Adán y Eva fueron padres de Caín y Abel. Abel era pastor, y Caín labrador. Las oraciones y ofrendas de Abel complacían a Dios; las de Caín no. Abel sufrió la envidia de Caín. Caín mató a su hermano Abel.
Esaú y Jacob nacieron del mismo parto de su madre, Rebeca. Ya en el embarazo chocaban entre sí. Esaú, rubicundo y velludo, predilecto de papá, llegó a ser experto cazador, siempre vagando entre los montes; Jacob, lampiño y preferido de mamá, adoraba quedarse en su tienda. Esaú le vendió a Jacob sus derechos de primogénito, a cambio de un plato de lentejas que éste guisó mientras aquél cazaba. Rebeca urdió un montaje para disfrazar a Jacob como si fuera Esaú y así alzarse con la irrevocable bendición de su anciano padre antes de morir.
Jacob tuvo 12 hijos. Manifestó predilección por uno, José. Ulcerados por la envidia, los otros resolvieron matarlo, aunque terminaron vendiéndolo a comerciantes árabes que iban a Egipto. Rubén se acostó con la concubina de su padre. José, esclavo en Egipto, rechazó castamente el acoso de la mujer de su amo Putifar, y perdonó de corazón y con hechos a los hermanos que lo habían vendido por 20 piezas de plata.
Moisés, obediente a Dios, encabezó con sus hermanos Aarón y María el éxodo de Israel hacia el Sinaí. Pero Aarón y María murmuraban contra Moisés por haberse casado con extranjera. El desagrado de Dios por esta murmuración se concentró en María: quedó leprosa, hasta que Moisés clamó a Yahvé por su curación.
Jesús escogió y formó a 12 apóstoles para que fueran ejemplo preclaro de unidad. Santiago y Juan pretendieron acaparar los puestos de honor, desatando la ira de los otros 10. Judas vendió a su Maestro por 30 monedas de plata. Pedro, futura Roca sustentadora de la Iglesia, juró ni siquiera conocer a Jesús mientras éste era juzgado.
Después de Pentecostés, la comunidad cristiana vivía el gozo típico del Espíritu Santo: compartir lo propio con los demás, según la necesidad de cada uno. Pero Ananías y su esposa Safira vendieron un terreno para poner el precio a disposición de los apóstoles; sólo que, mintiendo, se quedaron con la mitad del dinero. Esta “mediocridad” en la generosidad les acarreó la muerte súbita.
Trasparente radiografía del corazón humano, la Biblia anticipa y confirma lo que la ciencia y la experiencia corroboran a diario. Por iguales que seamos en origen, en derechos, deberes y circunstancias, los hombres porfiamos en actuar desigualmente. Más que causa, la desigualdad es efecto de nuestra innata propensión a exaltar el Ego por sobre todo lo demás. El gran adversario del desarrollo está dentro de nosotros. Se le vence con educación y fe. Los padres, el colegio forman el corazón. Sólo Dios lo cambia.