La Iglesia se define como Madre y Maestra. Espiritualmente da vida a sus hijos mediante la Palabra y los Sacramentos. Los educa mediante los Mandamientos. Y respecto de quienes no son o no se sienten hijos suyos, defiende con intrépido celo su derecho a la vida y les ofrece su dos veces milenaria experiencia en educación. Muchos que no comparten su fe le agradecen a esta Madre haber salvado sus vidas, y a esta Maestra haber formado a sus hijos en principios sólidos y en valores perdurables.
El Cardenal-Arzobispo de Santiago y Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, ha recordado que la Iglesia, como Madre, está a favor de la vida, y no sólo a partir de un dogma de fe, sino en perspectiva racional, firmemente respaldada por la evidencia científica y por garantías jurídicas. Lamenta, por ello, el Prelado que un tema tan trascendental como el anunciado proyecto de legalizar el aborto sea tomado a la ligera y resuelto por un simple conteo de mayoría de votos. Como Maestra, bien sabe la Iglesia que la educación es “parte central de la vida” y sólo fructifica en un contexto de persona a persona, cuyo primer escenario es la familia, cuyo complemento es el aula, y cuyo requisito de éxito es el amor. De las ideas y proyectos que hasta ahora se han planteado sobre educación, tema alegadamente prioritario, “ninguno se refiere a ella”, sostiene Mons. Ezzati.
Más que un bien, continúa el Pastor, la educación pública es una necesidad y debe ser puesta en el nivel de importancia que le corresponde. Ello no se logra “simplemente estigmatizando otras dimensiones de la educación”. Ya el presidente del Área de Educación del Episcopado, Monseñor Héctor Vargas había documentado la prevención de la Iglesia respecto de que el Estado imponga, por la vía del fin del copago y eliminación de la selección, un sistema escolar unificado.
Tras estos intentos de adjudicarle al Estado un derecho que no tiene ni podrá tener: autorizar la eliminación directamente querida de una vida inocente, y sustituirse a los padres de familia en la elección de un plantel y proyecto educativo que responda a sus convicciones, el Cardenal-Arzobispo de Santiago detecta dos falencias inaceptables: políticos que no escuchan al pueblo y sus necesidades, y conversión de un programa de gobierno en dogma de fe intransable. Un programa no es sino una declaración previa de lo que se piensa hacer. Un dogma es una verdad inconcusa, producto de una revelación divina. Las religiones no imponen sus dogmas. Los gobiernos tienen armas coercitivas para imponer sus programas como dogmas. Estigmatizan toda proposición crítica o disidente y aplanan con mayoría de votos. Dogma, programa, estigma, mayoría: esta sumatoria de cuatro “ma” no es el mejor escenario para el Día de la Mamá.