Por David Pilling
Se dice que los disturbios en la fábrica de Foxconn en Taiyuan en el norte de China la semana pasada se iniciaron con una pelea entre dos empleados borrachos. Escaló cuando los guardias de seguridad intervinieron agresivamente y se salió completamente de control después de que 5 mil policías fueran desplegados para reprimir a 2 mil trabajadores enojados. Cerca de 40 personas terminaron en el hospital.
Foxconn, un manufacturero contratista taiwanés que emplea a 1 millón de trabajadores en China, ha estado bajo presión por las condiciones en sus fábricas desde que se produjo una racha de suicidios en su planta de Shenzhen, hace algunos años. Desde entonces la compañía ha aumentado los salarios y ha aplicado otros cambios para mejorar su imagen y distender las relaciones con sus algunas veces agitados empleados.
Un informe de la Asociación de Trabajo Justo, un grupo estadounidense, este año encontró que la empresa Foxconn había resuelto muchos de sus problemas laborales, pero encontró evidencia de "incumplimientos serios y apremiantes", incluyendo horas extra que excedieron los límites legales establecidos en China. El informe no incluyó a la fábrica de Taiyuan, que recientemente aumentó la producción, posiblemente para cumplir con las órdenes para el lanzamiento del iPhone 5, de Apple.
Foxconn ha captado la mayor parte de la atención debido a su enorme tamaño y por el trabajo que realiza para marcas famosas, incluyendo a Dell, Sony, Hewlett-Packard y por supuesto para Apple. Sin embargo, Foxconn es probablemente un empleador mejor que muchos de sus pares. La creciente tensión en los trabajadores de China es sintomática de tendencias más radicales y fundamentales conformada por salarios o condiciones de trabajo cambiantes.
El cambio más fundamental es la demografía. China ya no puede depender de una corriente sin fin de dóciles trabajadores migrantes felices de aceptar un trabajo agotador y monótono. Según el Banco Asiático de Desarrollo, entre 1975 y 2005 la población en edad de trabajar de China casi se duplicó, de 407 millones a 786 millones. El salto en los trabajadores productivos fue aún mayor, ya que el alza de la población coincidió de forma estrecha con las reformas económicas decretadas por Deng Xiaoping, lo que liberó a decenas de millones de personas de los campos para trabajar en fábricas urbanas. Eso convirtió a personas que formaban parte de un superávit laboral en granjas ineficientes en miembros productivos de la fuerza laboral global.
La buena noticia es que este masivo aumento en los input laborales explica el increíble registro de crecimiento de los últimos 30 años en China. La mala noticia es que eso terminó. La población de China ha estado envejeciendo desde 2000, según las definiciones de Naciones Unidas. A partir de 2015, cuando la población en edad de trabajar comience a contraerse, el dividendo demográfico que China ha disfrutado por tanto tiempo se revertirá rápidamente.
Esto está sucediendo mucho más rápido que en otros países que recorrieron un patrón de desarrollo similar. Yolanda Fernandez Lommen, en un working paper del Banco Asiático de Desarrollo de 2010, calcula que China comenzó a envejecer cuando su ingreso real per cápita era de US$ 4 mil. Eso se compara con US$ 14.900 en Japón y US$ 16.200 en Corea del Sur.
En las fábricas, eso significa que el balance se ha inclinado a favor de los trabajadores en una etapa mucho más temprana de desarrollo. Es más fácil encontrar empleo, y los trabajadores son mucho menos leales a sus empleadores.
Los trabajadores de hoy en día están menos dispuestos a tolerar largas horas de trabajo pesado. La insatisfacción está exacerbada por una creciente conciencia del estilo de vida que los chinos más ricos están gozando. Es cierto, los salarios de las fábricas ahora están elevándose hasta en 20% al año. Pero para un creciente número de trabajadores, eso no sirve de compensación por el sentimiento de que están siendo explotados en trabajos sin futuro.
Hay otra influencia demográfica, más sutil, en el trabajo. La política del hijo único, introducida en 1979, explica el repentino envejecimiento de China. También explica la escasez de mujeres. Una tradicional preferencia por los hijos hombre significa que millones de fetos femeninos han sido abortados. Como resultado, hay 119 niños nacidos por cada 100 niñas, frente a un ratio natural de cerca de 104. La preferencia por los hombres está retrocediendo, pero los efectos se seguirán sintiendo durante décadas.
Un resultado de esto es que en las fábricas están aumentando gradualmente los trabajadores hombres, más difíciles de controlar que la predominante fuerza de trabajo femenina que solía llenar las plantas de producción. Alexandra Harney, autora de The China Price, ha estado visitando fábricas chinas durante una década. Hace unos años, comenzó a notar que estaba entrevistando a más y más hombres. Recientemente, una mujer joven le dijo: "Nuestra generación no trabaja en las fábricas".
En una fascinante columna de Bloomberg, Harney escribe que las fábricas chinas hacen un pésimo trabajo en entrenar a sus trabajadores u ofrecerles una trayectoria de carrera creíble. En cambio, quieren lo que ella llama "trabajadores justo a tiempo", que puedan ser contratados o despedidos para satisfacer las demandas de cada nuevo ciclo de órdenes. "La pregunta para mí", dice, refiriéndose a la necesidad de más manufactura de valor agregado, "es cómo China sube la escala".
Esa es una gran pregunta para China. No es pequeña tampoco para los dueños de las fábricas. El fundador de Foxconn, Terry Gou, ya anunció planes de instalar 1 millón de robots en sus fábricas en tres años. Foxconn también está diversificando e invirtiendo en plantas en Brasil, México y Europa oriental. Indonesia ha tratado de atraer a Gou para que establezca una planta allí. El instalar robots y trasladarse a otros países es una de las respuestas a la demografía china. Más difícil será imaginarse cómo diseñar fábricas donde los trabajadores puedan construir productos más sofisticados y una carrera al mismo tiempo.