El enigma de Juan xxiii
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Al libro de Franz Michel Willam “Vom jungen Angelo Roncalli (1903-1907) zum Papst Johanne XXIII”. (1958-1963), editado en 1967, Jospeh Ratzinger dedicó una reseña en la “Theologische Quartalschrifi” (149, 1968, pp. 241-263), -ahora en sus escritos conciliares editados en 2012- de la que publicamos amplios pasajes.
La gran figura del Papa Juan XXIII representa un enigma en muchos aspectos. Con su idea de actualización creó un nuevo modelo conciliar y dio un giro hasta entonces impensable a la historia de la Iglesia del siglo XX. ¿Pero de qué fuentes brotaba este impulso? Prevalece ampliamente la impresión de que, en realidad, se trató más que nada de un desarrollo casual, cuya importancia no podía ignorar el sencillo y buen sacerdote de Sotto il Monte. El hecho de que él mismo se definiera como un saco vacío que el Espíritu Santo había llenado improvisamente de fuerza, parece que confirma directamente de su boca esta teoría. (…)
Quien logra hablar de un modo tan directo, tan personal y tan libre, no es un párroco rural que, improvisamente, se vio en lo alto por casualidades de la historia, que no sabe lo que hace. (…) Considero que la frase que se acaba de recordar es suficiente por sí sola para reconocerle a Juan XXIII una genialidad auténtica, sin que ello signifique que las palabras sobre el saco vacío no sean verdaderas. Quien experimenta verdaderamente la exigencia de la gracia, siente también la incongruencia de todos los presupuestos humanos, que antes de ello no pueden ser más que un “saco vacío”
¿Dónde se hunden las raíces de esta grandeza? ¿Y cuál es su verdadero contenido espiritual?
Franz Michel Willam, de manera meritoria, se dedicó a examinar nuevamente las casi ocho mil páginas de toda la obra literaria del Papa Roncalli, buscando las raíces de la actualización. (…) Sin dudar, su libro puede ser considerado la publicación hasta ahora más importante para ilustrar la figura de Juan XXIII; al mismo tiempo es de fundamental importancia para comprender el Concilio Vaticano II. (…)
Willam muestra que la idea de la actualización representa la síntesis de toda una vida; en ella se encuentran todas las etapas del camino espiritual de Roncalli. Lo más sorprendente, sin embargo, es que la raíz principal se remonta a la época del seminario y se oculta en una noticia del Diario del 16 de enero de 1903, que destaca un giro dramático en la lucha por la santidad personal, reflejada en las anotaciones del diario. Una experiencia de hondura incisiva se hace visible allí donde el seminarista bergamasco escribe: “De tanto tocarlo con la mano, me he convencido de algo, es decir, de cuán falso es el concepto que de la santidad aplicada a mí mismo me he formado”. La fuerza de la experiencia personal que se aprecia tras estas palabras es inequívoca; en ella se puede vislumbrar la conversión auténtica de Roncalli, que hizo del buen seminarista ese grande que el mundo aprendió a conocer a partir de 1958. No sorprende, pues, que precisamente en esa experiencia se haya forjado la idea que pasó a la historia como auténtica obra de este hombre y constituyó el centro de su pensamiento y de su obrar. Se expresa con estas palabras: “De la virtud de los santos debo quedarme con la sustancia y no con los accidentes. Yo no soy san Luis, ni debo santificarme precisamente como lo hizo él, sino como lo comporta mi ser diverso, mi carácter, mis condiciones diferentes. No tengo que ser la reproducción débil y enjuta de un ser que tal vez es perfectísimo. Dios quiere que, siguiendo los ejemplos de los santos, absorbamos la savia vital de la virtud, convirtiéndola en nuestra sangre y adaptándola a nuestras costumbres y circunstancias especiales (…)”. Los elementos decisivos del concepto de actualización en su conjunto ya están dados aquí, como ilustra William por medio de un meticuloso análisis: la distinción entre sustancia y accidentes, el rechazo de la “reproducción débil y enjuta”, el acento puesto sólo en la “savia vital”, la necesidad de adaptación a las costumbres y a las circunstancias de vida. Esto significa que la idea de la actualización no se refería, ante todo, a las cuestiones de la dogmática teológica o al cambio y a la renovación de la Iglesia, sino que está enraizada en la lucha por la verdadera forma de santidad. Sólo a partir de este centro se puede entender concretamente: es esta la intuición decisiva para la comprensión de la verdadera voluntad del Papa Juan XXIII que emerge aquí.
Ahora, se ha de añadir una segunda serie de hechos que Willam desarrolla en la última parte de su libro. Él destaca que en 1922 Roncalli, en el elogio fúnebre por su director espiritual (…), definió la conducta de vida cristiana como una “auténtica ciencia”, que se debía estudiar y luego aplicar a la propia vida. Luego, a partir de 1940, Roncalli pasó a una terminología tomísticamente más precisa, sustituyendo la palabra ciencia con arte (ars). Este uso del término ars está presente varias veces tanto en lo discursos pronunciados por Roncalli como patriarca de Venecia como en las alocuciones de su pontificado. La cuestión importante es que en 1955 aplica el dicho “un solo arte, pero mil modos” al arte de los santos: todos se parecen en lo que se refiere a la tranquilidad y a la serenidad interior, pero cada uno tiene un carácter personal. Es importante, además, la relación del ars con la tarea del anuncio en 1961 y, sobre todo, el radiomensaje de 1963, en el cual el Papa invita a los fieles a no ser espectadores del Concilio, sino “artífices”, “o sea personas que desempeñan el arte de la aplicación a la propia vida”. Aquí se cierra el círculo, los años 1903 y 1963 se tocan: la actualización del Concilio se interpreta como arte de aplicar al hoy de modo vital esa única cosa que es la santidad, para la cual la Iglesia existe.
Si de este modo el inicio y el fin del itinerario de Roncalli se tocan para luego sobreponerse completamente, en los sesenta años que transcurren entre uno y otro hay un proceso de maduración intenso, cuyas etapas más importantes Willam las recorre basándose en los Escritos. Puede demostrar que Roncalli probablemente ya en 1902 conocía L’Evangile et l’Eglise de Loisy, y así fue remitido a Newman, a cuya obra, en especial, Loisy hacía referencia. Una importancia aún mayor comporta el hecho de que Roncalli en el seminario romano, siguió las lecciones de Buonaiuti, su asistente durante la ordenación presbiteral, sobre la historia de la Iglesia, entrando en contacto directo con las problemáticas del modernismo, con el pensamiento de Newman y con los interrogantes de la investigación histórica crítica. La confrontación del joven y dotado estudiante con las cuestiones que esto planteaba se refleja sobre todo en una anotación un poco más larga en su diario con fecha de diciembre de 1903, en la que Roncali pronuncia un “sí” decidido a la crítica (“Amo la crítica”; “No me asombraré de nada, incluso si ciertos resultados de la investigación (…) llegasen a ser un poco sorprendentes”), pero al mismo tiempo profesa el carácter normativo de la fe, cuya riqueza ciertamente a través del trabajo de la ciencia “emergerá cada vez más pura y más clara”. (…)
Como otra etapa importante del desarrollo espiritual de Roncalli, Willam destaca el manifiesto del conde Grosoli de 1904, redactado por el obispo Radini Tedeschi, que condujo a la supresión, por parte de Pío X, de la Obra de los Congresos que él dirigía. En este texto aparece el concepto en el discurso de Juan XXIII para la inauguración del Concilio vuelve a aparecer como “salto hacia adelante”. Llega a ser decisiva, además, la amistad con el obispo Radini Tedeschi y con el cardenal milanés Ferrari, quienes, como Roncalli mismo, en 1910-1911 fueron sospechosos de modernismo. (…)
En los años 1909-1910 tuvieron lugar otros dos descubrimientos, que luego llegaron a ser iluminadores para el camino de Roncalli: el encuentro con la figura de san Carlos Borromeo, cuyos protocolos de las visitas a Bérgamo fueron publicados por Roncalli en cinco tomos en los años 1909-1958; y luego el descubrimiento de la Regula pastoralis de Gregorio Magno, que se convirtió en el libro preferido del futuro Papa. De ésta parece haber tomado el concepto pastoral, mientras que de la confrontación con el santo de la renovación católica del siglo XVI parece haber tomado la idea de la reforma de la Iglesia que se renueva siempre de modo juvenil.
Como última etapa Willam indica una creciente dedicación a la Sagrada Escritura, centrada en una inmersión siempre nueva en el décimo capítulo del Evangelio de Juan. Aquí Roncalli no encuentra sólo la idea de lo que es pastoral, que de allí asume para él la forma de la ley de la mansedumbre; en ello redescubre también de nuevo el ars de la adaptación (“las llama al todas por su nombre”), el contenido esencial de la actualización y, por último, la idea del ecumenismo (“un solo rebaño, un solo pastor”).
Indudablemente, incluso después de revelar de este modo el itinerario espiritual del Papa Roncalli, muchas cosas permanecen ocultas en el silencio de los mejores años de su vida. Por ejemplo, ¿qué sucedió cuando, en lugar de los santos jesuitas Luis, Estanislao Kostka y Juan Berchmans, Roncalli eligió a Francisco de Sales como su santo? ¿Qué sucedió para que el “paso hacia adelante” del conde Grosoli se convierta en el “salto hacia adelante” del Papa del Concilio? ¿De qué modo Juan XXIII descubrió la tarea ecuménica, y de qué modo las culpas de los cristianos hacia los judíos? A partir de lo cual se explica ese inaudito optimismo, que se describiría mejor como espiritualidad de la esperanza, en virtud de la cual, con ocasión de la inauguración del Concilio, logró disentir de los profetas de calamidades, “avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos fuese inminente”, y a quienes contraponía sus audaces palabras de esperanza: “Tantum aurora est; et iam primi orientis solis radii quam suaviter animos afficiunt nostros!” (Constitutiones, decreta, declarationes, p. 870) (…)
A pesar de los límites que evidentemente encuentra aquí la investigación, el libro de Willam sigue siendo una aportación fundamental para iluminar la personalidad de Juan XXIII y para una amplia explicación de su enigma. (…) Sobre todo, se puede considerar como una conquista de este análisis el hecho de que eso mismo ofrezca la clave para comprender el Diario del alma. (…) En el lenguaje cifrado de los esfuerzos ascéticos, que quiere introducir el propio ser totalmente en la forma eclesial, ofrece de todos modos a quienes lo miran más en profundidad el testimonio de una lucha dramática por la santidad auténtica, en la que está presente todo el drama de la fe de nuestro siglo. El autor, por lo tanto, se merece infinito agradecimiento por su paciente trabajo y, no por último, también por haber sabido decir tantas cosas en poco espacio.