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La cuna del auge petrolero en EEUU está pagando un precio

Junto con la mayor prosperidad, en Williston se han disparado los delitos, los arriendos y los precios.

Por: | Publicado: Viernes 19 de octubre de 2012 a las 05:00 hrs.
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Por John McDermott



Los pasillos de Walmart en Williston, Dakota del Norte, están llenos de algo inusual para un supermercado en el corazón de EEUU: hombres.

Trabajadores petroleros vestidos con overoles y chaquetas fluorescentes compran bandejas de comida pre cocinada para microondas. Y un letrero en la puerta ofrece empleo como reponedores de góndolas por US$ 17 la hora, casi US$ 10 más que el salario mínimo federal.

Bienvenidos a la Ciudad del Auge, EEUU. Williston está asentada sobre la formación de Bakken, posiblemente el mayor depósito de petróleo del país.

La perforación horizontal y la “fragmentación” a alta presión está permitiendo liberar reservas que podrían superar a las de Arabia Saudita. Este botín tiene el potencial para transformar la economía y política exterior de EEUU: ¿para qué perseguir una realpolitik en Medio Oriente cuando tiene suficiente energía en casa?
Desde 2004, cuando se perforó el primer pozo horizontal en Dakota del Norte, ciudades como Williston han tenido poco tiempo para meditar. La geología y geografía hacen que la exploración de petróleo shale sea relativamente intensiva en mano de obra. La población oficial de Williston ha crecido de 12 mil personas en 2006 a 16 mil en 2012, pero los locales estiman que el número está más cerca de 25 mil. El desempleo es algo que acá no existe.

Pero junto con la prosperidad petrolera también han surgido problemas. La demanda supera a la oferta en casi todos los mercados: vivienda, transporte, alcantarillados y empleo. Una ciudad que se había mantenido dormida desde el anterior auge petrolero a comienzos de los ‘80, aún trata de ajustarse a la violenta mezcla de tradiciones, testosterona y destrucción creativa.

En el estacionamiento de Walmart, Howard Kanaffler carga sus compras en su camioneta. Originario de Minnesota, llegó a Williston buscando “dinero, nada más”. Estuvo desempleado por un año antes de aceptar un trabajo de US$ 100 mil anuales construyendo oleoductos. Ha ahorrado US$ 10 mil desde que llegó en junio, que envía a su familia en casa. “Pero siento lástima por los jóvenes. Tres meses acá y díganle adiós a sus novias”.

Para un grupo de mujeres jugando volleyball en el centro recreativo Raymond Family, las preocupaciones sobre los rápidos cambios están aparejadas con el deseo de abrirse a los recién llegados. “El año pasado fue una locura”, dice Cheryl Powers, una supervisora de perforaciones. “Cuando (el presentador de la estación de TV CNBC), Jim Cramer , dijo a todos que vinieran para acá, la gente llegó con nada más que sus mochilas”.

El mercado de viviendas colapsó. El precio de una vivienda media se ha más que duplicado en tres años; los arriendos para un departamento de dos dormitorios llegan hasta US$ 4 mil mensuales. Los trabajadores que no encuentran alojamiento en los campamentos duermen en sus autos.

“Los viejos se quejan de que las cosas están cambiando. Los jóvenes se quejan de esperar 45 minutos en la fila del supermercado”, dice Tammy Lyson, una profesora local.

En el grupo de jugadoras de volleyball, las que son madres temen por la seguridad de sus hijos. La tasa de criminalidad se ha triplicado entre 2010 y 2011, y la policía de Williston reconoce que está superada.

“Simplemente hay un mar de personas”, dice una mujer que prefirió permanecer anónima. “Hay una sensación de seguridad perdida, y también de pérdida de la inocencia”. Pero no añora la versión “ciudad fantasma” de Williston que abandonó a fines de los ‘80, antes de retornar este año. “Creo que (el boom) ha tenido un efecto positivo, la diversidad de la población es buena”.

El boom ha traído prosperidad, pero su impacto en la vivienda y el empleo ha sido muy negativo. Por ejemplo, es difícil atraer más policías y profesores, porque las casas son muy caras.

Los altos salarios para los empleos petroleros -cerca de US$ 100 mil anuales para trabajadores no calificados- hacen dificil que la industria de servicio retenga su personal. “La industria petrolera está fijando los precios” dice Jeff Peck, dueño del atiborrado McDonald’s de Williston. Los nuevos trabajadores ganan US$ 10,50 por hora, US$ 3,25 más que el mínimo federal, y reciben un bono de US$ 300 por firmar contrato. El Big Mac cuesta US$ 1 más que hace un mes: suben los salarios, y también los alimentos. Aún así, Peck pierde 80% de su staff en el plazo de dos semanas.

El Williston State College construye un centro deportivo de 
US$ 70 millones financiado en parte de los impuestos del boom, pero la inscripción es baja. “Es difícil cuando chicos sin educación pueden ganar 
US$ 100.000 en los campos petroleros”, dice Eric Peterson, jefe del equipo universitario de baloncesto.

La historia de la frontera norteamericana es la transformación de la nada en algo. En Williston, los antiguos residentes están en shock por el ritmo de los cambios, pero pocos quieren que el crudo vuelva al pozo.

En el centro de recreación, Powers explica que cuando llegó en el auge anterior la llamaban “basura de campo petrolero”. “Entiendo la preocupación. Pero al final la basura de campo petrolero se convierte en tu vecino”.

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