Durante la mayor parte de la última década, la Unión Europea se ha mantenido en un estado lamentable. Países como Grecia y el miembro más nuevo, Croacia, son los mejores ejemplos. Los electores normales han perdido confianza en el bloque: en las recientes elecciones europeas apenas dos quintos de ellos se tomaron la molestia de presentarse a votar y un tercio de los que sí lo hicieron dieron su apoyo a partidos anti europeos o populistas. En vez de diseñar una respuesta convincente, los líderes europeos se pasaron la cumbre de la semana pasada discutiendo sobre si Jean-Claude Juncker, un poco inspirador federalista de la vieja escuela, de Luxemburgo, es la persona correcta para manejar la Comisión Europea.
Sin embargo, existe un gran país que desafía el pesimismo general: Polonia. Alguna vez considerado el “niño problema” de Europa Central, Polonia ha visto a su economía crecer desde el colapso del comunismo más que ninguna otra de la Unión Europea. Fue el único de los países miembros que evitó una recesión durante la crisis financiera. Y se las ha arreglado para mantener relaciones más cordiales que nunca antes con sus dos grandes vecinos (y ex invasores), Alemania y Rusia, o lo hizo al menos hasta que Rusia se anexó Crimea este año. Es difícil pensar en algún país de Europa, ya sea rico o pobre, que no pueda aprender algo al menos del ejemplo de Polonia.
De la periferia al corazón
¿Cómo hizo Polonia para lograr un desempeño tanto mejor que las estrellas de Europa Central, como la República Checa, por ejemplo, con sus profundas raíces indutriales? A diferencia de la mayoría de sus vecinos ex comunistas, que optaron por una transición más suaves hacia el capitalismo, Polonia se embarcó en una “terapia de shock” en los años ‘90, ideada por el entonces ministro de Hacienda, Leszek Balcerowicz. Casi de la noche a la mañana los controles de precios desaparecieron, los mercados fueron completamente abiertos al comercio exterior, la moneda, el “zloty”, se hizo convertible, se redujeron los subsidios a las empresas estatales y se inició la privatización. Esto fue doloroso para casi todos, pero tras una breve aunque fuerte caída, durante la cual el PIB se contrajo casi 15%, el crecimiento volvió en 1992, y desde entonces no ha parado.
La mayor contribución individual al éxito de Polonia, sin embargo, fue su efectivo uso de la membrecía de la Unión Europea. Los polacos fueron rápidos en ver las oportunidades en los fondos estructurales y de cohesión de la Unión Europea, al igual que los beneficios de mejorar su propia gobernancia y transparencia. Polonia batalló con más decisión que Rumania, Bulgaria y sus pares de Visegrad contra la corrupción, especialmente en el sistema de compras públicas, y como resultado ahora tiene un decente historial para el uso de los fondos estructurales. La Unión Europea ha recompensado la probidad de Polonia convirtiéndola en la mayor receptora de sus fondos (una sorprendente cifra de 102 mil millones de euros, US$ 139 mil millones) entre 2007 y 2013. El país nuevamente se llevará el pozo mayor (106 mil millones de euros) en el próximo presupuesto multi anual de 2014 a 2020.
Sin embargo, la tercera lección de Polonia es la que más importa: el trabajo nunca está completo. Polonia ha seguido adelante impulsando reformas, de una manera que Alemania no lo ha hecho, y mucho menos Francia. Y todavía hay mucho trabajo más por hacer, como reducir el inflado sector público, elevar el ahorro y la inversión corporativa y privada, y persuadir a más polacos brillantes de quedarse en casa en vez de emigrar. Polonia va a escapar de “la trampa del ingreso medio” sólo si puede desarrollar industrias y servicios de alta tecnología.
Durante los últimos siete años el gobierno de Plataforma Cívica ha hecho un buen trabajo en combatir la complacencia. Pero ahora está atorado en un complicado escándalo, tras la revelación de grabaciones de polémicas conversaciones entre importantes políticos. En una de ellas, el ministro de Relaciones Exteriores Radek Sikorski, califica la alianza polaco-estadounidense de “inútil” y se burla del premier británico. Es probable que el gobierno sobreviva al escándalo. Pero incluso si algunos ministros pierden sus puestos, Juncker y los líderes europeos no deberían pasar por alto el punto principal. Si hubieran manejado sus países la mitad de bien que Polonia, Europa no sería el desastre que es hoy.
