Ha transcurrido ya un tiempo desde la elección de Francisco como sucesor de Benedicto XVI. El cambio de estilo es bastante evidente, como fue en su momento el cambio de imagen del pontífice con la persona de San Juan XXIII, tan distinta de Pío XII, o la personalidad diferente de Pablo VI, más reservado e intelectual, en comparación con el carismático Papa Juan, llamado por muchos el Papa Bueno. Este mismo hecho se repitió en la sucesión de San Juan Pablo II en comparación con el recientemente elevado a los altares beato Pablo VI -sin contar los treinta y tres días de la sonrisa del Papa Luciani, que atenuaron el cambio- y por último en la sucesión de Benedicto XVI en comparación con el Santo Papa polaco.
Los cambios de estilo de los papas son propios del componente humano de la Iglesia. Los ejemplos que tenemos de las últimas décadas corresponden a uno de los momentos históricos más positivos del pontificado romano. Esta diversidad es una riqueza, porque el estilo de una persona está muy vinculado con sus propias características y con las tradiciones culturales que se encuentran detrás de una personalidad. Últimamente, la Iglesia se ha enriquecido con la tradición eslava de Karol Wojtyla, con la de Europa Central de Joseph Ratzinger, y ahora con la tradición latinoamericana de Jorge Mario Bergoglio.
El cambio de estilo y la relación personal de afecto y admiración por Benedicto XVI se manifiestan clara y constantemente en las palabras y en los gestos del Papa Francisco (las invitaciones a las celebraciones, las visitas, los abrazos, etc.). ¿Pero qué se puede decir del magisterio pontificio actual en comparación con el anterior?
Un evento explicativo
Tomando como ejemplo uno de los últimos eventos públicos a nivel internacional del Papa Francisco, podríamos prácticamente decir que el pontífice argentino es el primer "ratzingeriano". Durante su discurso en el Parlamento Europeo o en el Consejo de Europa no faltaron numerosas referencias a textos y pensamientos ya expresados por Benedicto XVI, así como tampoco faltaron referencias a textos de la tradición de la Iglesia, tales como aquellos generados por el Concilio Vaticano II. A continuación señalamos ejemplos concretos con algunos pasajes del discurso en el Parlamento Europeo:
1Considero por esto que es vital profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal con la del bien comun, con ese "todos nosotros" formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social (ver Benedicto XVI, "Caritas in veritate", 7; Conc. Ecum. Vat. II, "Const. past. Gaudium et spes", 26.)
2El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado (...). Este es el gran equívoco que se produce "cuando prevalece la absolutización de la técnica", que termina por causar "una confusión entre los fines y los medios" (Benedicto XVI, "Caritas in veritate", 71)
3Una Europa capaz de apreciar las propias raíces religiosas, sabiendo aprovechar su riqueza y potencialidad, puede ser también más fácilmente inmune a tantos extremismos que se expanden en el mundo actual, también por el gran vacío en el ámbito de los ideales, como lo vemos en el así llamado Occidente, porque "es precisamente este olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia" (Benedicto XVI, Discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático, 7 de enero de 2013).
Relativismo y descarte, dos pontífices para un único hilo conductor
Veamos, asimismo, cómo y por qué están estrechamente vinculadas la cultura del descarte que denuncia Francisco y la dictadura del relativismo que rebate Benedicto.
Estas dos dictaduras denunciadas por los pontífices constituyen, al mismo tiempo, los distintos aspectos de una misma realidad. En un importante discurso pronunciado en las primeras semanas de su pontificado ante el cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede, el Papa Francisco estableció este nexo entre su preocupación por la pobreza y el magisterio de Benedicto XVI sobre la verdad. Afirmaba ante todo: "Como sabéis, son varios los motivos por los que elegí mi nombre pensando en Francisco de Asís, una personalidad que es bien conocida más allá de los confines de Italia y de Europa, y también entre quienes no profesan la fe católica. Uno de los primeros es el amor que Francisco tenía por los pobres. ¡Cuántos pobres hay todavía en el mundo! ¡Y cuánto sufrimiento afrontan estas personas! Según el ejemplo de Francisco de Asís, la Iglesia ha tratado siempre de cuidar, proteger en todos los rincones de la Tierra a los que sufren por la indigencia, y creo que en muchos de vuestros países podéis constatar la generosa obra de aquellos cristianos que se esfuerzan por ayudar a los enfermos, a los huérfanos, a quienes no tienen hogar y a todos los marginados, y que, de este modo, trabajan para construir una sociedad más humana y más justa".
Después de describir una vez más el problema de la cultura del descarte, en la parte siguiente construye el puente con el pontificado anterior: "¡Pero hay otra pobreza!
Es la pobreza espiritual de nuestros días, que afecta gravemente también a los países considerados más ricos. Es lo que mi predecesor, el querido y venerado Papa Benedicto XVI, llama la dictadura del relativismo, que deja a cada uno como medida de sí mismo y pone en peligro la convivencia entre los hombres. Llego así a una segunda razón de mi nombre. Francisco de Asís nos dice: Esforzaos en construir la paz. Pero no hay verdadera paz sin verdad. No puede haber verdadera paz si cada uno es la medida de sí mismo, si cada uno puede reclamar siempre y sólo su propio derecho, sin preocuparse al mismo tiempo del bien de los demás, de todos, a partir ya de la naturaleza, que acomuna a todo ser humano en esta tierra".
El Papa Francisco se refiere continuamente al relativismo mediante una propuesta que va más allá y consiste en denunciar la consecuencia directa del relativismo: la influencia de los poderosos, la cultura del descarte y de la indiferencia, la burocratización de la fe. A todo esto propone contraponer una cultura del encuentro y del compromiso.
En la exhortación apostólica Evangelii gaudium constata "un progresivo aumento del relativismo, que da lugar a una desorientación generalizada". Y más adelante aclara: "Este relativismo práctico consiste en actuar como si Dios no existiese, decidir como si los pobres no existiesen, soñar como si los demás no existiesen, trabajar como si quienes no han recibido el anuncio no existiesen". Eso significa practicar un "come y bebe, diviértete", fruto de una autonomía ilusoria que no asume responsabilidad alguna en relación con los demás. Ante esto, nace con Martin Buber ese gran principio cainesco de la ética, que nos recuerda que somos los "guardianes de nuestros hermanos", que existen vínculos de hermandad que nos unen con los demás, que no somos individualidades aisladas que solo pueden pensar en el "propio yo y en sus deseos". Algo que estaba muy bien explicado en Caritas in veritate -la encíclica social de Benedicto XVI-, que llamaba a la caridad en orden a construir el bien común.