Por Richard Waters
¿Qué tienen en común la discusión sobre los impuestos que Google y Amazon pagan en el Reino Unido y una conferencia multinacional sobre Internet que se desarrolla en Dubai? A primera vista, no mucho. Pero están unidos en al menos una cosa: una creciente conciencia del inmenso poder –y ganancias- de algunas de las empresas tecnológicas más ricas de Estados Unidos. A medida que muchos países luchan con sus propias posiciones fiscales en apuros, el sospechoso éxito se ha vuelto más difícil de ignorar. Los regímenes tributarios menos amistosos y una regulación más insidiosa están convirtiéndose en una amenaza muy real.
La conferencia de Dubai, bajo los auspicios de una rama de Naciones Unidas llamada la Unión Internacional de Telecomunicaciones, ha estado entrampada esta semana en la pregunta de cómo debería ser gobernado Internet. Esto ha revelado una ruptura sobre la censura que ha convertido a partes de Internet en una serie de redes nacionales cerradas. El riesgo ahora es que, autorizada por un tratado internacional, esto se endurecerá en bloques regionales restrictivos.
Más allá de la lucha por control, descansa una segunda pelea, por dinero. Las telecomunicaciones fueron alguna vez la gallina de los huevos de oro del mundo en desarrollo: las altas tasas de término que cobraron los operadores de telecomunicaciones por las llamadas internacionales fueron una forma de extraer dinero de otros operadores (y sus clientes) con base en países ricos.
Ese sistema ya no está bajo ataque. Pero Internet presenta una fuente alternativa de ingresos. Eso explica por qué muchos países en África, Medio Oriente y el otras regiones han estado presionando en Dubai para extender las antiguas regulaciones de “quien envía paga” del mundo de telecomunicaciones tradiciones hacia el tráfico de Internet, imponiendo un cargo directo en las empresas de Internet por llegar a sus clientes en el extranjero.
Es natural que los gobiernos y las empresas de comunicaciones en todo el mundo miren hacia la inmensa fortuna de Google y sus pares, y es fácil argumentar a favor de cobrar impuestos a las compañías que son responsables de generar la mayor parte del tráfico que congestiona las redes para ayudar a pagar las mejoras. Las empresas de telecomunicaciones europeas han estado presionando por ello por años. A medida que las tensas discusiones en Dubai entraban en u ronda final, parecía como si el riesgo se hubiera evitado, al menos por ahora. Pero está garantizado que se mantendrá en el subtexto de futuras negociaciones internacionales.
En el Reino Unido, entre tanto, recientes cuestionamientos de los políticos han atraído atención a la forma en que muchas empresas tecnológicas estadounidenses estructuran sus operaciones internacionales para canalizar ingresos a través de países de bajos impuestos como Irlanda. Cambiar la propiedad intelectual hacia paraísos fiscales, que permite a las empresas decir que han “ganado” la mayoría de las ganancias en esos países, pese a que las ventas se han generado en otros lugares, ha sido por mucho tiempo un elemento básico de la planificación tributaria internacional.
Puede que todo sea legal, pero las empresas no pueden quejarse cuando esa evasión fiscal tan transparente cause oprobio político y público.
Los grandes ricos de las empresas tecnológicas más exitosas son una meta altamente sospechosa. El efectivo e inversiones de Apple han llegado ahora a US$ 121 mil millones y se espera que suban mucho más. Su flujo de efectivo libre saltará desde US$ 42 mil millones este año a
US$ 65 mil millones en 2014, pese a los US$ 11 mil millones en dividendos de acciones que probablemente pague un par de años desde ahora, según estimaciones de UBS.
En este escenario, es ahora un tema de relaciones públicas inteligentes para las compañías tecnológicas líderes mostrar que están haciendo más para impulsar el bienestar social y económico en los principales países en los que operan. Como tan a menudo en una industria que ha sido reactiva en lidiar con su creciente influencia en el mundo, esto ha llegado tarde, pero es oportuno para todo eso.
La promesa de Tim Cook de retornar algunos empleos manufactureros de Apple de vuelta hacia EEUU es una señal del cambio. El número de empleos es bajo, pero el simbolismo no se perdió, Apple también ha comenzado a argumentar tardíamente que es responsable directa o indirectamente por casi 600 mil empleos en su país de origen, la mitad de ellos a través de la economía de aplicaciones. Para Apple, ser visto como un buen ciudadano público se ha convertido en un asunto urgente.
Google, el gigante tecnológico en la línea de fuego más directa de los reguladores, ha pasado un tiempo mayor construyendo un argumento similar sobre su impacto beneficioso en la actividad económica y los empleos. Qué tan bien lo ha hecho será evidente pronto: sus intentos por eludir sanciones de los reguladores anticompetencia en EEUU y Europa están llegando a un punto decisivo. ¿Será visto como un monopolista avaro o un creador de empleos beneficioso? Pronto llegará el veredicto.