Por Adam Thomson
Al atravesar las puertas de Los Pinos, la residencia presidencial de México, se siente una energía que ha estado ausente por muchos años.
Como cada diciembre, los amplios jardines tienen decoraciones navideñas, pero también hay un murmullo de los guardaespaldas y obreros que reconvierten una enorme construcción que en 2000 se destinó para oficinas y ahora nuevamente será el hogar del jefe de Estado.
Pocos dudan de que Enrique Peña Nieto, el nuevo presidente de México, quiere recuperar parte de la antigua pompa de Los Pinos, que se desvaneció en medio de la transición a una democracia plena hace doce años.
Sin embargo, en una entrevista con Financial Times, el presidente de 46 años y miembro del centrista Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó México por 71 años consecutivos, señala que el compromiso del país con la democracia ha alcanzado una fase más productiva.
“Vemos una maduración de la democracia”, explica. “No tememos un debate agitado (...) pero esto no ha evitado que se tomen decisiones (o) que ocurran hechos que son parte del marco legal”. Peña Nieto insiste que esta madurez entre los partidos y la sociedad mexicana ayudará a fomentar el tipo de consenso político que podría hacer posible su audaz agenda de reformas.
“Los mexicanos sabemos lo que debemos hacer”, dice. “Espero que este momento brinde el espacio, la oportunidad política, para varias de las reformas que el país necesita, y creo que lo haremos”.
Con seguridad, Peña Nieto ha comenzado bien su presidencia. Gracias a los dos gobiernos previos del Partido de Acción Nacional (PAN) de centro derecha, las finanzas públicas son la envidia de casi cualquier país industrializado. La deuda es apenas el 38% del Producto Interior Bruto (PIB), las tasas de interés están en mínimos récord y la inflación está bajo control. Incluso en el conflicto de las drogas, que ha empañado la imagen internacional del país y causado al menos 60.000 muertos desde 2007, hay buenas noticias: por primera vez en seis años, aparentemente desciende la tasa de homicidios.
Sin embargo, los presidentes mexicanos han demostrado ser demasiado optimistas en el pasado. Vicente Fox (PAN), que derrotó al PRI en 2000, prometió reformas que garantizarían un crecimiento de 7% anual. Las reformas nunca se materializaron y el crecimiento cayó a un promedio de 2,2%, frente al 5,1% durante el mandato del PRI. Peña Nieto basa su optimismo en el Pacto por México, que firmaron altos líderes el 2 de diciembre.
Por donde se vea, esto es ambicioso. Sus 95 “compromisos” cubren casi todo, desde combatir los monopolios y promover la competencia hasta reducir la violencia.
Las reformas podrían aumentar el PIB potencial del 3% anual de la actualidad a sobre 5%.
Peña Nieto destaca la necesidad de incluir la mayor cantidad posible de partidos para que “compartan la responsabilidad de decisiones que permitirán a México más desarrollo, más progreso”.
Los analistas destacan el peligro de que las ambiciosas reformas sean un aglutinante demasiado débiles para mantener unidos a los partidos. Sin embargo, el presidente resalta que su pacto incluye plazos. “Establece una cronograma”.
El lunes, como estipulaba el pacto, Peña Nieto envió un proyecto al Congreso que reformaría el sistema educativo, y reducirá el poder de los sindicatos.
Peña Nieto admite que habrá debate. “Obviamente hay posiciones ideológicas y partidarias en algunos temas, el tema de la reforma energética, el tema de la telecomunicaciones”. Pero añade que en esta nueva fase de la democracia, también hay una solución: “Política y más política: así es como se trabaja hacia la construcción de acuerdos”.