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Rivalidad entre China y EEUU y las amenazas a la globalización evocan un pasado ominoso

El mundo se ha encontrado en esta posición anteriormente y sabe que la rivalidad entre superpotencias sólo acarrea ruina.

Por: Martin Wolf | Publicado: Jueves 28 de mayo de 2020 a las 04:00 hrs.
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Foto: Reuters
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¿Cómo cambiará Covid-19 al mundo? No lo sabemos. Pero un resultado es evidente: un marcado deterioro adicional en las relaciones entre las dos superpotencias. Esto seguramente tendrá consecuencias a largo plazo.

El mundo actual nos recuerda los principios del siglo XX, cuando las rivalidades entre las potencias establecidas y en ascenso condujeron a la guerra. Eso, a su vez, condujo al colapso de una era de globalización, la llamada “primera globalización”. Hoy en día, nuestra “segunda globalización” se encuentra amenazada.

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Sin embargo, eso representa sólo una parte de lo que está en riesgo a medida que las superpotencias adoptan una intensa rivalidad.

Consideremos los eventos recientes. Donald Trump ha culpado al “virus de Wuhan” de China por el devastador impacto de Covid-19 en su país con el fin de desviar la atención de sus propios fracasos. La China autocrática de Xi Jinping está buscando imponer una draconiana legislación de seguridad sobre Hong Kong, en violación de las obligaciones del tratado.

No menos importante, la administración estadounidense ha lanzado un nuevo Enfoque Estratégico para la República Popular de China, guiado por lo que llama “realismo basado en principios”. Éste subraya la amenaza que representa China para la seguridad nacional y para los intereses económicos estadounidenses.

El principio del siglo XX también fue una era de globalización y de desenfrenada rivalidad entre las grandes potencias, a medida que el relativo poder económico del Reino Unido disminuyó y el de Alemania, Rusia y EEUU aumentó. Si bien el surgimiento de EEUU fue el más significativo, la proximidad hizo que la competencia entre Alemania -que estaba decidida a disfrutar de “Weltpolitik”, su posición como poder mundial- y el Reino Unido -que consideraba a Alemania como una amenaza mortal para su independencia- fuera decisiva.

Un fascinante artículo de Markus Brunnermeier y Harold James, de la Universidad de Princeton, y Rush Doshi, de la Institución Brookings, argumenta que “la rivalidad entre China y EEUU en el siglo XXI tiene una extraña semejanza con la de Alemania y el Reino Unido en el siglo XIX”.

Ambas rivalidades se produjeron en una era de globalización económica y de rápida innovación tecnológica. Ambas tuvieron una autocracia en ascenso con una economía protegida por el Estado desafiando a una democracia establecida con un sistema de libre mercado. Además, ambas rivalidades incluyeron “países enredados en una profunda interdependencia utilizando amenazas arancelarias, el establecimiento de normas, el robo de tecnología, el poder financiero y la inversión en infraestructura para obtener ventajas”.

Los “que llegaron tarde”, como Alemania entonces o China actualmente, no aceptarán desventajas permanentes. De hecho, lo mismo ocurrió con EEUU en el siglo XIX. Alexander Hamilton desarrolló el argumento de la industria naciente para justificar el proteccionismo. El Reino Unido se movilizó hacia el libre comercio, mientras que EEUU se mantuvo altamente proteccionista. El Reino Unido buscó proteger su propiedad intelectual, mientras que EEUU intentó robarla. La rivalidad de este tipo siempre es inevitable.

El conflicto que comenzó en 1914 terminó recién en 1945, dejando a Europa, Asia Oriental y la economía global en ruinas. Se requirió la entrada de nuevas grandes potencias en la escena global, sobre todo la de EEUU, para restaurar la estabilidad y la paz mundial, aunque de manera imperfecta. Como lo ha mostrado Maurice Obstfeld, un execonomista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), en otro excelente artículo, transcurrieron 60 años antes de que la integración económica volviera a los niveles de 1913 en relación con la producción global. La globalización luego fue mucho más lejos, antes de la crisis financiera mundial de 2008. En el proceso, también trajo consigo una gran reducción de la desigualdad global y de la pobreza masiva.

El Covid-19 aceleró la fricción

La creciente fricción entre China y EEUU, y el debilitamiento de la globalización, han sido evidentes desde la crisis financiera mundial. Pero el Covid-19 ha acelerado estas tendencias. La pandemia está haciendo que los países se vuelven hacia dentro. La demanda de autosuficiencia está aumentando. Esto es particularmente cierto en el caso de los productos de la salud. Pero otras cadenas de suministro también se están rompiendo. Los colapsos económicos, el estratosférico desempleo y las recuperaciones limitadas por la pandemia hacen que algunos líderes, especialmente los populistas y los nacionalistas, estén dispuestos a culpar a los extranjeros.

La percepción de la incompetencia estadounidense debilita su credibilidad y envalentona a la China autocrática. A medida que EEUU se retira de las organizaciones y tratados internacionales y China persigue su propio camino, el tejido de la cooperación se está desgarrando. Incluso un conflicto armado es posible.

Momento decisivo

Tal como argumenta Larry Summers, la pandemia parece ser un momento decisivo en la historia. No sólo porque está cambiando las tendencias, sino más bien porque las está acelerando. Es razonable apostar a que el mundo que emergerá al otro lado de la pandemia será mucho menos cooperativo y menos abierto que el que entró en ella. Es allí a donde nos conducen las tendencias actuales.

Sin embargo, eso no hace que sea deseable. Cuando observamos los terribles errores del pasado, debemos sorprendernos de cuán comprensibles y humanos fueron, y cuán inevitable les pareció a los responsables la deriva hacia el conflicto y hacia el colapso económico. También debemos reconocer que el nacionalismo ciego y las fantasías de grandeza no produjeron un elegante equilibrio de poder, sino más bien un cataclismo. De este desastre surgió el mundo de la cooperación institucionalizada. Este tipo de mundo no se ha vuelto menos necesario; sin embargo, se ha vuelto mucho más frágil.

Sobre todo, no debemos olvidar cómo ha terminado normalmente a competencia desenfrenada de las grandes potencias. Sin embargo, la actual economía mundial está más integrada que nunca y, por lo tanto, los costos de la desglobalización deben ser proporcionalmente mayores. También debemos recordar que las armas ahora disponibles son más destructivas que las de hace un siglo. Esta vez, tampoco hay potencias externas capaces de salvar a China y a EEUU de sí mismos. Quizás lo más importante es que necesitamos un nivel mucho más alto de cooperación global si queremos gestionar nuestros bienes comunes globales.

Éstos son tiempos difíciles y peligrosos. Necesitamos estar a la altura de las circunstancias, pero no es así. Esto es un hecho. Reconózcalo.

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