La propuesta de legislación para la salida británica de la Unión Europea contiene una frase extraordinaria: “aunque el parlamento ha sido soberano durante toda nuestra membresía en la UE, no siempre se ha sentido así”. El gobierno tiene razón, como argumenté durante la campaña del referendo: el parlamento del Reino Unido siempre ha sido soberano, como prueba su habilidad para iniciar el Brexit. ¿Qué país cuerdo cortaría sus vínculos con sus socios comerciales más importantes y su posición estratégica en los consejos de su continente por un sentimiento que su propio gobierno considera erróneo?
Pero eso es lo que el gobierno busca. Con razón, quiere un divorcio amigable: “queremos continuar comerciando con la UE tan libremente como sea posible, cooperar para mantener a nuestros países seguros, promover los valores que comparte el Reino Unido con la UE (respeto por los derechos y la dignidad humanos, la democracia y el imperio de la ley tanto dentro de Europa como en todo el mundo), apoyar una voz europea fuerte en el escenario mundial y seguir impulsando el turismo entre el Reino Unido y la UE”. Sin embargo, movido por su deseo de controlar la inmigración y liberarse de la Corte de Justicia Europea, en ambos casos presumiendo reflejar la “voluntad popular”, el gobierno planea salir del mercado único y la unión aduanera.
Así que, ¿es probable que logre un acuerdo mejor? Más allá, ¿cuál podría ser el resultado? Al intentar llegar a un acuerdo, el Reino Unido tiene que hacer frente a cinco desafíos mayores.
El primero es la falta de tiempo. El artículo 50 señala: “los tratados dejarán de aplicarse al Estado en cuestión desde la fecha de entrada en vigor del acuerdo de salida o, de no haberlo, dos años después de la notificación (...) a no ser que el Consejo Europeo, en acuerdo con el estado miembro afectado, unánimemente decida extender este período”. Las posibilidades de lograr una extensión son pocas. Así, el límite son dos años. De hecho, es menos. Por supuesto, las empresas necesitarán claridad al menos un año antes del fin. Como resultado, la capacidad de apalancamiento del Reino Unido tambaleará rápidamente.
Segundo, los intereses divergentes. Como dijo el gran general prusiano Helmuth von Moltke, ningún plan de batalla sobrevive al contacto con el enemigo. Esto ciertamente será aplicable a los planes británicos. Está negociando con la Comisión Europea, 27 países y el Parlamento Europeo, todos los cuales tienen líneas rojas diferentes. Su necesidad de llegar a un acuerdo es menos urgente que la del Reino Unido. Mucho querrán demostrar que la salida es costosa. Muchos sentirán que mientras más demoren los diálogos, más posibilidades tienen de recibir empresas basadas en Reino Unido.
Tercero, las prioridades negociadoras divergentes. La comisión, que lidera la negociación, quiere comenzar con los términos del divorcio antes de comenzar a discutir un marco de trabajo futuro y la transición hacia él. El Reino Unido cree que nada está acordado hasta que todo esté acordado. Entendiblemente, no acodará un divorcio a no ser que los lineamientos de un acuerdo subsecuente y la transición hacia él también estén acordados. El desacuerdo sobre cómo negociar podría frenar los progresos rápidamente.
Cuarto, el dinero. Esto siempre ha sido un punto de fricción para el Reino Unido. Pero la comisión calcula que el país debe 60.000 millones de euros. Como dice un documento del Centro de Reforma Europea, esto es “muy lejano al ahorro de 350 millones de euros semanales que prometieron quienes defendían el Brexit durante la campaña del referendo”. Esta demanda podría llegar a ser el punto decisivo.
Quinto, complejidad. Además de la emisión de dinero, el divorcio cubrirá los compromisos pendientes (tales como la investigación científica), los derechos de los ciudadanos y asuntos de organización doméstica (casos de competencia pendientes, por ejemplo). Londres también ha decidido sobre el acuerdo comercial post Brexit más complejo posible: un acuerdo de libre comercio hecho a la medida (TLC), con la posible adición de uniones aduaneras sectoriales y “equivalencia mejorada” para las finanzas, que son ilegales bajo las normas de la Organización Mundial del Comercio. La consiguiente complejidad podría resultar abrumadora.
En total, las probabilidades de que un acuerdo no se alcance a tiempo deben ser altas. De hecho, el artículo 50 fue presumiblemente diseñado para que no funcionara. Sin embargo, supongamos que se pueda llegar a un acuerdo en línea con los deseos del gobierno. ¿Qué significaría para el país, particularmente el comercio?
Dos puntos son cruciales. Primero, el trabajo empírico demuestra lo que Angus Armstrong del Instituto Nacional para Investigaciones Económicas y Sociales llama la ley de hierro de los modelos comerciales: “el comercio entre dos países se reduce a la mitad a medida en que la distancia entre ellos se duplica”. Segundo, los aranceles son barreras muchos menos significativas para el comercio que las regulaciones. Esto es claramente cierto en los servicios, pero también es cierto en la fabricación.
Es por ello que un cuidadoso estudio empírico indica que pasar de pertenecer al Área Económica de Europa a un mero TLC podría conducir una enorme reducción del comercio afectado. En total, el comercio británico podría reducirse hasta un cuarto tanto en servicios como en bienes. Debido a la distancia y las barreras regulatorias, los acuerdos con EEUU, otros “países de Anglosfera” y los principales países emergentes no compensarían esto: de acuerdo a Monique Ebelle de NIESR, estos podrían aumentar el comercio global en el Reino Unido en solo un 5%. Esto es debido a que estos países son distantes y las barreras regulatorias posiblemente se mantendrán altas. Además, si se reducen dichos reglamentos, surgirán cuestiones complejas de armonización y compatibilidad de los regímenes.
El Reino Unido se ha comprometido a convertirse en un “Reino Unido global”. Llegar a ello exitosamente será un gran desafío. Cierto, los efectos económicos a corto plazo han sido mucho menores de lo que muchos se esperaban. Pero la salida no ha comenzado todavía.
En su prefacio del libro blanco, Theresa May asegura que el país se está uniendo. La primera ministra tiene razón de que la mayoría de los que apostaron por mantenerse dentro de la Unión Europea esperan que su forma del Brexit funcione: este es nuestro país, también. Sin embargo, la mayoría de nosotros todavía creemos en que el camino en el que se ha lanzado el Reino Unido está profundamente en contra de sus intereses. Debemos esperar estar equivocados.