Un sorprendente ecumenismo (I)
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Director de La Civilta Cattolica
In God We Trust. Esta frase aparece impresa en los billetes de Estados Unidos de América y es también el lema nacional. Apareció por primera vez en una moneda en 1864, pero no se hizo oficial hasta la aprobación de una resolución conjunta del Congreso en 1956. Significa: “En Dios confiamos”. Un lema importante para una nación que cuenta en sus raíces fundacionales con motivaciones de carácter religioso. Para muchos se trata de una simple declaración de fe, para otros es la síntesis de una problemática fusión entre religión y Estado, fe y política, valores religiosos y economía.
Religión, maniqueísmo político y culto al apocalipsis
Especialmente en ciertos gobiernos de Estados Unidos en las últimas décadas, se ha notado el papel cada vez más incisivo de la religión en los procesos electorales y en las decisiones del gobierno. Un papel también en el orden moral a la hora de identificar lo que está bien y lo que está mal.
A veces esta compenetración entre política, moral y religión ha adoptado un lenguaje maniqueo que subdivide la realidad entre el Bien absoluto y el Mal absoluto. De hecho, después de que Bush hablara en su momento de un “eje del mal” al que hacer frente y reclamara la responsabilidad de “liberar al mundo del mal” tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, ahora el presidente Trump orienta su lucha contra una entidad colectiva genéricamente amplia, la de los “malos” o incluso “muy malos”. En ocasiones el tono utilizado en ciertas campañas por parte de sus defensores asume connotaciones que podrían llamarse “épicas”.
Estas actitudes se basan en principios fundamentalistas cristiano-evangélicos de principios del siglo pasado que se han ido radicalizando poco a poco. De hecho, se ha pasado de un rechazo a todo lo que es “mundano”, tal como se consideraba la política, a la persecución de una influencia fuerte y determinante por parte de esa moral religiosa en los procesos democráticos y sus resultados.
El término “fundamentalismo evangélico” que hoy se puede asociar a la “derecha evangélica” o “teo-conservadurismo” tiene sus orígenes en los años 1910-15. En aquella época, un millonario del sur de California, Lyman Stewart, publicó doce volúmenes titulados Fundamentals. El autor trataba de responder a la “amenaza” de las ideas modernistas de la época, mostrando el pensamiento de los autores en los que valoraba un apoyo doctrinal. De este modo ejemplificaba la fe evangélica en sus aspectos morales, sociales, colectivos e individuales. Contó entre sus admiradores con varios líderes políticos e incluso dos presidentes recientes, como Ronald Reagan y George W. Bush.
El pensamiento de los colectivos sociales religiosos inspirados en autores como Stewart considera a Estados Unidos como una nación bendecida por Dios, y no duda en basar el crecimiento económico del país en una adhesión literal a la Biblia. Con el paso de los años también se ha alimentado de la estigmatización de sus enemigos, que han sido progresivamente digamos “demonizados”.
En el universo que amenaza su manera de entender su “american way of life” se han ido alternando con el paso del tiempo los espíritus modernistas, los derechos de los esclavos negros, el movimiento hippie, el comunismo, los movimientos feministas, etcétera, hasta llegar hoy a los migrantes y musulmanes. Para mantener el nivel del conflicto, sus exégesis bíblicas se apoyan cada vez más en lecturas descontextualizadas de los textos del Antiguo Testamento sobre la conquista y la defensa de la “tierra prometida”, en vez de dejarse guiar por la mirada incisiva y amorosa del Jesús de los Evangelios.
Dentro de esta narrativa, lo que mantiene vivo el conflicto no se prohíbe. No se tiene en cuenta el vínculo existente entre capital y beneficios con la venta de armas. Al contrario, en ocasiones la propia guerra se asemeja a las heroicas hazañas de conquista del “Dios de los ejércitos” de Gedeón y de David. En esta perspectiva maniquea, las armas pueden asumir por tanto una justificación de carácter teológico, y tampoco faltan hoy pastores que buscan para esto un fundamento bíblico, utilizando pasajes de las Sagradas Escrituras como pretextos fuera de contexto.
Otro aspecto interesante es la relación que este colectivo religioso, compuesto principalmente por blancos de extracción popular del sur norteamericano profundo, tiene con lo “creado”. Hay como una especie de “anestesia” ante los desastres ecológicos y los problemas generados por el cambio climático. El “dominionismo” que profesan –que considera a los ecologistas personas contrarias a la fe cristiana– hunde sus raíces en una comprensión literal de los relatos de la creación en el libro del Génesis, situando al hombre en una situación de “dominio” sobre la creación, mientras esta última queda sometida a su arbitrio por “sugerencia” bíblica.
Desde esta visión teológica, los desastres naturales, los dramáticos cambios climáticos y la crisis ecológica global no solo no se perciben como alarmas que deberían llevarles a revisar sus dogmas sino al contrario, son signos que confirman su concepción no alegórica de las figuras finales del libro del Apocalipsis y su esperanza en “cielos nuevos y tierra nueva”.
Se trata de una fórmula profética: combatir las amenazas a los valores cristianos americanos y esperar la inminente justicia de un Armageddon, un ajuste de cuentas final entre el Bien y el Mal, entre Dios y Satanás. En este sentido, todo “proceso” (de paz, de diálogo, etc) se desliza ante la urgencia del fin, de la batalla final contra el enemigo; y la comunidad de los creyentes, de la fe (faith), se convierte en la comunidad de los combatientes, de la batalla (fight). Una lectura unidireccional parecida de los textos bíblicos puede llevar a anestesiar las conciencias o apoyar activamente las situaciones más atroces y dramáticas que el mundo vive fuera de las fronteras de la propia “tierra prometida”.
El pastor Rousas John Rushdoony (1916-2001) es el padre del llamado “reconstruccionismo cristiano” (o “teología dominionista”), que tuvo gran impacto en la visión teopolítica del fundamentalismo cristiano. Es la doctrina que alimenta a organizaciones y redes políticas como el Council for National Policy y el pensamiento de sus líderes, como Steve Bannon, actualmente chief strategist de la Casa Blanca y defensor de una geopolítica apocalíptica.
“Lo primero que debemos hacer es dar voz a nuestras iglesias”, dicen algunos. El significado real de este tipo de expresiones es que se espera la posibilidad de influir en la esfera política, parlamentaria, jurídica y educativa, para someter las normas públicas a la moral religiosa.
De hecho, la doctrina de Rushdoony sostiene la necesidad teocrática de someter el Estado a la Biblia, con una lógica no muy diferente de la que inspira el fundamentalismo islámico. En el fondo, la narrativa del terror que alimenta el imaginario de los yihadistas y neocruzados bebe de fuentes no muy distantes de las suyas. No debemos olvidar que la propaganda teopolítica del Isis se fundamenta en el mismo culto de un apocalipsis que afrontar lo antes posible. Por tanto, no es casual que George W. Bush haya sido reconocido como un “gran cruzado” justamente por Osama bin Laden.
Teología de la prosperidad y retórica de la libertad religiosa
Otro fenómeno relevante, junto al maniqueísmo política, es el paso del original pietismo puritano, basado en “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” de Max Weber, a la “teología de la prosperidad”, propugnada principalmente por pastores millonarios y mediáticos, y organizaciones misioneras de gran influencia religiosa, social y política. Anuncian un “evangelio de la prosperidad” en el que Dios desea que los creyentes sean físicamente saludables, materialmente ricos y personalmente felices.
Es fácil notar cómo ciertos mensajes de las campañas electorales y sus semióticas abundan en referencias al fundamentalismo evangélico. Sucede por ejemplo con imágenes donde líderes políticos aparecen triunfantes con una Biblia en la mano.
Una figura relevante, que ha inspirado a presidentes como Richard Nixon, Ronald Reagan y Donald Trump, es el pastor Norman Vincent Peale (1898-1993), quien ofició el primer matrimonio del presidente actual. Fue un predicador de éxito. Vendió millones de copias de su libro “El poder del pensamiento positivo” (1952), lleno de frases como: “Si crees en algo, lo conseguirás”, “Si repites ‘Dios está conmigo, ¿quién estará contra mí?’, nada te detendrá”, “Imprime en tu mente tu imagen del éxito y el éxito llegará”, y cosas así. Muchos telepredicadores de la prosperidad mezclan marketing, dirección estratégica y predicación, concentrándose más en el éxito personal que en la salvación o en la vida eterna.
Un tercer elemento, junto al maniqueísmo y al evangelio de la prosperidad, es una particular forma de proclamar la defensa de la “libertad religiosa”. La erosión de la libertad religiosa es claramente una grave amenaza en el seno de un secularismo rampante. Pero hay que evitar que su defensa avance al ritmo de los fundamentalistas de la “religión en libertad”, percibida como un supuesto desafío directo a la laicidad del Estado.
(Este artículo continua el próximo viernes, en esta misma sección)