El gobierno de Hong Kong y sus amos en Beijing no están declarando exactamente la victoria, aunque deben estar sintiéndose satisfechos. El 15 de diciembre la policía sigilosamente retiró las últimas barricadas que habían sido instaladas a fines de septiembre, cuando protestas lideradas por estudiantes exigiendo una mayor democracia fueron escalando hasta convertirse en el mayor movimiento de desobediencia civil en la historia del territorio. Pero si se mira más hacia adelante, se verá que los estudiantes sí tienen algo que celebrar.
No hay dudas de que el gobierno ganó esta batalla. El movimiento "Occupy Central" en última instancia falló en su objetivo declarado de persuadir al gobierno de Hong Kong y a los líderes en Beijing de revocar la decisión de que los candidatos a las elecciones al cargo de director ejecutivo del territorio debían ser primeros sometidos a la aprobación de un comité que está conformado mayoritariamente por miembros del Partido Comunista. El gobierno también se impuso sin tener que recurrir a la extrema fuerza bruta que muchos habían temido sería necesaria para despejar los campamentos que los manifestantes habían establecido en las concurridas áreas comerciales. Algunos incluso habían especulado que el Ejército de Liberación Popular Chino sería convocado. Ante este escenario las autoridades concretaron una exitosa operación evitando violencia seria.
Nada que perder, mucho que ganar
Sin embargo, hay un "aguijón en la cola". Estaba claro desde un comienzo, incluso para los propios estudiantes, que el movimiento Occupy Central tenía pocas probabilidades de conseguir sus objetivos declarados. El presidente Xi Jinping nunca iba a concederle al territorio una democracia plena, ni se iba a retractar públicamente en un tema tan crucial para el partido. Frente a estas expectativas tan bajas, las protestas de Occupy Central establecieron un hito.
Partiendo por el nivel de respaldo público. Pese a que recientemente se desvaneció a medida que la gente del territorio se cansó de la confrontación, hasta 100 mil manifestantes se unieron en un comienzo con una demostración de poder popular que podría hacer que las autoridades lo pensaran dos veces antes de restringir las libertades en Hong Kong aún más.
Luego, los estudiantes dejaron abonado el terreno para protestas futuras. El gobierno del territorio ha demostrado estar desconectado con una generación de jóvenes hongkoneses bien educados que temen un futuro sombrío. Los estudiantes han regresado ahora a sus campus; indignados, decididos y llenos de un espíritu de camaradería forjado en las calles. Lejos de ceder, están más molestos que cuando las protestas comenzaron.
El blanco de mucha de esta frustración es el profundamente impopular líder de Hong Kong, "C.Y." Leung Chun-ying. Puede que haya ganado credibilidad con sus jefes en Beijing por su manejo de las protestas, pero será afectado por las manifestaciones durante los dos años y medio que le quedan a su gestión. Existe un creciente riesgo de que, a medida que aumenta la frustración, el muy alabado pragmatismo del público en Hong Kong dé paso a estallidos de violencia. Los problemas de Leung, es seguro afirmarlo, están lejos de terminar.
Reliquia del sistema colonial
Leung tiene el poder de hacer algo al respecto. Las demandas de una mayor democracia son alimentadas por un profundo rechazo a un sistema económico y social que es una reliquia de los días coloniales y que se mantiene sometido a una élite de empresas cuyos miembros dominan los principales órganos del poder. Pese a la bien ganada reputación del territorio como un destino de bajos impuestos y pocas regulaciones, el gobierno restringe el suministro de tierras y reparte las ganancias por los altos precios de los terrenos entre sí mismo y la élite. Agobiados por uno de los costos inmobiliarios más elevados del mundo, los hongkoneses comunes se beneficiarían de una mayor oferta de viviendas. Si el gobierno ampliara la base tributaria, el territorio estaría mejor capacitado para lidiar con las presiones de la pobreza y una población que envejece.
Cuando se trata de reformas políticas, las manos de Leung están atadas por la intransigencia de Xi. Pero él no ha hecho lo suficiente por convencer a los líderes en Beijing de que mezclar las instituciones políticas con los magnates va a incrementar el descontento. Los manifestantes no solo querían un sistema de "una persona un voto", sino un profundo cambio en la forma en que Hong Kong ha sido gobernado por más de 170 años. Leung debe decirles a sus amos en Beijing que este cambio se requiere con urgencia, y que sin él, el descontento llevará al caos que algunos temieron.
Las protestas de las últimas semanas sirven como una advertencia también para China continental. Los hongkoneses son ciudadanos privilegiados de China. Aún así, para una generación no formada bajo el gobierno británico, el deseo de cosas sencillas, como vivienda y mejores perspectivas laborales, han creado un anhelo de democracia. ¿Cuánto pasará antes de que los jóvenes en Beijing y Shanghai planteen sus propias demandas?