Por Régine Pernoud*
Domrémy, el poblado donde nace Juana de Arco, se encuentra “en las fronteras” de Lorena, es decir, en el límite entre Barrois y esa provincia de Lorena, casi independiente en esa época, lo que motivará el apodo de “Juana la buena lorenesa” en el famoso poema de François Villon. En realidad, las fechas todavía están algo indefinidas cuando nace Juana, es decir, muy probablemente en el año 1411 o tal vez en 1412, y de acuerdo con la tradición en la noche de Epifanía, o sea, el 6 de enero.
En su interrogatorio en Rouen, después de declarar que dirá gustosa bajo juramento todo lo concerniente a ellos, Juana nombrará a su padre y su madre: “Mi padre se llamaba Jacques d’ Arc y mi madre Isabelle”. Luego, en el curso del proceso, que siempre se denomina “de rehabilitación”, varios testigos interrogados en Domrémy darán cuenta también de sus orígenes, su nacimiento y su bautizo, entre otros Jean Moreau, padrino suyo, un labrador (campesino) de Greux, población muy cercana a Domrémy, donde además se encuentra la iglesia principal que agrupa las dos parroquias: “Jeannette (…) fue bautizada en la iglesia de Saint-Rémy, parroquia de ese lugar.
Su padre se llamaba Jacques d’Arc y su madre Isabellette, en vida labradores en Domrémy (…). Eran buenos y fieles católicos y buenos labradores, de buena reputación y honesta conversación (…) Yo mismo fui uno de los padrinos de Juana”.
La gente de Domrémy también es interrogada en el mes de enero de 1456 sobre la heroína entonces famosa en todo el mundo conocido. La vieron vivir y vivieron junto a ella durante dieciséis a diecisiete años, es decir, la mayor parte de la existencia de “Jeannette”, fallecida a los diecinueve años.
Se esperaría escucharla evocar algunos rasgos que permitieran presentir su prodigiosa vocación. ¿Era batalladora? ¿Un “marimacho”? ¿De inquietante vivacidad?
Decepción. Para la gente de Domrémy, Jeannette era “como todos”. “Trabajaba gustosa, se ocupaba de la comida de los animales; se hacía cargo gustosa de los animales, de la casa de su padre, hilaba y hacía las tareas de la casa”, declara uno de sus compañeros de infancia, Colin, hijo de Jean Colin. “Hasta el momento en que dejó la casa de su padre, iba al arado y a veces vigilaba los animales en el campo y hacía las labores de mujer, hilar y todo lo demás”, dice su padrino ya citado. “La casa de mi padre era casi contigua a la de Jeannette –cuenta su amiga Marguerite, de sobrenombre Mengette-. Y yo conocía a ‘Jeannette, la Doncella’ porque a menudo hilaba junto con ella y hacíamos juntas las otras tareas de la casa, de día y de noche”.
Hauviette, otra amiga, bien conocida por los poemas de Péguy, señala: “Juana era una chica buena, sencilla y suave. Iba a menudo a la iglesia y a los lugares sagrados (…) Se ocupaba como las demás jóvenes, hacía los trabajos de la casa e hilaba, y a veces, como he visto, vigilaba los rebaños de su padre”. Un rasgo indicado por todos: “Juana iba gustosa a la iglesia y frecuentaba los lugares sagrados”. Eso también lo dice Michel Lebuin, uno de sus compañeros, y como él todos confirman su piedad: “Juana tenía buena conducta, era devota, paciente, iba gustosa a la iglesia, gustosa se confesaba y daba limosna a los pobres cuando podía”.
En el curso de las evocaciones, una palabra se repite permanentemente: “gustosa”… “Trabajaba gustosa, se ocupaba gustosa de los animales, iba a menudo y gustosa a la iglesia y a los lugares sagrados, daba gustosa y por amor a Dios lo que tenía… Gustosa. Gustosa”. Eso refleja un dinamismo y una alegría que ciertamente parecen haber caracterizado a Juana en toda su existencia.
En cuanto a la participación en los hechos que en ese momento afligen a todo el país, también nos llega un eco. La división entre armagnacs y borgoñones se siente, en efecto, hasta esas regiones fronterizas. Después de hacerlo su duque, los borgoñones se declararon a favor del ocupante, ya que en ese momento Francia es un país conquistado desde Normandía hasta el Loira, a partir del desastre de Azincourt, en 1415 (Juana tenía entonces tres años). Enrique V, el rey de Inglaterra, prosiguiendo con la política de su padre, que destronó e hizo morir a Ricardo II, el último descendiente legítimo de los Plantagenet, deseaba lograr victorias propias en Francia para consolidar su trono, aprovechando para eso el desconcierto de un país cuyo soberano,
Carlos VI, se había vuelto loco, lo cual suscitaba en torno al mismo todo tipo de ambiciones y rivalidades. Aquellas que hacían enfrentarse unos contra otros a los duques de Borgoña y a los príncipes de Orleans ya habían provocado el asesinato del príncipe Luis de Orleans, hermano del rey, caído el 23 de noviembre de 1407 bajo el puñal de asesinos a sueldo contratados por su primo Juan sin Miedo. Con la invasión, éste se había declarado a favor del inglés, mientras los partidarios de la casa de Francia se reagrupaban bajo la enseña de los Armagnacs, apellido del suegro de Carlos, hijo de Luis de Orleans. El nombre “Armagnacs” destaca la fidelidad y el apoyo constante del sur de Francia al oponerse a los invasores permaneciendo fiel a la dinastía legítima.
Y si bien nadie en Domrémy podía imaginar que esas luchas sangrientas algún día serían encarnadas y emprendidas por “Jeannette”, por lo menos se sentían en esas regiones lejanas los contragolpes de la guerra: la gente de Domrémy en general se había declarado a favor del rey de Francia, mientras en la cercana aldea de Maxey los campesinos se sentían “borgoñones”, lo cual prueba que en Francia la división era profunda hasta en los caseríos más pequeños. Así nacían las disputas de las cuales se regresaba “a veces bien herido y sangrante”.
Por lo demás, no faltan episodios guerreros y a la misma Juana -a los catorce o quince años de edad, puesto que eso ocurre en el año 1428- se la llevarán, en el éxodo de la gente de Domrémy y de la aldea cercana de Greux hacia Neufchâteau, la ciudad fortificada más cercana, a la cual todos -animales y personas- se dirigen con gran prisa, ya que se han enterado de que la poderosa fortaleza de Vaucouleurs, cuyo capitán, Robert de Baudricourt, apoya al rey de Francia, será sitiada por el gobernador de Champagne, pagado por el duque de Borgoña, Antoine de Vergy. “Todos los habitantes de Domrémy huyeron -dice un testigo, el cura de una parroquia vecina llamado Dominique Jacob-, llegaron hombres armados a Neufchâteau y entre ellos llegó también Jeannette, con su padre y su madre, y siempre en compañía de ellos”.
Eso ocurre en el apacible paisaje del río Mosa,cuyo apacible flujo sólo rompen las diversiones de la juventud de la región, en primavera, por ejemplo, cuando cesa de caer la nieve y los árboles reverdecen. Así, el cuarto domingo de Cuaresma, en que se canta “Laetare Jerusalem” al acercarse las fiestas pascuales, las jóvenes y los jóvenes van a bailar y cantar junto al hermoso árbol llamado “el Árbol de las Damas” o “Árbol de las Hadas”, llevan panes y nueces para comer bajo el árbol, y van a beber a una fuente, la fuente de Rains, cuya agua, según dicen, trae la salud. Es una fiesta tradicional cuyos orígenes se remontan a un lejano folklore.
Al parecer, y a pesar de ese entusiasmo personal que la hace hacer todo “gustosamente”, Jeannette ha participado poco en esas distracciones inocentes. “Ahí más canté que bailé”, dice después de una evocación llena de frescura y poesía de las distracciones primaverales de su país.
En realidad, en esa infancia “como todas” ocurrió algo que ella misma cuenta con gran sencillez: “Al llegar más o menos a los trece años, tuve una voz de Dios ayudándome en mi comportamiento. Y la primera vez me dio mucho miedo. Y esa voz llegó durante el verano, en el jardín de mi padre, alrededor del mediodía (…). Escuché venir la voz del lado derecho, hacia la iglesia. Y rara vez la escucho sin claridad. Esta claridad viene del mismo lado donde se oye la voz. Hay normalmente una gran claridad (…).
Después de escuchar tres veces esa voz, comprendí que era la voz de un ángel (…). Me enseñó a conducirme bien, a frecuentar la iglesia. Me dijo que era preciso que yo, Juana, viniera a Francia…”. Responde enseguida las preguntas que se le hacen: “La primera vez dudé mucho si era San Miguel quien venía a mí, y esa primera vez tuve mucho miedo. Y luego lo vi varias veces antes de saber que era San Miguel… Ante todo me decía que fuera buena niña y Dios me ayudaría, y entre otras cosas me pidió venir en auxilio del rey de Francia… Y el ángel me hablaba de la pena que había en el reino de Francia”.
“Unos trece años”, dice ella haber tenido evocando ese llamado. Así, la primera visión debió aparecer en 1424 o 1425. La mantendrá en secreto, sin hablar con nadie, hasta 1428, cuando, no resistiendo más, vendrá al encuentro, en Vaucouleurs, del capitán Robert de Baudricourt, quien defiende obstinadamente su fortaleza en nombre del rey de Francia.
Y Juana agrega que apenas escuchó la voz, “prometió conservar su virginidad tanto tiempo como quisiera Dios”. Es una respuesta espontánea al llamado de Dios: permanecerá virgen, autónomamente, no dependiendo en cuanto a su persona sino de Dios mismo. Es la respuesta, a través del tiempo, de la virgen consagrada, desde la Iglesia primitiva, cuando Inés, Cecilia y Anastasia preferían exponerse al fuego del verdugo o al diente de las bestias en el anfiteatro que traicionar el don completo de su persona hecho a Dios, el único por el cual se sabían llamadas.
En el ambiente de Juana, una persona presintió su singular destino: su padre. “Mi madre me dijo varias veces –declara ella- que mi padre le había dicho que soñó que yo, Juana, su hija, me iría con gente armada (…). Y escuché decir a mi madre que mi padre decía a mis hermanos: “En realidad, si supiera que debe suceder lo que temo en relación con mi hija, preferiría que ustedes la ahoguen. Y si no lo hicieran ustedes, yo mismo la ahogaría”. Es un sueño premonitorio que Jacques d’Arc sólo podía interpretar en el peor sentido: su hija Juana iba a ser de esas jóvenes que siguen a los ejércitos. Además, el padre y la madre deben haber experimentado una satisfacción al enterarse que habían pedido a su Jeannette en matrimonio. Era un pretendiente muy pronto furioso por ser rechazado, que la citó ante el oficial de Toul, pretendiendo que ella le había prometido esponsales, lo cual en esa época se consideraba un verdadero compromiso. Fue un episodio pasajero que no dejó gran huella en el espíritu de Juana: “Él me hizo citar, y ahí juré ante el juez decir la verdad. Y al final confesó él dijo claramente que yo no había hecho promesa alguna a ese hombre”.
Juana es ciertamente una jóven como todas, capaz como las demás de inspirar el amor, pero decidida, en cuanto a sí misma, a no entregarse a nadie. El llamado que escuchó la consagra únicamente al servicio de Dios.