Por Simon Mundy
Lee Byung-chul tenía grandes esperanzas cuando creó su comercializadora de verduras, Samsung Sanghoe, en un pueblo coreano. Sin embargo, nunca imaginó que 74 años después, su nieto estaría en California negociando de igual a igual con los jefes de la firma más valiosa del mundo.
Samsung puede haber perdido su épica batalla legal con Apple en EEUU, pero el caso demuestra lo lejos que ha llegado una empresa en una generación que vio cómo Corea del Sur pasaba de la penuria a la prosperidad. Y el hombre que representa esta extraordinaria transformación es Lee Jae-yong, CEO de Samsung y su probable próximo presidente, que aparentemente romperá con el tradicional liderazgo austero de los conglomerados familiares coreanos llamados “chaebol”.
Los chaebol abarcan virtualmente cada sector de la economía surcoreana. Samsung es por lejos el mayor y sus firmas realizan el 20% de las exportaciones del país. Un siglo después de la caída de la dinastía Choson, muchos coreanos describen a la familia Lee en términos usualmente reservados a la realeza. Lee, el príncipe heredero de 44, es sujeto de gran curiosidad.
Lee ha hecho poco por satisfacer este interés, con escasas declaraciones públicas. Sin embargo, Jay Lee -como prefiere ser conocido fuera de Corea- se ha convertido en el primer punto de contacto en Samsung para muchos clientes y competidores, y para altos funcionarios de China a EEUU. Fluido en inglés y japonés, impecable en sus lentes sin marco y trajes a medida, representa el rostro moderno y global de un grupo ampliamente considerado como hermético.
El único hijo de Lee Kun-hee, el presidente, fue preparado desde temprano para la sucesión. De niño creció acostumbrado a las visitas de los ejecutivos a su padre, que prefiere trabajar desde la casa. “La atmósfera familiar fue muy estricta para él”, explica Yanagimachi Isao, que le dio clases semanales de japonés en los años ‘80. “No quería rumores (en torno a él), por lo que mantuvo un estrecho círculo de amigos (...) Sabía que un día sería su deber manejar Samsung, así que tenía que estudiar duro”.
Lee ama los autos veloces y los caballos. Sus habilidades como jinete le permitieron integrar el equipo ecuestre surcoreano, pero su preparación para la sucesión jamás quedó de lado. Tras obtener una licenciatura en historia en Seúl, pasó dos años estudiando negocios en la universidad de Keio, en Tokio, donde mejoró su japonés y logró conocer profundamente la cultura empresarial nipona.
Tras volver a Seúl, Lee pasó más de una década en posiciones de bajo perfil, antes de ser asignado en 2007 a manejar las relaciones con los grandes clientes. Un ejemplo de su exitosa diplomacia comercial -a pesar de la disputa legal entre las compañías- es que fue el único ejecutivo asiático invitado al funeral de Steve Jobs, el fundador de Apple. Sin embargo, le queda trabajo por hacer para ganarse a la opinión pública surcoreana.
Es un momento difícil para los chaebol. En medio de la desaceleración económica de Corea del Sur hay crecientes críticas a su dominio económico y los acusan de asfixiar a las PYME. Con la elección presidencial de diciembre cerca, los políticos son empujados a mostrarse como impulsores de la “democratización económica”, y están organizando ataques a las estructuras accionarias que mantienen el control de compañías como Samsung en manos de sus familias fundadoras. Lee ya sufrió la humillación de una audiencia de la Corte Suprema por una transacción de bonos convertibles de 1996 que aumentó fuertemente su control en el grupo, aunque el tribunal determinó su legalidad.
Lee arriesga convertirse en un referente del descontento popular con los privilegios hereditarios, alega Chung Sun-up, editor de un popular sitio de noticias sobre los chaebol. “Lee debe probar sus capacidad de gestión, porque un creciente número de coreanos se pregunta por qué debe asumir el mando (...) La gente no da por hecho que el hijo deba suceder a su padre”.
Sus detractores argumentan que carece de experiencia para liderar un consorcio tan grande y diverso como Samsung, cuyas actividades van desde los seguros de vida a la construcción de barcos y la tecnología armamentística. Su promoción a COO en 2009 lo puso muy cerca de la cima. Sin embargo, aún no ha recibido la responsabilidad de alguna de las principales divisiones del grupo. “No ha tenido muchas chances para probar su capacidad de gestión porque su padre tiene todo el control”, señala Kim Sang-jo, un profesor de economía en la Universidad de Hansung.
Dichas críticas son injustas, señala una persona que ha trabajado estrechamente junto a Lee. Asegura que su modestia y deferencia hacia su padre han hecho que reste importancia a su contribución a éxitos recientes, que han hecho que los precios de la acción se hayan más que duplicado desde mediados de 2009. “Sus huellas digitales están en todos los Galaxy”, afirma la persona, en referencia a los dispositivos que permitieron a Samsung superar a Apple a principios de este año como el mayor fabricante de celulares inteligentes por unidades vendidas.
Lee también lideró el cambio de las pantallas LED, según la fuente. Los analistas las consideran la característica clave del popular Galaxy S3. Lee estuvo detrás de la decisión de la firma de duplicar la inversión en los últimos dos años en los procesadores de aplicación, los chips que son el “cerebro” de los smartphones del ahora productor mundial líder. Y es conocido por compartir con Jobs la fascinación con el producto y el diseño.
Ahora enfrentará una dura prueba. Su abuelo convirtió una comercializadora de verduras en un exportador de barcos y televisores; su padre creó un líder mundial en productos de alta tecnología, de chips de memoria a smartphones. El tercer presidente de Samsung ha dado pocas señales de cuál será su marca, pero es un desafío para el cual se ha preparado por décadas.