Como “imperdible” califica un columnista habitual de El Mercurio, la película “Seis lecciones de sexo”. Trata de un adulto inmovilizado en camilla desde pequeño y que, según el columnista, “busca perder aquello que nadie lamenta haber perdido: la virginidad”.
Ignoramos en virtud de qué ciencia infusa o revelada conoce el columnista, confesadamente ateo, lo que la conciencia de seis mil millones de personas lamenta o no haber perdido.
Los sacerdotes tenemos acceso, libremente concedido, a la conciencia de algunos miles de personas. Por eso sabemos y podemos decir cuánto aprecian la virginidad, como símbolo y seguro de un valor ético, común a varones y mujeres, compartido por creyentes y no creyentes en Dios. Ven en ella expresada la reserva de sí para el don de sí: íntegro, al único, a la única, para siempre. Sabemos de muchos varones y mujeres que cuidan esta reserva-para-el don y quieren llegar vírgenes al matrimonio. Se lamentan cuando pierden o si en algo mancillan esta voluntaria clausura del amor indiviso.
Milenarias culturas de oriente y occidente han educado a los jóvenes para que respeten sus facultades de dar la vida a través del amor, reservando su ejercicio al interior de un pacto solemne de exclusividad conyugal. Y bordean el millón los varones y mujeres que hoy consagran, libre y gozosamente, la virginalidad de su amor al servicio de Dios y de las familias.
El sacerdote capuchino San Maximiliano Kolbe comprendió y vivió hasta el heroísmo el sentido de su virginidad, cuando en el campo de concentración de Ausschwitz se adelantó libremente a ofrecer su vida en rescate de un padre de familia que lloraba su segura condena a muerte. La Beata Teresa de Calcuta identificó su voto de virginidad con su servicio de irrestricto amor a los miembros más desvalidos y despreciados de la sociedad.
San Luis Gonzaga, cultor exquisito del pudor virginal, no temió el peligro del contagio y se ofreció como voluntario para cuidar enfermos en los hospitales de Roma, sucumbiendo él mismo a la peste negra. Santa María Goretti, acosada por un joven familiar, prefirió la muerte antes que pecar y hacer pecar a otro contra la santidad del templo que es el cuerpo. En la Roma imperial, Santa Inés y Santa Cecilia consagraron su amor virginal al único Esposo, mereciendo por ello la palma del cruento martirio. En 1930, el Obispo Luis Versiglia y el sacerdote Calixto Caravario, ambos Salesianos, encontraron el martirio al norte de Cantón por defender la integridad virginal de las jóvenes confiadas a su cuidado.
Vírgenes son Jesús, María y su esposo José. Vírgenes Teresa de los Andes, Alberto Hurtado, Laurita Vicuña.
Mofarse de la virginidad es propio de contertulios trasnochados y de humoristas fracasados. Un asesor cultural y profesor de derecho debería hacer algo que nunca lamentará: disculparse.