El progreso del mundo crea nuevos desafíos
En esta era de cambios rápidos en el poder relativo, es difícil mantener las relaciones pacíficas entre los países.
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En los últimos cincuenta años, la humanidad ha tenido un progreso extraordinario. Es incuestionable. Consiste en más que ingresos más altos. También consiste de vidas más largas y mejores. Sabemos que esto ha ocurrido. También sabemos por qué. Pero los logros traen nuevos desafíos. Esta no es la excepción.
A inicios de la década de los ‘70, la mujer promedio producía poco menos de cinco niños. Muchos profetas del apocalipsis alertaban por una explosión de población inmanejable. Hoy, la tasa de fertilidad global ha bajado a 2,4. En China, está muy por debajo del nivel de reemplazo. En Brasil, donde la Iglesia Católica ha puesto fuertes obstáculos al control de natalidad, también está por debajo del nivel de reemplazo. África Subsahariana es la única gran región en que las tasas de fertilidad siguen siendo altas.
¿Por qué se han empequeñecido tanto las familias? En parte, porque las personas más ricas quieren menos niños y mejor educados. Pero quizás se debe aún más a que sus hijos sobreviven. En 1960, 246 de cada 1.000 niños en India morían antes de cumplir los cinco años. Para 2016, la cifra era de 43. En Brasil, la tasa de mortalidad infantil ha caído de 171 en 1960 a 15 en 2016. Incluso en el rico Japón, ha bajado de 40 (el promedio mundial de hoy) en 1960 a tres. Todos amamos a nuestros hijos; debemos pensar en qué significa esta transformación para la felicidad.
Globalmente, la expectativa de vida ha subido de 53 años en 196 a 72 en 2016. La de China ahora es de 76, la misma que en Japón en 1977. La de Brasil ahora es igual a la de China. La de India es de 69. Incluso la expectativa de vida de Nigeria ha subido de 37 en 1960 a 53. Ser viejo puede no ser muy entretenido, pero pocos rechazan una vida larga.
Y después está la pobreza extrema, que es medida por el Banco Mundial como un ingreso inferior a US$ 1,9 al día (a paridad de poder de compra de 2011). Esto es lo que el difunto Hans Rosling, doctor sueco y estadístico que fundó el maravilloso sitio web de animación de datos Gampinder.org, ve como el menor de los cuatro “niveles” de existencia material actual. En 1800, casi todos vivían en este tipo de pobreza. En 1980, 42% de la humanidad aún vivía en ese nivel. Para 2013, había bajado a 11%. En China, la tasa cayó de 67% en 1990 a 1% en 2014. Ese progreso es sorprendente. Cuando me uní al Banco Mundial a inicios de los ‘70, estos avances contra la pobreza extrema parecían casi inconcebibles.
Los nuevos desafíos
El magnífico libro póstumo de Rosling, Factfulness, describe estas y otras dimensiones del progreso. Incluye el crecimiento de la educación femenina, las mejoras en el suministro de agua potable, el alza en la vacunación e incluso la proliferación de la democracia. El libro también nos ayuda a pensar más claramente sobre por qué tendemos a ser tan (erróneamente) pesimistas. Otro libro nuevo, Enlightenment now, del sicólogo experimental Steven Pinker, reconoce el crédito de estos avances donde es correcto, a favor del proyecto de iluminación de la razón, la ciencia y la preocupación por el bienestar humano.
El progreso siempre deja mucho sin terminar. Eso es cierto en todas las dimensiones mencionadas. También crea nuevos desafíos. Administrar la urbanización masiva es uno. Otro es la habilidad de las enfermedades de propagarse más rápido que antes. Todavía nos cuesta contener la fragilidad de nuestro sistema financiero. Pero los grandes riesgos son, por cierto, un conflicto global y el desastre medioambiental.
Sobre el primero, Kishore Mahbubani, un experto de Singapur sobre las relaciones internacionales, trae una advertencia atractiva en su sucinto nuevo libro Has the West lost it? Sus mensajes fundamentales son, primero, que Occidente venció; segundo, que está perdiendo y, finalmente, que debe adaptarse. Occidente ganó porque todos se dan cuenta de que la ciencia y la tecnología funcionan y que un número creciente de sociedades han aprendido a cosecharlas.
Occidente está perdiendo, como resultado directo de esta lección, porque el dominio de un octavo de la población mundial está llegando a su fin. Debe adaptarse porque no hay una alternativa razonable. La lección que Occidente -sobre todo Estados Unidos- debe aprender, insiste él, es interferir mucho menos y cooperar mucho más. No puede gobernar el mundo. Necesita frenar su intervencionismo arrogante y usualmente errado. Es difícil rebatir este consejo de un amigo del oeste tan bien informado.
Un mundo mejor
Preservar las relaciones pacíficas en una era de rápidos cambios en poder relativo es un desafío enorme. Pero también lo es administrar los bienes comunes globales. A medida que la humanidad se enriquece, su impacto sobre el ambiente global aumenta. El indicador más potente de esto es el alza continua en las emisiones de gases invernadero. Pero los problemas importantes también salen en otros lugares, notablemente en los océanos, como resultado de la pesca excesiva y la destrucción de hábitats. Demasiadas personas en países ricos piensan que la respuesta es que los miles de millones de personas más pobres abandonen las esperanzas de una vida mejor. Eso no es sólo inmoral: tampoco es factible. Es necesario recordar que los 1.000 millones de personas más ricas consumen más de la mitad de los combustibles fósiles que quemamos.
El mundo es un lugar mucho mejor de lo que era. En un nivel global, es incluso menos desigual de lo que era hace cuatro décadas, gracias a la rápida alza de los ingresos en países antes empobrecidos. Pero los países poderosos en una caída global relativa resienten el cambio de su posición. Los países que tienen poblaciones importantes en un declive doméstico relativo están consumidos por la política de la ira. Pero si esperamos que el que el progreso sea sostenido y los peligros se enfrenten, es necesaria la cooperación pacífica.
La forma inteligente en que Occidente puede lograrlo, argumenta Mahbubani, es adherir a las reglas y acuerdos multilaterales que creó (como el pacto climático de París) para incentivar a China a que haga lo mismo. Es lo opuesto a lo que está haciendo EEUU ahora. Hemos llegado lejos y podemos llegar mucho más lejos. Pero no ocurrirá de manera automática y podría no ocurrir. ¿Soy optimista de que el país estará a la altura del desafío? La respuesta es: no.