ExCEO de Google y hombre clave en seguridad en IA en EEUU: "Ucrania está ganando la primera guerra ciberconectada de la historia"
Kiev supo aprovechar las innovaciones en software y maximizó el uso de tecnologías abiertas y modos de operación descentralizados.
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El año pasado renovó viejas enseñanzas sobre competencia entre grandes potencias, pero también introdujo otras nuevas sobre cómo la tecnología está cambiando el ámbito estratégico.
Ya no cabe duda del reto que China, Rusia y otros regímenes autoritarios plantean al Estado de Derecho internacional, la soberanía, los principios democráticos y la libertad de las personas. Estas amenazas crecieron, al poner China y Rusia nuevas tecnologías al servicio de la vigilancia poblacional, manipulación de la información y control de flujos de datos. Los autócratas están dando ejemplo de cómo pueden intensificar la represión de libertad de pensamiento, expresión y asociación.
Ucrania está ganando la primera guerra ciberconectada de la historia, porque supo aprovechar las innovaciones en software y maximizó el uso de tecnologías abiertas y modos de operación descentralizados.
Tensiones geopolíticas en aumento se unieron al avance creciente de tecnologías disruptivas sobre todos los aspectos de la vida pública y privada. Las implicancias para el futuro son claras: las plataformas tecnológicas del futuro son el nuevo ámbito de competencia estratégica. De allí el interés de Estados Unidos en garantizar que estas tecnologías las diseñen, construyan, desplieguen y gobiernen las democracias.
Ucrania, una ventana al futuro
La resistencia ucraniana contra la invasión rusa (con apoyo de otras democracias), es ejemplo concreto del cómo la tecnología transforma la geopolítica. Un país conectado y experto en tecnología consiguió organizarse en poco tiempo para dar batalla a un adversario que al principio aparentaba una superioridad militar aplastante. Ucrania está ganando la primera guerra ciberconectada de la historia, porque supo aprovechar las innovaciones en software y maximizó el uso de tecnologías abiertas y modos de operación descentralizados.
Ucrania también ofrece un atisbo de cómo podría ser una democracia tecnificada: servicios basados en la nube ofrecen al gobierno una conexión directa con la ciudadanía, sobre todo a través de dispositivos cotidianos como teléfonos celulares con software de encriptación y privacidad incorporada. Líderes políticos y funcionarios, jóvenes e innovadores, trabajan codo a codo con una talentosa fuerza laboral tecnológica para poner fin a décadas de esclerosis burocrática. Si Ucrania innova en medio de una guerra, todas las demás democracias pueden y deben hacerlo.
Grandes y pequeñas empresas de todo el mundo democrático han colaborado con la transformación ucraniana centrada en la tecnología, convirtiéndose al hacerlo en actores estratégicos por derecho propio. Se apresuraron a proteger la información financiera y gubernamental crítica de Ucrania transfiriéndola a la nube; dieron advertencia de ciberataques rusos y respuestas contra ellos; y ayudaron a mantener a los ucranianos conectados entre sí y con la red global, para que el mundo supiera de las mentiras, crímenes y derrotas militares rusas. Sin este ecosistema más amplio y el acceso a las plataformas tecnológicas, el conflicto tomaría una senda muy diferente.
Pero imaginemos un futuro donde Estados autoritarios controlan las tecnologías y empresas que supervisan el acceso a las redes, protegen esas redes de ciberataques, construyen infraestructuras digitales críticas, deciden qué mensajes censurar y manejan los flujos de datos confidenciales. Sería un mundo de coerción política e invasión de la privacidad individual, en forma sistemática, en el que ya nada quedaría de la protección básica de la libertad de expresión. Ninguna democracia tendría el control de su propio destino.
Debemos tomar en serio el éxito de China en la exportación a todo el mundo de soluciones de red integradas que combinan hardware, software y servicios. Estas soluciones extienden la esfera de influencia del gobierno chino y le dan una ventaja sobre EEUU y otras democracias, no sólo en la carrera tecnológica sino también en la contienda geopolítica. No se puede dar por sentado que las ventajas de las empresas occidentales en áreas como la tecnología de nube, los centros de datos y las redes sociales se mantendrá por sí sola.
Un buen ejemplo es el vertiginoso ascenso de TikTok, con los problemas de seguridad nacional que supone. Las incursiones de China en tecnofinanzas, comercio electrónico y otras plataformas (construidas sobre redes administradas por empresas chinas y que se ejecutan en hardware fabricado dentro de China o bajo su sombra) son un preanuncio de la competencia del futuro.
Enseñanzas para las democracias
Los retos para la formulación de políticas en las democracias son claros. En primer lugar, debemos abandonar la postura de no intervención estatal en el desarrollo tecnológico. En áreas importantes referidas al hardware, software y desarrollo de redes, EEUU y sus socios tuvieron que salir a responder desde la defensiva; sirven de ejemplo la campaña liderada por EEUU contra la ventaja inicial de Huawei en tecnología 5G, la inyección conforme a la nueva ley de chips de US$52. 700 millones para la producción de semiconductores en EEUU y su tardío esfuerzo para desarrollar una estrategia nacional integral en el área de la inteligencia artificial. Estas medidas reactivas evitaron un desastre, pero no bastan.
En segundo lugar, EEUU y sus socios deben identificar cuáles son los “chips del futuro” y orientar la política pública en consecuencia. Necesitamos un modelo público-privado reproducible para desarrollar y ejecutar una estrategia tecnológica nacional a largo plazo. Los riesgos políticos y económicos de la inversión pública a gran escala en sectores específicos no se comparan con los riesgos de ceder funciones tecnoindustriales clave a un rival estratégico o dejarlas en una condición de vulnerabilidad extrema a interrupciones de las cadenas de suministro.
En tercer lugar, EEUU y sus socios deben identificar las próximas estrategias de compensación tecnológica (tech offsets) y acelerar el desarrollo y despliegue de esas tecnologías. Intentar replicar las bases de fabricación tecnológica dentro de la órbita democrática no es realista y puede ser demasiado costoso. Deben hacer inversiones coordinadas en las tecnologías que impulsarán la próxima ola de desarrollo económico.
Finalmente, las democracias deben conservar el optimismo respecto de la capacidad de las nuevas tecnologías para proveer oportunidades y beneficios imprevistos. Me preocupa la posibilidad de que por perder de vista las promesas de la IA, biotecnología y otras tecnologías emergentes (o prestar atención solamente a los retos que plantean y temerle demasiado al riesgo), un exceso de regulación nos lleve a renunciar al liderazgo competitivo y nos meta en un callejón sin salida.
La sociedad civil, gobiernos y empresas de todo el mundo democrático son muy capaces de hallar un manejo equilibrado de estas tecnologías.