Por Jonathan Soble
Cuando no se ocupa de su campo de arroz de una hectárea en las montañas de las islas Shikoku, Hitoshi Kondo es un banquero para los agricultores japoneses.
A través de los años, Kondo, un empleado de la Agricultura Japonesa (AJ), una red de cooperativas de granjeros que domina la vida rural en Japón, ha administrado un supermercado que pertenece a AJ y ha vendido seguros de vida. Hoy, trabaja para el banco de AJ, que financia a 2,2 millones de agricultores.
Kondo teme que el primer ministro Shinzo Abe dañe su estilo de vida, y el de sus vecinos y clientes, al unirse a las conversaciones del Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico, un acuerdo entre EEUU y otros diez países.
Abe y sus consejeros piensan que un comercio más libre estimulará la economía japonesa al mejorar el acceso a los mercados extranjeros para los fabricantes y forzará a las industrias locales protegidas -incluyendo a la agricultura- a ser más productivas.
“Si los productos de EEUU o Australia entran al mercado no hay manera de que podamos competir”, afirma Kondo, citando el alto costo asociado a los típicos pequeños campos de Japón. “Los agricultores saldrán del negocio y el ambiente será arruinado. No queremos ser sacrificados por el bien de los autos y artículos electrónicos”.
Shinzo Abe se comprometió a proteger los “hermosos” campos de arroz de Japón y su “comida sana y deliciosa”. Además, en un acto en contra de los punto de vista de Kondo, y la mayoría del sector agrícola de Japón, ha dejado en claro que el alguna vez temido lobby, ha perdido su poder.
Los agricultores representan menos de un 4% de la fuerza laboral de Japón y generan sólo un 1% del Producto Interno Bruto. Sin embargo, el apoyo a las barreras de importación por parte de AJ y sus aliados en el ministerio de agricultura ha convertido a Japón en un actor comercial rezagado. Ha firmado un limitado número de acuerdos con países como México, Suiza y Perú.