¿Quién gobierna la Antártica? El mundo se disputa el poder sobre el continente blanco
El número de países presentes en el territorio austral ha subido de trece, en 1980, a 53 hoy. El interés científico se suma a las actividades de pesca y turismo, que ponen en jaque el tratado que ordena la región.
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Londres / Buenos Aires
Antártica es un continente sin gobierno. Lo más cercano que tiene es una oficina de diez personas en Buenos Aires, con un pequeño cartel que dice “Secretariado del Tratado Antártico”, cuya labor es garantizar que todo funcione entre los 53 países que gobiernan el territorio.
Es quijotesco para un continente del doble del tamaño de Australia, con vastos recursos naturales sin explotar.
“Algo increíble es que la Antártica es el único continente donde las personas trabajan juntas por la paz y la ciencia”, dice Jane Francis, jefa de la Investigación Antártica Británica, quien hace pocas semanas asistió a la reunión anual del Tratado Consultivo Antártico. “No creerías que 53 naciones logren acuerdos en dos semanas. En este mundo, se puede”.
Pero no todos están de acuerdo. La reunión en la capital argentina mostró divisiones en el Sistema del Tratado Antártico, que ha mantenido el orden en el continente por más de seis décadas. Desde el cambio climático hasta la pesca, nuevas pruebas geopolíticas se vuelven más difíciles de enfrentar para un grupo basado en los consensos.
El profesor de geopolítica de la Universidad Royal Holloway en Londres Klaus Dodds dice que el tratado necesita “casi una nueva visión, en que las partes sean explícitas sobre lo que están intentando hacer”.
Los temas complejos
El encuentro de Buenos Aires fue típico: produjo acuerdos en temas simples, como el uso de drones y los sitios históricos. Pero los temas más complejos -por ejemplo, qué pasa cuando un país viola los tratados- casi nunca se enfrentan. Y científicos y diplomáticos están preocupados de que el sistema actual no responda a las nuevas presiones sobre el último continente prístino, que tiene la mayor reserva de agua dulce del planeta, gran potencial de petróleo y gas, y la clave para entender la velocidad del cambio climático.
“Vemos casi un letargo entre los firmantes del tratado para dar los pasos necesarios”, dice Daniela Liggett, profesora de geografía en la Universidad de Canterbury, Nueva Zelanda. Agrega que el último protocolo vinculante entró en vigencia hace 20 años, y cualquier regla nueva debe aprobarse por consenso, por lo que un país por sí solo tiene poder de veto.
Las mayores áreas de tensión son las que se relacionan con los crecientes intereses económicos y estratégicos en Antártica, como el turismo y la pesca (ya que la minería está prohibida). Los firmantes del tratado, que data de 1959 y entre los que está Chile, acuerdan descartar los intereses territoriales y apuntar sólo a objetivos pacíficos.
Pero el número de países se ha disparado y el sistema es inestable. En 1980, había trece naciones con estatus “consultivo” para las decisiones clave. Ese número ha subido a 29 y el grupo es diverso, desde Finlandia a Perú, India y Bélgica. Las estaciones científicas permanentes ya superan las 75.
China ha sido particularmente entusiasta en construir nuevas estaciones desde que se unió al tratado en 1983, y la aprobación de su base más reciente, la quinta, dividió a los miembros del pacto.
“Los recursos siempre han sido el gatillo”, dice Dodds. “Una vez que la explotación se hace más explícita, se instala el tema complejo de quién es dueño de la Antártica”.
Las ansiedades crecen junto a la importancia de la Antártica. El continente es una ventana a la evolución del planeta. Las temperaturas en algunas de sus áreas suben mucho más rápido que el promedio global y el ritmo del derretimiento de glaciares permitirá determinar cuán rápido subirá el nivel del mar.
Al mismo tiempo, el Océano Austral se convierte una zona de pesca significativa, a medida que se agotan los recursos en otros mares. Y juega un rol crucial en la absorción de calor y carbono de la atmósfera, de maneras que no han sido completamente comprendidas.
“Las cosas han cambiado profundamente”, dice el biólogo marino Damon Stanwell Smith, quien visitó el continente por primera vez hace más de 25 años. “Es visible en el período de una vida humana: el cambio en las aguas de la costa, el hielo, la retirada de los glaciares y el movimiento de la fauna”, explica.
Turismo blanco
Un factor crucial es el creciente número de visitantes. La Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártica (Iaato, su sigla en inglés) reportó el mes pasado que el número de visitantes subió a más de 51 mil en la temporada, un alza del 17% en comparación con el año anterior. Se espera que la cifra siga subiendo. Unos 20 vehículos de expediciones polares están en construcción y 33 ya están registrados con la Iaato.
Y mientras algunos turistas -que pagan entre US$ 10 mil y US$ 100 mil- sólo se bajan del bote y ven un puñado de sitios regulados, hay yates privados que rompen las reglas y cada vez más tours que involucran kayak o esquí. “Se está volviendo un centro de aventuras y hay turismo no regulado”, dice Francis. “Es cada vez más fácil navegar en yate o volar jets privados”.
China es la fuente de nuevos visitantes que más crece y sólo es superada por Estados Unidos en el número total de turistas. Beijing también invierte fuertemente en misiones antárticas, en línea con su plan de convertirse en una “gran potencia polar”. No siempre es bienvenida: su idea de un “código de conducta” que se aplicaría en un gran área en torno a su estación Kunlun fue visto como un intento de frenar actividades cerca de la base.
La construcción del quinto centro de investigación chino también fue controversial: algunas actividades de construcción partieron antes de que la evaluación medioambiental terminara. La falta de castigos ante esta y otras infracciones de diferentes países es una de las debilidades del sistema de tratados.
China gasta más que cualquier otro país en su programa de investigación antártica y su interés no es sólo en recursos, sino también estratégico. EEUU y Rusia también tienen infraestructura en el continente, crucial para sus sistemas de posicionamiento global. Estos y otros países se preparan para un día en que los términos del Sistema del Tratado Antártico ya no se apliquen: el protocolo medioambiental se revisará en 2048. Y, para entonces, las voces involucradas serán muchas más.