Cultura organizacional y sustentabilidad
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Los resultados obtenidos a través de diversas encuestas a nivel nacional sobre política, confianza en las instituciones, confianza entre ciudadanos, temas prioritarios para la población, entre mucho otros; no son nada menos que las propias preocupaciones de cada uno de quienes trabajan en nuestras organizaciones y que quizá pueden explicar muchos de los síntomas de anomalías que en nuestra cultura organizacional se presentan.
Es más, uno podría tener la percepción que la caída continua de la productividad se correlaciona con ese incremento del malestar que como sociedad estamos observando, asociado al descontento de profesionales que rotan entre una u otra posición en diversas compañías.
En este contexto, quizá estamos olvidando el cómo influencia el estado de la sociedad en general a nuestras organizaciones, en donde muchas veces las acciones y clima que hemos generado no se condice en aminorar estos ánimos con que vamos a trabajar día a día. ¿Cuánto de nuestras acciones se encuentran enfocadas a crear bienestar social más allá de la frontera de nuestras paredes? Esta pregunta nace de los simples y fríos números: Somos uno de los países con mayor número de horas laborales a la semana, pasando más de un tercio del día en lugar de trabajo y no en el hogar o en espacios de ocio; uno de los países con mayor desigualdad de ingresos al interior de las organizaciones; uno de los países con una alta tasa de segregación y donde casi siempre es mal visto el no hacer nada, el no andar ocupado o partir a casa antes que el jefe haya partido.
En este clima, el trabajo en el desarrollo de una cultura que se haga cargo de los temas societales se transforma en un valor, en un activo frente al malestar y descontento en las instituciones. La percepción de confianza de la población en la empresa ha caído por diversas razones, en donde este clima en general no ayuda mucho a que ésta mejore. Una de las tantas explicaciones a este descontento es la reducción de nuestras relaciones hacia algo meramente transaccional, donde la hora extra se paga, donde el llegar más tarde se castiga, donde cualquier modelo de desarrollo se lleva a costo o en su defecto a una compensación en dinero.
Si nuestra cultura organizacional ha llegado a que las relaciones interpersonales se reduzcan sólo a transacciones, habremos olvidado lo más importante, que estamos con personas y no "traders". Quizá la inversión social de una compañía antes de realizarse de cara hacia afuera, podría iniciarse de cara hacia dentro de la misma, creando valor compartido en cada uno de aquellos que llegan día a día con cargas emocionales que muchas veces no han sido de nuestra responsabilidad, pero si de la responsabilidad de poder cambiar. ¿Estamos listos?