Durante 30 años Chile ha sido un laboratorio para la economía de libre mercado, con pensiones privatizadas y hasta un sistema de vales escolares diseñado por Milton Friedman, el padrino de la ciencia económica de Chicago, quien llegó a describir el éxito chileno como un "milagro".
Sin embargo, el país más próspero de América Latina podría estar dando marcha atrás a su experimento, consternando a los impulsores del libre mercado en todos lados. En una visita reciente a Santiago, la capital, Niall Ferguson, el historiador británico y consentido de la derecha política, dijo que Chile era el 'país más inteligente" de la región pero que ahora estaba "ejerciendo su derecho a ser estúpido".
Carlos Alberto Montaner, un columnista hispánico, escribió un comentario estridente el mes pasado diciendo que el énfasis de Chile sobre libertad económica y sociedad civil "fue un faro para orientar a los latinoamericanos. Perderlo, nos perjudicará a todos."
La razón de su preocupación es la administración de Michelle Bachelet, la presidenta de centro-izquierda. Durante los últimos ocho meses, ha promulgado 70 reformas, incluyendo un aumento de impuestos por $8 mil millones para apoyar una reforma educativa que busca expurgar incentivos de mercado de las escuelas estatales y eventualmente del cuidado de la salud y las pensiones también.
"El objetivo es crear el primer estado de bienestar social posneoliberal", dice Fernando Atria, coautor de 'The Other Model' y un intelectual cercano al gobierno. "Es un sistema que reconoce los problemas del viejo estado de bienestar social, pero también el precio que se paga por corregir eso con soluciones neoliberales, como la desigualdad".
Conforme se ha vuelto una prioridad para el mundo desarrollado el equilibrar la prosperidad con la desigualdad, el último experimento económico de Chile sigue siendo de interés global, a pesar de que la economía del país es de solamente US$ 350 mil millones y la población de apenas 17 millones.
El problema es que muchos temen que los métodos antimercado que promueve Bachelet, cuya presidencia sigue a la del multimillonario hombre de negocios Sebastián Piñera, rompa con el susodicho "modelo" chileno. Éste ha bajado las tasas de pobreza de 60% a 9%, entre las más bajas en América Latina, pero con el costo de una distribución desigual de ingresos que está entre las peores de la región.
"Asumo que Bachelet quiere ser una presidenta exitosa, pero la multitud de reformas y el carácter de las mismas han recortado la confianza y generado tanta incertidumbre que nadie quiere invertir", se queja Andrés Santa Cruz, empresario que critica la pobre redacción del código de impuestos, que incrementa los impuestos corporativos de 20% a 27%.
"Estas incertidumbres con respecto a los impuestos hacen imposible que las compañías puedan calcular las tasas de rentabilidad en las nuevas inversiones", añade.
En principio, casi todos están de acuerdo que invertir más en la educación tiene sentido pues ayudaría a fomentar el capital humano y ayudar a Chile salir del "estatus de medio ingreso" y entrar a las filas del mundo desarrollado.
Sin embargo, al prohibir que los estudiantes usen vales para asistir a escuelas privadas y prohibir a las escuelas que reciben subsidios del gobierno de recibir pagos suplementarios de los padres de familia también va en contra del sistema basado en el mercado. Esto ha sorprendido a la homogénea y conservadora clase de negocios, que teme el regreso a las políticas estatistas apoyadas en la década de los '70 por el presidente socialista Salvador Allende.
"Puedes sentir la influencia del pasado en el país", dice un inversionista extranjero con experiencia en el país. "En todos lados hay fantasmas".
Fin del auge del cobre
La incertidumbre también se ha avivado debido a que las reformas han coincidido con el fin del auge de los productos básicos que vio al precio del cobre, que compone la mitad de las exportaciones chilenas, caer 12% este año. En el tercer trimestre el crecimiento económico cayó al 0,8%, de cerca de 5% hace un año, mientras que las inversiones se contrajeron en un 10%. En medio de la fuerte desaceleración económica, los críticos bromean que la coalición inmanejable de Bachelet – "La Nueva Mayoría" – se parece a "La Nueva Mediocridad" el término que Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional, usó recientemente para describir a la economía mundial. Ciertamente, la confianza empresarial ha caído en el pesimismo conforme la popularidad de Bachelet ha bajado de 58% en junio a 42% actualmente.
Para muchos observadores externos, sin embargo, el tóxico debate acerca del fin del "milagro chileno" es una tormenta en un vaso de agua. Las compañías extranjeras continúan invirtiendo en Chile. Este año, Abbott Laboratories de EEUU gastó US$ 3.400 millones comprando la compañía local CFR, mientras que Itaú, el mayor banco de América Latina, se diversificó fuera de Brasil al adquirir Corpbanca por US$ 2.200 millones.
Además, la reforma educativa se ha financiado por los incrementos de impuestos, a diferencia de las economías socializadas de derrochadores tales como Argentina o Venezuela. Eso debería asegurar la estabilidad macroeconómica, en principio. La macroeconomía también ha respondido bien al fin del ciclo de los productos básicos. "Chile es el único país de América Latina que ha iniciado un ajuste sólido de su saldo exterior", dijo en una nota reciente Bank of America Merrill Lynch.
Sin embargo, el debate ideológico continúa. "El gobierno no se ha explicado bien", admite un conocedor. "Necesita circunscribir muy claramente esas áreas que no se basarán en el mercado. No estamos hablando de una revolución".
Eugenio Tironi, un sociólogo líder, está de acuerdo. Apunta que fue Piñera, el anterior presidente multimillonario, quien rompió primero el tabú de elevar los impuestos corporativos. Las reformas de Bachelet – acotadas por su decreciente popularidad entre la clase media –saldrán del congreso no como "el tigre al que todos temen", dice Tironi "sino más bien como un gato".