Petrificar es, literalmente, convertir algo en piedra. Se usa también para significar parálisis inducida por asombro o terror. “Petrificados” quedaron muchos cuando el Papa anunció que dejará libremente su cargo el 28 de febrero, por no tener ya el vigor corporal y espiritual que se necesita para gobernar la nave de Pedro en las circunstancias actuales. Es cierto que una tradición meramente humana, sin respaldo en el dogma o en el derecho, parecía exigir o dar por supuesto que del ministerio petrino sólo se sale por la muerte del titular. También es cierto que los años postreros de Juan Pablo II marcaron su pontificado con una clase magistral de aceptación del dolor y desvalimiento personal. Pero se puede ser Papa “patiendo et orando” (sufriendo y rezando), y también “agendo et loquendo” (actuando y hablando). San Pablo dijo, diría hoy: “¡aténgase cada quien a su conciencia! Aunque sin olvidar que ninguno de nosotros vive para sí mismo, sino vive y muere para el Señor”.
Devoto discípulo de Newman, Benedicto XVI toma en serio que “la conciencia es el primer Vicario de Cristo”, y como Vicario de Cristo explora, escucha “iterum atque iterum” (una y otra vez) la voz de este heraldo y mensajero de los decretos divinos que es su conciencia, hasta alcanzar paz en la certeza: “por mi edad avanzada ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.
El sucesor de Pedro llega al final del camino identificado con los valores de su antecesor. Pedro fue elegido piedra de la Iglesia por su humildad (“apártate de mí, que soy un pecador”). Porque supo amar a Cristo Pastor y a sus ovejas (“tú sabes que te amo”) hasta dar la vida por ellas (“otro te ceñirá y te llevará donde tú no quieras”). Porque despreció los honores humanos (nunca pidió sentarse a la diestra del Señor ni ser tenedor de las llaves del Reino). Porque confesó la primacía absoluta de Cristo sobre las razones de la lógica humana (“¿y a quién otro iríamos? Tú solo tienes palabras de vida eterna”). Porque enseñó y vivió ejemplarmente la vocación de pastor: “apacentar la grey del Señor, no a la fuerza sino voluntariamente, según Dios, ni por mezquino afán de ganancia, ni tiranizando a la grey”. Porque al ejercer su oficio confió más en la palabra del Señor que en su propia experiencia o habilidad (“en tu nombre echaré la red”). Y sobre todo porque edificó su vida sobre una sola premisa: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Benedicto XVI culmina su ministerio petrino mostrándose, él mismo, “petrificado”: convertido en piedra de roca fiel para sustento de la Iglesia.
No recuerdo haber leído un escrito que diga tantas y tan importantes cosas en tan poco espacio. Su manejo del latín me deja gratamente petrificado.