosa y pegajosamente instalado. Ha descubierto, el parásito, que le resulta cómodo y rentable apropiarse de la sustancia de su secuestrado anfitrión, con lo que ya no le será necesario ocuparse en trabajar para su propio sustento. La única buena noticia para el anfitrión es que, por lógica conveniencia, el parásito lo mantendrá con vida.
Víctima de parásitos, el ser humano es tentado a convertirse en parásito de sus congéneres. Aborrece y deroga en su conciencia y, si puede, en las leyes el precepto natural y bíblico de ganarse el pan con el sudor de la propia frente. Vive, sobrevive y medra quejándose, alegando, exigiendo el maná que cae del cielo, protestando porque hay que agacharse a recogerlo del suelo y cocinarlo y porque dura sólo para hoy. Luego murmura y se insolenta porque ya está harto de comer lo mismo, echa de menos las hogazas de pan, la fruta dulce y las ollas de carne que comía en abundancia cuando era esclavo en Egipto. No le gusta ni está dispuesto a pagar el precio de ser libre en el desierto: allí depende sólo de sí mismo y de su fe en Dios.
Parásito y trabajo son incompatibles. Semánticamente, “trabajo” deriva de “tripalium”, un instrumento de tortura cruzado por tres maderos. Expresa esfuerzo, sufrimiento, dolor. En inglés, “job” coincide con una figura bíblica marcada por el emprendimiento exitoso pero duramente castigada por la envidia, el despojo de lo suyo y la cruel incomprensión. La naturaleza premia con su cosecha al que aró, sembró, regó y podó, invirtiendo tiempo, vigilancia, paciencia y esperanza. Enseñar, aprender, desarrollar creativamente la inteligencia exige una laboriosidad infatigable. Formar y mantener una empresa es arriesgar el propio patrimonio y asumir responsabilidades que no admiten dilación ni excusa. De ahí que el parásito prefiera una “pega”: se adhiere indisolublemente a un lugar seguro, en que todo correrá por cuenta de otro.
“Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Hay entre ustedes algunos que no trabajan en nada pero se meten en todo. ¡Trabajen!”: san Pablo exhorta a tesalonicenses y chilenses a erradicar el parasitismo pegajoso y disfrutar la alegría contagiosa de emprender, crear y transformar. Trabajar no es propio de esclavos, sino oficio divino. Al hombre no lo salvan los parásitos, sino el Hijo del carpintero.